10 junio 2020

Meditación de la luz: el camino de la sencillez


La gran mayoría está cumpliendo las recomendaciones oficiales acerca de las reuniones sociales, evitando así la difusión de la Covid-19.
Se puede hacer muchas cosas en este recogimiento forzado: una revisión de vida; pensar qué lecciones sacar para el futuro, cómo cambiar para mejor; ver una película, etc.
Nos ofrece también la oportunidad de hacer algún ejercicio de meditación. No solamente a las personas religiosas sino también a aquellas que, sin estar ligadas a una religión, cultivan valores como el amor, la cooperación, la empatía y la compasión.
Ofrezco aquí un método que yo llamo “Meditación de la Luz: el camino de la sencillez”, muy antiguo, en Oriente y en Occidente. Tiene que ver con el espíritu y con todo el cuerpo humano, pero en particular con el cerebro, la sede de nuestra conciencia e inteligencia. No es este el lugar para exponer las tres superposiciones del cerebro: el reptil, que se refiere a nuestros movimientos instintivos; el límbico, a los sentimientos, y el neocortical, al raciocinio, la lógica y el lenguaje.

El cerebro humano y sus dos hemisferios
Tratemos sucintamente del cerebro, que tiene forma de concha con dos hemisferios:
El hemisferio izquierdo que responde del análisis, el discurso lógico, los conceptos, los números y las conexiones causales.
El hemisferio derecho responde de la síntesis, la creatividad, la intuición, el lado simbólico de las cosas y de los hechos y la percepción de una totalidad.
En el centro está el cuerpo calloso que separa y al mismo tiempo une los dos hemisferios.
Otro punto importante del cerebro es el lóbulo frontal, sede de la mente humana. Hay muchas teorías sobre la relación entre cerebro y mente. Varios neurocientíficos sostienen que la mente es el nombre que damos a realidades intangibles, elaboradas en el cerebro, tales como la vida afectiva, el amor, la honestidad, el arte, la fe, la religión, la reverencia y la experiencia de lo numinoso y de lo sagrado.

La mente espiritual y el Punto Dios en el cerebro
Otro punto a ser mencionado es la mente espiritual. La antropología cultural se ha dado cuenta de que en todas las culturas surgen siempre dos constantes: la ley moral en la conciencia y la percepción de una Realidad que transciende el mundo espaciotemporal y que concierne al universo y al sentido de la vida. Descansan en alguna estructura neuronal, pero no son neuronas. Son de otra naturaleza, hasta ahora inexplicable. Varios neurocientíficos la llaman la mente mística (mystical mind) . Prefiero una expresión más modesta: mente espiritual.
Profundizando en la mente espiritual, otros neurocientíficos y neurolingüistas llegaron a identificar lo que llamaron el punto Dios en el cerebro. Constataron que siempre que el ser humano se interroga existencialmente sobre el sentido del Todo, del Universo, de su Vida... y piensa seriamente sobre una Realidad Última, se produce una aceleración descomunal de las neuronas del lóbulo frontal. Apunta hacia un órgano interior de cualidad especial. Dijeron que así como tenemos órganos externos, los ojos, los oídos, el tacto, tenemos también un órgano interno, un logro de nuestra evolución humana. Lo llamaron el punto Dios en el cerebro. Mediante ese órgano-punto captamos Aquella Realidad que unifica y sustenta todo, desde el universo estrellado, a nuestra Tierra y a nosotros mismos: la Fuente que hace ser todo lo que es. Cada cultura le ha dado un nombre: el Gran Espíritu de los indígenas, Alá, Shiva, Tao, Javé, Olorum de los nagô, y nosotros, que simplemente lo llamamos Dios (palabra que en sánscrito significa el Dador de luz, de donde viene también la palabra día).

La naturaleza misteriosa de la luz
Antes de centrarnos en la Meditación de la Luz, conviene una palabra sobre la naturaleza de la luz. Esta es considerada hasta hoy día como un fenómeno tan singular para la ciencia, en particular la física cuántica y la astrofísica, que se ha preferido decir: la entendemos mejor si la consideramos una partícula material (que puede ser bloqueada por una placa de plomo) y simultáneamente una onda energética que recorre el universo a una velocidad de 300 mil km por segundo. Biólogos llegaron a discernir que todos los organismos vivos emiten luz, los biofotones, invisibles a nuestros ojos pero detectables mediante sofisticados aparatos. La sede de esta bioluz estaría en las células de nuestro ADN. Por lo tanto, somos seres de luz... Además la luz es uno de los mayores símbolos humanos, y el nombre que se da a la Divinidad, o a Dios, como Luz infinita y eterna...

