Imaginemos que un
nuevo obispo comienza a pensar en instaurar el Diaconado Permanente en su
diócesis.
O
qué un grupo de presbíteros quiere estudiar la posibilidad de iniciar esa
experiencia
O
que los posibles candidatos expresen sus inquietudes.
Lo
más probable es que surjan algunos interrogantes similares a los que, a lo
largo de unos veinticinco años he recibido, tanto por haber actuado en una
diócesis que, como la de Quilmes tiene casi un centenar de Diáconos Permanentes
o porque ahora, en San Martín, soy asesor del Colegio Diaconal y director de la Escuela de Ministerios.
¿No hay dificultades entre el diácono permanente y el párroco?
Algo parecidas,
pero con menor intensidad, como ocurre con el párroco y el/ o los presbíteros
vicarios parroquiales.
Como
toda relación humana, pueden darse colaboraciones muy estrechas o conflictos y
competencias.
Pero
los eventuales roces se amortiguan porque el diácono no vive en la casa
parroquial y además la vida con su esposa y sus hijos e hijas le muestran otras
dimensiones que suelen evitar un excesivo confrontamiento.
¿Cuál es la mayor dificultad en el trabajo pastoral?
He observado tres:
1.
“Los párrocos pasan y el diácono queda”.
Como los obispos suelen designar a los diáconos en lugares cercanos a su
domicilio – o en su propia jurisdicción parroquial – éstos tienen una
percepción del barrio y de la comunidad que el párroco o el vicario recién
designado tardará un buen tiempo en captar.
Si el presbítero no acepta esa
limitación inicial, puede ocurrir que los feligreses tengan más confianza en el
diácono que en el nuevo sacerdote ¡Pobre de éste si además es celoso o
autosuficiente!
Por el contrario, si advierte que esa
experiencia del diácono es un aporte para la tarea pastoral, no sólo propia
sino de toda la comunidad, podrá abrir horizontes insospechados.
2.
Diáconos mejor preparados que los
presbíteros.
Ocurre sobre todo cuando el diácono es
profesional – abogado, docente universitario, gerente o incluso licenciados y
doctores en teología – lo que posibilita una buena actualización en la práctica
de las relaciones institucionales y de la formación intelectual.
Si el presbítero es de personalidad
“competidora” casi seguramente perderá el “certamen” y los vínculos se
deteriorarán. A la inversa, si aprovecha y reconoce esa riqueza del diácono,
podrá encontrarse con diálogos mutuamente enriquecedores y con la posibilidad
de un agente de pastoral apto para una eficiente organización pastoral, tanto
en la Cáritas
como en otros emprendimientos de gestión popular como y la tarea de la
evangelización de los jóvenes y adultos de los sectores medios intelectuales.
Algo similar ocurre con los diáconos – y
también laicos y laicas – que desempeñan el ministerio de la escucha con una
paciencia y una dedicación admirable. No compiten con el sacramento de la
reconciliación, pero prestan una ayuda eficaz para el diálogo pastoral e
incluso el acompañamiento espiritual.
3.
Presbíteros “temerosos” del Diaconado
permanente.
Es normal que al comienzo de la
instauración del Diaconado Permanente y aún después de varios años de su
existencia, algún presbítero, sea por razones “ideológicas” o por
personalidades algo débiles, no quieran que ellos sean designados en sus
parroquias.
Aunque parezca extraño, tratándose de una
propuesta aprobada por el Concilio Vaticano IIº, todavía existen posturas que
muestran un miedo “reverencial”.
Hace
unos años, un presbítero de cierta importancia en un Dicasterio de Roma me
decía que la proliferación de diáconos permanentes llevaba a la “perdida” de la
vocación presbiteral, porque los jóvenes, al ver una figura tan parecida al del
presbítero, pero sin la obligación del celibato, la abrasarían rápidamente.
¡Una vez más la vocación parece pasar por la sexualidad!
Otros,
con una mirada pastoralmente reductiva, piensan al diaconado como una
“suplencia” dónde faltan presbíteros y que por lo tanto, ellos no son
necesarios en diócesis y sobre todo, arquidiócesis con “abundancia” de
sacerdotes. De ser así, no se entendería porqué la diócesis de Roma lo ha
instaurado. En este caso, la vocación al “sacramento del servicio” queda así
reducida a estadísticas sociológicas, perdiendo su carácter de “signo” dentro
del Orden Sagrado.
Cuando
por distintas razones, el presbítero “teme” al diácono es mejor no imponerle su
presencia, porque uno de los extremos terminará agotándose. La mejor solución
es no enviar diáconos a las parroquias a cargo de esas personas, o en el caso
de comunidades dónde los diáconos ya tienen una presencia importante, enviar
presbíteros aptos para el trabajo con ellos y con capacidad de relación con la
esposa y los hijos e hijas de los diáconos..
¿Y en casos extremos?
Al
igual que con los vicarios parroquiales, un cambio de destino pastoral será
inevitable.