Meditación de la luz: camino oriental y occidental
Vamos finalmente al tema: “¿Cómo es esa meditación de la luz?“. Fundamentalmente tanto Oriente como Occidente coinciden en la misma intuición: del Infinito nos viene un rayo sagrado de Luz que incide en nuestro cerebro (cuerpo calloso), penetra todo nuestro ser (los chacras), activa los biofotones, sana nuestras heridas, nos eleva y nos transforma también en seres de luz.
Es conocido el método budista en tres pasos: delante de una vela encendida se concentra y dice yo estoy en la Luz, la Luz está en mí, yo soy Luz. Esa luz se extiende desde el cuerpo a todo lo que está alrededor, a la Tierra, hasta a las galaxias más distantes... Permite una experiencia de no dualidad: todo es uno y yo estoy en el Todo.
El camino occidental se parece al oriental. Era practicado por los primeros cristianos en Alejandría, en Egipto, que profesaban que Dios era luz, Jesús, luz del mundo y el Espíritu Santo, la Lux Beatíssima.
Sigan conmigo los siguientes pasos: colóquese en un sitio cómodo, como al pie de la cama al levantarse o al acostarse, o en un rincón más recogido. Concéntrese en abrir el cuerpo calloso e invocar el rayo de la Luz Beatísima que proviene del infinito del cielo.
Ese rayo de Luz sagrada, al incidir, permite la unión de los dos hemisferios del cerebro, produciendo un gran equilibrio entre razón y sentimiento. Luego, deje que esa Luz divina comience lentamente a penetrar por todo su cuerpo: el cerebro, las vías respiratorias, los pulmones, el corazón, el aparato digestivo, los órganos genitales, las piernas y los pies. Deténgala especialmente en la partes que están mal y producen dolor. Y ya que la Luz descendió, hágala volver, penetrando desde abajo nuevamente todo su ser y sus órganos.

Beneficios de la meditación de la luz
En primer lugar, comienza a sentir que esa Luz divina potencia sus energías, trae ligereza a todo su ser corporal y espiritual. Dese un poco de tiempo para disfrutar esa Energía divina que lo energiza totalmente. Por fin, agradezca al Espíritu de Luz, que es el Espíritu Santo. Lentamente su cuerpo calloso se cierra y la persona queda más espiritualizada, más humanizada y con más valor para enfrentar el peso de la vida.
Este ejercicio puede hacerse mentalmente en el autobús, al parar en el semáforo, en la fábrica, en la oficina o en cualquier tiempo libre que se tenga en el día.
Las personas que se acostumbran a hacer este tipo de meditación –vía de la sencillez– suelen afirmar que su salud se vuelve más resistente, consiguen más claridad en las cuestiones complicadas, y las ideas fijas y los prejuicios se hacen más superables. En fin, te vuelves un ser mejor y tu luz se irradia sobre los demás. Intenta hacer esta meditación sencilla y verás su valor corporal y espiritual. 

09 junio 2020

Personas Mayores y Derechos Humanos


"Todos Somos Caritas"


La sociedad argentina, en general, está valorando el trabajo de Caritas a lo largo y ancho del país. Visualizar las acciones que se llevan a cabo, lejos de ser una vanagloria, debe ser manera de expresar nuestra fe con las obras 


Contamos con vos, súmate --->>> https://forms.gle/t8phwKwQSZXR1uzt8

#ColectaAnual2020
#somoscaritasarg #CaritasQuilmes
#CaritasEsAmorEnObras 
#CaritasFrentealCOVID

José María Castillo: "El Evangelio es, ante todo, una forma de vivir"


El Cristo Redentor de Río, con mascarilla


Insisto, una vez más, en la necesidad apremiante, que tenemos, de recuperar la centralidad del Evangelio en la organización de la Iglesia y en la vida de los cristianos

Si planteamos la religión como la planteo y la vivió Jesús (según el Evangelio), no cabe duda que cuando hablemos de la pandemia del virus, si es que tratamos el tema en serio y hasta el fondo, antes o después, tendremos que hablar también de religión   

Una de las cosas más extrañas y elocuentes, que estoy viviendo con motivo de la pandemia, es que, cuando se habla de este asunto (en la tele, en la prensa, en las tertulias, donde sea…), salen a relucir, como es lógico, la medicina, la economía, la política, la ciencia, las leyes, las costumbres… O sea, se habla de todo. Menos de una cosa: la religión. A veces (raras veces) se hace mención de la generosidad del Papa, de algún obispo que ha hecho algo llamativo o quizá de algunas monjas que hacen lo que pueden en barrios o países pobres. Pero, de la religión como factor que puede ser importante en la solución de este enorme problema, a nadie se le ocurre ni mencionar tal cosa, por lo menos como posible ayuda para la solución de esta enorme amenaza que tanto nos preocupa y hasta nos abruma.        
¿Qué le ha pasado a la religión? Me lo pregunto porque estoy seguro de que hay personas, quizá bastantes personas, que le rezan a Dios para que nos ayude a superar esta enorme desgracia. Pero de estos sentimientos religiosos, la mayoría de la gente ni se atreve a mencionar en público si reza o deja de rezar. Por eso, yo insisto en mi pregunta: ¿qué le está pasando a la religión?
El problema, que se nos plantea con esta pregunta, es – me parece a mí – algo más complicado de lo que algunos se imaginan. Porque es un hecho que, en las sociedades más industrializadas y más ricas, a medida que la tecnología y la economía se desarrollan, ocurre que las normas culturales y religiosas tradicionales se deterioran y hasta se debilitan, llegando a perder en gran medida la presencia púbica que tuvieron en tiempos pasados y cualquiera sabe si volverán (cf. Ronald Inglehart).    
El árbol de la ciencia
El árbol de la ciencia
Por lo general, el hecho que acabo de apuntar se suele interpretar como un progreso. Por supuesto, un progreso que tiene un precio: a más ciencia, más tecnología y una economía más poderosa, la moral y las costumbres tradicionales se deterioran; y con semejante deterioro, la religión se va quedando también marginada. Esto, por lo menos a primera vista, parece un hecho incuestionable.
Sin embargo, tenemos que insistir en una pregunta elemental: ¿es todo esto realmente así? Quiero decir: ¿podemos asegurar tranquilamente que, a más ciencia y más tecnología, con el consiguiente deterioro de la religión, por eso mismo la sociedad se va desarrollando, la humanidad se está perfeccionando y las futuras generaciones alcanzarán metas y logros que no imaginamos?
Sinceramente, yo creo que ya tenemos argumentos abundantes, por lo menos, para sospechar (con fundamento) que los entusiastas defensores de los indiscutibles logros de la ciencia y del progreso, de las técnicas y de la economía, en realidad son unos desorientados, que no se han dado cuenta de la espantosa hecatombe en la que nos hemos metido, con nuestros prodigiosos avances en la más refinada tecnología y nuestra religión confinada en el desván de los recuerdos.
¿Por qué digo esto? Porque, si todo este problema se piensa a fondo, pronto se da uno cuenta de que ni todo, en la ciencia y la tecnología, es tan positivo como muchos se imaginan; ni todo, en la religión, está que hace agua. Baste pensar que la ciencia y la tecnología dependen de la economía. Y no de cualquier economía. Porque dependen del sistema económico establecido, que es el sistema que rige y manda en el mundo. Un sistema que, “de facto”, y sea cual sea la teoría que cada uno tenga, el hecho es que se trata de un sistema que produce el insaciable incremento del beneficio económico de unos pocos a costa de la dependencia y el empobrecimiento de todos los demás.
Fe y política
Fe y política
Por supuesto, yo no soy economista. Pero tampoco me chupo el dedo. Y de sobra sabemos que la economía mundial funciona de tal manera, que, a una velocidad creciente y alarmante, el capital mundial se va concentrado más y más, cada año, en menos y menos personas, que son las que rigen nuestras vidas, por más que ni se nos pase por la cabeza semejante atrocidad. Sobre todo, sabiendo, como bien sabemos, que más de la mitad de la población mundial no puede disponer de la atención médica indispensable, ni se puede alimentar para seguir viviendo. 