¿Los diáconos no son excesivamente clericales?
El “clericalismo”
es un defecto que puede encontrarse presente en
laicos, laicas, religiosos y religiosas, presbíteros, obispos y por
consiguiente, también entre los diáconos.
Sobre
todo porque al tratarse de una figura con roles recientes suele acentuarse sus
servicios litúrgicos, llegando, en casos exagerados, a convertirse en
“monaguillos de lujo”, o a la inversa, en “curas en miniatura”.
La
mejor manera de evitarlo es acentuar la “triple diaconía”, es decir, el
“servicio de la Palabra”
que lo pone en contacto directo con quienes han de recibir el anuncio explícito
del Evangelio; el “servicio de la
Liturgia” que además de los ritos propios de cada sacramento
supone la obra de santificación que esos mismos sacramentos realizan y
finalmente el “servicio de la
Caridad”.
Este
último abarca, según el Directorio, “el área de la educación cristiana; la
animación de los grupos eclesiales juveniles y de las profesiones laicales; la
promoción de la vida en cada una de sus fases y la transformación del mundo
según el orden cristiano” (38).
Esta
última tarea se expande en la dimensión sindical y política, y por ello el
mismo Código les exime de la prohibición que rige para los otros clérigos, de
“participar activamente en los partidos políticos y en la dirección de
asociaciones sindicales” (cfr. Cáno 287,2 y 288).
En
estos casos, es de sentido común un atento discernimiento, de tal manera que,
como aconseja el Directorio en todo lo referente a los compromisos
profesionales, “siempre tendrán cuidado de valorar cada situación con
prudencia, pidiendo consejo al propio obispo, sobre todo en los casos y en las
situaciones más complejas.” (cfr. 12 y 13)
Eduardo A. González
¿Que obligaciones económicas tiene la diócesis y la parroquia con
respecto al diácono y a su familia?
El Directorio para
la Vida de los
Diáconos permanentes reitera el principio del Código de Derecho Canónico: los
que realizan actividades profesionales deben mantenerse con las ganancias
derivadas de ellas, pero quienes estén dedicados plenamente al ministerio
eclesiástico, merecen una retribución tal que puedan sostenerse a sí mismo y a
su familia. (cfr. Cánon 281,3).
En
concreto, la mayoría de los diáconos viven de su trabajo profesional o de su
jubilación; existen también un grupo que realiza tareas vinculadas a la
institución eclesiástica, como representantes legales de colegios, secretarios
cancilleres, administradores de curias y seminarios y secretarios parroquiales.
Es
conveniente fijar de antemano todo lo referente a los viáticos, sobre todo
cuando el diácono debe desplazarse, ya sea en medios de locomoción propios o
públicos.
¿Cómo actuar cuando un diácono queda desocupado?
El Directorio trae
una sugerencia sobre el tema, al señalar que “el derecho particular puede,
definir que obligaciones debe asumir la diócesis en relación al diácono que,
sin culpa, se encontrase privado del trabajo civil. Igualmente será oportuno
precisar las eventuales obligaciones económicas de la diócesis en relación a la
mujer y a los hijos del diácono fallecido” (20)
Más
allá de normas canónicas, lo más práctico es tratar de ubicar al diácono
desocupado, al menos provisoriamente, en puestos y tareas de las instituciones
dependientes de la Iglesia
(vgr. colegios, mantenimiento de edificios, etc).
En
estas situaciones, el principio de solidaridad del sacramento del Orden Sagrado
puede aportar soluciones creativas y posibles.
El diácono casado que enviuda, ¿puede volver a casarse?
Siguiendo una
tradición similar a la de los presbíteros casados en el Rito Oriental, la
ordenación es impedimento para un nuevo matrimonio en caso de viudez. Pero este
impedimento puede dispensarse, según aclara la Congregación para el
Culto Divino, cuando se da entre otras
situaciones: “el gran beneficio y utilidad del ministerio del diácono
viuda para la Iglesia
a la que pertenece” (cfr. Normas Básicas para la Formación de Diáconos
Permanentes, 38)
¿Dónde centrar una espiritualidad adecuada a las tensiones y
equilibrios necesarios para la vida del diácono con familia, profesión y tareas
pastorales?
Una vez más,
recurro a la ayuda del Directorio: “El seguimiento de Cristo en el ministerio
diaconal es una empresa fascinante pero ardua, llena de satisfacciones y de
frutos, pero también expuesta, en algún caso, a las dificultades y a las
fatigas de los verdaderos seguidores de Cristo Jesús.
Para
realizarla, el diácono necesita estar con Cristo para que sea él quien lleva la
responsabilidad del ministerio; necesita también reservar el primado a la vida
espiritual, vivir con generosidad la diaconía, organizar el ministerio y sus
obligaciones profesionales o familiares, de manera que progrese en la adhesión
a la persona y a la misión de Cristo (50)
Eduardo A. González
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