Pero hay algo más, que nunca habíamos imaginado. Nuestro incontenible y flamante desarrollo científico y tecnológico produce tal y tanta contaminación atmosférica, que, como a nuestro flamante desarrollo no lo contengamos o le demos otra orientación, a nuestros nietos les dejaremos seguramente la espantosa herencia de tener que asistir a la destrucción total del planeta tierra.
Pero nos queda la segunda parte: la marginación y el deterioro de la religión. Me refiero, puesto que soy cristiano, a la religión que vivo, desde mi infancia. La religión que ha dado y da sentido a mi vida. Además, he dedicado mi trabajo, mis estudios y mi profesión al estudio y la enseñanza de esta religión, que intento vivir y transmitirla a los demás.
Dicho esto, lo primero que, a mi manera de ver, se debe tener en cuenta es que el cristianismo (como les ocurre a otras religiones), por una presunta fidelidad a sus orígenes, se ha quedado muy atrasado con respecto a la cultura y a los acontecimientos que estamos viviendo. Baste pensar, por poner un ejemplo, en lo que ocurre con la liturgia y en la celebración de los sacramentos. Mucha gente no sabe que esas ceremonias, tal como han llegado hasta nosotros, en su lenguaje, sus vestimentas, sus rituales y la justificación ideológica de su contenido, en muchos de los aspectos que los fieles perciben, son costumbres y tradiciones medievales. Por no hablar de los templos, catedrales, palacios y otras solemnidades, que le hicieron decir a san Bernardo, en un escrito dirigido al papa Eugenio III (s. XII), que, revestido de seda y oro, en su caballo blanco, parecía más el sucesor de Constantino que el de san Pedro. Y sabemos que la religión, que hoy tenemos, es el residuo anacrónico de aquellas vanidades.
Evangelio de Marcos
Evangelio de Marcos
Y lo peor del caso es la mentalidad – o sea, la teología – que justifica esas cosas. Una teología que, en no pocos tratados y cuestiones, ni afronta, ni responde, a los grandes temas que ahora interesan a la mayor parte de la sociedad. Por eso insisto, una vez más, en la necesidad apremiante, que tenemos, de recuperar la centralidad del Evangelio en la organización de la Iglesia y en la vida de los cristianos.
Por supuesto la Iglesia afirma y defiende que el Evangelio es eje y centro de la Iglesia. Pero nunca deberíamos olvidar lo que tantas veces ha dicho el papa Francisco: el Evangelio es, ante todo, una forma de vivir. Una vida en la que se destacan dos grandes problemas, que son las dos grandes preocupaciones que tuvo Jesús: la salud y la economía. Justamente, los dos grandes problemas que hoy tenemos que afrontar los humanos, sean cuales sean nuestras creencias y dada la mundialización de la pandemia que sufrimos.
Por esto se comprende la insistencia de los evangelios en los relatos de las curaciones de enfermos. Hasta 67 relatos sobre este asunto, que dejan patente hasta qué extremo a Jesús le interesaba y la preocupaba el tema de la salud y la vida. Y junto a la salud, la economía. Que es el tema de fondo, que plantea el Evangelio cuando Jesús llamaba a los discípulos y a la gente a “seguirle”. En efecto, según los evangelios, cuando Jesús llamaba a que alguien le “siguiera”, no ponía nada más que una condición: “dejarlo todo”. Llama la atención que esto justamente es el tema capital en el que los evangelios insisten hasta tales extremos, que no siempre es fácil explicar lo que Jesús pedía (incluso abandonar el entierro del propio padre: Mt 8, 18-22 par). 
Sin duda alguna, da pena pensar cómo la teología cristiana ha desplazado el tema del “seguimiento de Jesús”. De forma que el tema-clave de la “cristología” (Joahn B. Metz) lo ha deformado interpretándolo como un tema de “espiritualidad”. Los discípulos de Jesús conocieron al Maestro, “siguiéndole”, viviendo con él y como él.
Si cuando hablamos de la pandemia del corona-virus, la religión no interesa, es evidente que a los hombres de la religión les resulta más cómodo y lucrativo celebrar ceremonias, ritos y liturgias, que enfrentarse a una política y una economía que se interesa más por el poder que por la salud para todos por igual y una economía que no tiene como proyecto el beneficio, sino la salud y el bienestar para todos.
Es evidente que, si planteamos la religión como la planteo y la vivió Jesús (según el Evangelio), no cabe duda que cuando hablemos de la pandemia del virus, si es que tratamos el tema en serio y hasta el fondo, antes o después, tendremos que hablar también de religión.    

08 junio 2020

Evangelio del lunes 8 de junio: Mateo 5,1-12.

Evangelio del lunes 8 de junio: Mateo 5,1-12.

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron."
PALABRA DEL SEÑOR.

http://www.humanitas.cl/audiencia-de-los-miercoles/audiencia-bienaventurados-los-que-trabajan-por-la-paz

Abrazo y bendición!

Buena semana hermanos

02 junio 2020

Evangelio del Martes 2 de Junio: Marcos 12,13-17

Le enviaron después a unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones. Ellos fueron y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios. ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no? ¿Debemos pagarla o no?".
Pero él, conociendo su hipocresía, les dijo: "¿Por qué me tienden una trampa? Muéstrenme un denario". Cuando se lo mostraron, preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?". Respondieron: "Del César". Entonces Jesús les dijo: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios".
Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta.
PALABRA DEL SEÑOR.


Esta cuestión atraviesa toda la historia humana y cristiana. No se puede entender sin la enseñanza del Maestro: no se puede servir a dos señores: a Dios y al dinero. En este simple "test" se juegan nuestras convicciones del Evangelio. O invertimos en el Reino con rostro de fraternidad, de alegría, de compasión, de compartir y compartirnos; o atesoramos tesoros con el rostro del César de turno en tesoros que se apolillan y se convierten en polvo. La vida es corta, Dios nos espera en su Casa. En el silencio y la quietud, invocamos el Nombre de Jesús.

Dar a César y a Dios -


Abrazo y bendición!

18 marzo 2019

Una Iglesia sinodal

UNA IGLESIA SINODAL

ponencia en el camino hacia el 3er sínodo diocesano de Quilmes 16 de marzo 2019

Eduardo de la Serna




La eclesiología propuesta para el Concilio por la curia Romana y su rechazo. Iglesia Pueblo de Dios

  • ·        Rechazo de la Eclesiología de Pueblo de Dios, pueblo en comunión y camino (el ejemplo de la comunión en “camino”).
  • ·        Una eclesiología desde el “poder” o una eclesiología desde la fraternidad/sororidad
  • ·        Una eclesiología desde la “obediencia” o una eclesiología desde el “amor”.
Problemas de aceptar una Iglesia sinodal (el ejemplo del sínodo de jóvenes)

Gracias a la experiencia vivida, los participantes en el Sínodo son más conscientes de la importancia de una forma sinodal de la Iglesia para anunciar y transmitir la fe. La participación de los jóvenes ha contribuido a “despertar” la sinodalidad, que es una «dimensión constitutiva de la Iglesia. […] Como dice san Juan Crisóstomo, “Iglesia y Sínodo son sinónimos”, porque la Iglesia no es otra cosa que el “caminar juntos” de la grey de Dios por los senderos de la historia que sale al encuentro de Cristo el Señor» (Francisco, Discurso con ocasión de la Conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 octubre 2015). La sinodalidad caracteriza tanto la vida como la misión de la Iglesia, que es el Pueblo de Dios —formado por jóvenes y ancianos, hombres y mujeres de cualquier cultura y horizonte— y el Cuerpo de Cristo, en el que somos miembros los unos de los otros, empezando por los marginados y los pisoteados. Durante el diálogo y mediante los testimonios, el Sínodo ha puesto de manifiesto algunos rasgos fundamentales de un estilo sinodal, al que debemos convertirnos. [Documento final del Sínodo, Nº 121; votos 191 – 51; sobre 248 presentes]

Camino de Comunión

Comunión implica diversidad, aceptación de lo diverso. Hay elementos constitutivos (el Evangelio del Reino de Dios) que marcan las fronteras de la unidad, pero no hay “un solo y único modo de ser Iglesia”.

En la Biblia no hay “un sólo modo” de ser pueblo de Dios. En el A.T. hay distintas corrientes y distintas posiciones; siempre dentro de la fidelidad a la alianza. No piensan lo mismo – en un mismo período, claro está – los profetas Amós y Oseas, o 1 Macabeos y Daniel, o un libro machista como Eclesiástico que el Cantar de los Cantares, por ejemplo. Y – ya en el N.T. – no es la misma la eclesiología de Hechos de los Apóstoles que la de la 1 Juan, ni lo mismo la carta de Santiago que la carta a los Gálatas. Es por eso que hay 4 Evangelios, precisamente. Cada uno con su cristología, su teología, su eclesiología. Tener como mil evangelios (como parecía que era la tendencia en algunos grupos espiritualistas) era un exceso, pero tener uno solo es otro exceso. El 4 es el número de la universalidad, como los puntos cardinales o los elementos de la tierra; así lo planteaba san Ireneo. 

No puede haber comunión sin diferencia. No puede haber sinodalidad sin camino. En todo camino están los que van en la delantera, en el medio o en la retaguardia; todos caminan, unos alentando en el medio, otros empujando desde atrás y cuidando a los rezagados y otros marcando el camino adelante, guiando. Quién se crea “el” verdadero y único no ha entendido que la Iglesia es comunión; sin duda uno o una puede sentirse más identificado con una propuesta o con otra, y hacerla propia. Pero debe cuidar de no “excomulgar” a los demás, a los que no son “como nosotros”. 

Ekklêsía remite al hebreo qahâl, que es la asamblea, que puede ser militar o litúrgica, una multitud. El verbo hebreo (162x) se traduce muchas veces por ekklêsía (104x, pero 23x en deutero-canónicos), y otras veces por synagôgê (122x, pero 23x en deutero-canónicos; [= 81+99 = 180]).

“…aunque la renovación de la Iglesia sólo puede venir del retorno a su origen, tal renovación es algo completamente distinto de restauración, glorificación romántica del pasado (que, a fin de cuentas, sería tan poco cristiana como la simple modernización). Y esto se debe, en última instancia, a que el Jesús histórico, en el que se apoya la Iglesia, es a la vez el Cristo que ha de venir, el que la Iglesia espera; a que Cristo no es simplemente un Cristo ayer, sino a la vez el Cristo hoy y siempre (cfr. Heb 13, 8) ...” (J. Ratzinger, “Implicaciones pastorales de la doctrina de la colegialidad de los obispos”,Concilium 1 [1965] 63)


La Iglesia que Jesús quería

La pregunta siempre ha de ser, ¿cómo es la Iglesia que Jesús quería? Toda renovación debe mirar siempre “a las fuentes”. No confundir lo cultural con lo esencial.

La primera pregunta sería si Jesús quería una Iglesia y obviamente la respuesta es ¡no!” puesto que ya había una ekklêsía. Y por eso Jesús se propone restaurarla para que sea “como Dios quiere que sea” (de eso se trata el Reino). Una ekklêsía en la cual cada vez eran menos los que tenían cabida no se parece a la “casa” de Dios, al “pueblo” de “hermanos”.

Dios se elige un pueblo, ¿para qué? para que sepa ser “luz de las naciones” (la liberación plena que Dios quiere para todos necesita “encarnarse” con todas las limitaciones que esto implica). Por eso no interesa que sea ni el mejor, ni el más grande, ni el más fuerte de los pueblos. Le basta que sea uno pequeño que sepa mostrar a todos los demás pueblos que “otro mundo es posible”. No un ambiente donde triunfe el más apto, el más fuerte, el más poderoso sino un pueblo de “hermanos” y hermanas. La clave de la vida de todo Israel es ser precisamente “hermanos” (y hermanas):

¡Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré!” (Sal 22:23)

Cuando algunos empiezan a sentirse superiores, más perfectos, más puros, más santos que los demás, empiezan a socavar de raíz la asamblea. Cuando las mujeres son despreciadas y desvaloradas, los niños no son tenidos en cuenta, los pobres, los enfermos… entonces Israel debe ser restaurada, debe ser renovada. Por eso Jesús elige 12, no porque fueran “lo que hay” sino para dejar claro ante todos que viene a renovar a Israel. y con los 12 empieza un camino, camino que incluye mujeres, que abraza a los niños, que no es verdadero si los pobres no están en el centro.


Una eclesiología de comunión

La eclesiología que el Concilio propone es una “vuelta a las fuentes”, una eclesiología más parecida a la que Jesús impulsó mirando la realidad del presente histórico.

Claro que el hecho de que el Concilio haya vuelto a la eclesiología de comunión no implica que en todo ésta se manifiesta. Perder poder por parte de algunos, o el esfuerzo de pensar, re-crear y entender por parte de otros, hace que muchas veces 55 años después de terminado el Concilio, muchas veces se siga pensando o deseando una Iglesia piramidal (como cuando se dice “la Iglesia dijo” porque lo dijo un obispo o un papa). 

Acá debemos entender lo que en teología – desde los primeros siglos de la Iglesia y retomada especialmente a partir de la teología del Espíritu Santo se ha profundizado – que es lo que se llama la “recepción”. Podemos decir que algo es plenamente “eclesial” cuando el Pueblo de Dios lo hace “suyo”, lo “recibe como propio”. Así empezó la lista de libros de la Biblia: no están los que un Papa o un Concilio decidieron que estuvieran sino los que las distintas comunidades, con tiempos, con avances y retrocesos, con espiritualidad fueron reconociendo, y en comunión con las demás comunidades, como aquellos textos en los que Dios “nos” habla. Y lo mismo ha de decirse de los grandes santos de la Iglesia: son aquellas y aquellos en quienes el pueblo de Dios reconoció como que “Dios pasó por entre nosotros”. La Institución eclesial se limitó a reconocer lo que el pueblo ya había “recibido. Y lo mismo ha de decirse de los textos. No basta aquello que un Papa o un obispo “dice” o “escribe”; ciertamente él creerá que escribe acompañado por el Espíritu Santo, pero el pueblo de Dios, también él acompañado por el Espíritu Santo, acepta o se desentiende, reconoce que allí Dios está o no presente. Cuando el Pueblo de Dios “recibe” un momento eclesial, o un texto, allí empieza a ser verdaderamente eclesial. Para entender, basta con mirar textos que gozaron de gran recepción y otros que no lo tuvieron. Por ejemplo, se puede mirar la recepción eclesial que tuvieron los documentos de Medellín (1968) y Puebla (1979) y mirar, a su vez el de Santo Domingo (1992). El documento preparatorio de Aparecida lo reconoció: “Tenemos que reconocer que la recepción de esta Conferencia fue menos intensa que la lograda tras la Conferencia de Puebla” (CELAM, Documento de Síntesis de los aportes recibidos para la Vª Conferencia General Nº 23, 30 de marzo 2007).


Comunión en Comunidad

Pero la comunión o el andar juntos no es el de una “manada”, es el de un sueño compartido. Sueño empezado por Jesús, “que un día todos seríamos hermanos” (Carlos Mugica), que Dios reinaría en esa sororidad y fraternidad universal. Una manada va huyendo del peligro o donde un “macho alfa” la conduce, y empezamos mal si creemos que el “macho alfa” de la Iglesia es Francisco, o el obispo Carlos; el que conduce la Iglesia, “el alma de la Iglesia” es el Espíritu Santo (León XIII, Pio XII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benito XVI). Y no se trata, tampoco, de huir del peligro que sería “este mundo”, sino estar encarnados en este mundo. Encarnados supone barro. Embarrarse. El Papa Francisco les dijo en una carta a los obispos argentinos (17/4/2013), a pocos días de ser elegido sucesor de Pedro, que prefiere "mil veces" una iglesia accidentada que una iglesia enferma. Una Iglesia "que no sale", a la corta o a la larga, se enferma "en la atmósfera viciada de su encierro". "Es verdad -añadió- también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente". "La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autoreferencialidad; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar la dulce y confortante alegría de evangelizar".

Los pobres garantía de fidelidad

Cuando el Papa Juan convocó al Concilio para “abrir las ventanas”, para mirar al mundo, habló de “Iglesia de los pobres” (radiomensaje a un mes de inaugurar el Concilio Vaticano II, del 11/9/62) pero, salvo una intervención del cardenal Lercaro, uno de los presidentes de la asamblea, el tema no fue asumido en los documentos finales. Más tarde lo retomó Pablo VI (Evangelica testificatio [29/6/71] 17.18) y Juan Pablo II (Dives in misericordia [30/11/80] 3; Laborem exercens [14/9/81] 8) y las conferencias episcopales latinoamericanas de Medellín y Puebla. Sabemos la insistencia del Papa Francisco: “quisiera una Iglesia pobre para los pobres”, la primera vez en 17/3/13). Ellos no hacen sino hacer suyas las palabras de Jesús: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres el Evangelio” (Lc 4:18). Jesús es ungido (= Mesías) para los pobres. La Iglesia tiene el espíritu de Dios que es el “padre de los pobres” (pregón de Pentecostés); Dios es el “padre de los huérfanos y tutor de las viudas” (Sal 68,6). El camino de la Iglesia, el sueño de Jesús del reino universal de Dios, se mira desde los pobres, sólo si los pobres están en el centro la predicación es “para todos”; los pobres son el test de nuestra fidelidad. Desde el comienzo al final el evangelio eclesial por excelencia (Mateo) empieza ubicándonos del lado de los pobres. Desde las bienaventuranzas (cap.5) hasta el juicio final (cap. 25) los pobres se revelan como el test de la sinodalidad. ¿dónde estamos parados? ¿Hacia dónde caminamos? ¿Con quiénes caminamos? ¿Dónde está nuestro corazón?


Primeros sínodos americanos


"No hay cosa que en estas provincias de las Indias devan los prelados y demás ministros, así eclesiásticos como seglares, tener por más encargada y encomendada por Cristo Nuestro Señor, que es el Sumo Pontífice y rey de las almas, que el tener y mostrar un paternal afecto y cuidado al bien y remedio de estas nuevas plantas de la iglesia, como conviene lo hagan los que son ministros de Cristo. Y ciertamente, la mansedumbre de esta gente y el perpetuo trabajo con que sirven, y su obediencia y subjeción natural podrían con razón mover a cualquier hombre, por ásperos y fieros que fuesen, para que holgasen antes de amparar y defender estos indios que no perseguirlos y dejarlos despojar de los malos y atrevidos. Y así, doliéndose grandemente este santo Sínodo de que no solamente en tiempos pasados se les haya hecho a estos pobres tantos agravios y fuerzas con tanto exceso, sino que también el día de hoy muchos procuran hacer lo mismo, ruega por Jesucristo y amonesta a todas las justicias y gobernadores que se muestren piadosos con los indios... Y a los curas y ministros eclesiásticos manda muy de veras que se acuerden que son pastores y no carniceros, y que como a hijos los han de sustentar y abrigar en el seno de la caridad cristiana" (IIIer concilio de Lima; 1582-1583).

"Por cuanto ninguna parte de este nuestro Obispado está más necesitada de remedio espiritual para las almas de los indios que la provincia de Cuyo y éste es muy dificultoso de poner, porque depende en parte del gobierno de las cosas temporales, como es prohibir que no se saquen indios de la dicha provincia ni se traigan de mita a esta ciudad de Santiago y sus contornos, pasándolos por la cordillera nevada que ha sido sepultura de gran número de hombres y mujeres y niños que por el hambre y rigor de los temporales, de vientos y fríos excesivos, y venir muchas veces en colleras como galeotes porque no se vuelvan a sus tierras, han padecido miserablemente que sólo pensarlo causa compasión y horror que tal se hiciese entre gente cristiana, y por no haberse ejecutado las Cédulas y mandatos de Su Majestad, que siendo informado de tales crueldades y excesos los ha mandado remediar y que los dichos indios no vengan a servir las mitas, con que fueran más doctrinados y se hubieran reducido a partes y puestos cómodos donde se pudiese hacer la dicha doctrina y no se huyesen de temor a partes pantanosas y a las montañas y cerros, por la tiranía de los mestizos y gente desalmada, que les usurpan las mujeres e hijos y les hacen malos tratamientos y molestias, de que resulta que haya muchas mujeres apartadas de sus maridos…” (IIIer Sínodo de Santiago, 1626)

El Iº y IIº sínodo de Popayán (1555 y 1558) habla de los maltratos a los indios (ya en 1565 Bartolomé de Las Casas había escrito al Consejo de Indias) de lo robado a los indios que es contra derecho y que debe ser devuelto. Los encomenderos consiguen que la Corona no apruebe el sínodo y consiguen que en el futuro se les prohíba hablar de estas cosas. Toribio de Mogrobejo, Las Casas y otros multiplican las excomuniones. Las Casas dice:

"Docta y sanctamente lo hicieron los religiosos de la Orden de Sto. Domingo y San Francisco y S. Agustín en la Nueva España, conviniendo y concertándose todos a una de no absolver a español que tuviese indios por esclavos, sin que primero lo llevase a examinar ante la Real Audiencia” (Tratado sobre la esclavitud, 1552).

Y sobre los sacrificios humanos acota Bartolomé:

"… porque más con verdad podemos y muy mejor decir que han sacrificado los españoles a su diosa muy amada y adorada dellos, la codicia, en cada un año de los que han estado en las Indias después que entraban en cada provincia, que en cien años los indios a sus dioses en todas las Indias sacrificaban". (Bartolomé de Las Casas, controversia con Ginés de Sepúlveda, organizada por el rey Carlos V, 1555)

Y ya antes había escrito Domingo de Santo Tomás el futuro primer obispo residencial de La Plata (originalmente Chuquisaca, luego Sucre, Perú):

"Avrá quatro años que, para acabarse de perder esta tierra, se descubrió una boca del ynfierno por la cual entra cada año grand cantidad de gente que la cobdicia de los españoles sacrifica a su dios, y es una mina de plata que se llama Potosí". (carta al rey Carlos V, 1 de julio 1550)


¿Caminamos juntos?


Si el Sínodo supone “caminar juntos”, ¿vamos a caminar sólo con los que son “como nosotros”? ¿Vamos a caminar sólo “los perfectos”? ¿Vamos a tener en cuenta a los caídos al borde del camino?

Como pastor pastorea su rebaño: recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas. (Is 40:11)

La vida entera es un camino. Un camino que tiene un punto de partida, un trayecto, tropiezos, resbalones, saltos, retrocesos, caídas, alojamientos, lugares de alimento y de reposo, y una meta (si uno camina sin rumbo, es un errante, un vago; si camina con meta, es un peregrino). Pero es un camino para andar con otros, en comunidad, un syn-hodos.

Un camino que tiene un alimento, la fuente y cumbre de la vida cristiana: el amor. Pero un amor que es encarnado, por eso tiene el nombre de la misericordia, la compasión.

Como en los primeros sínodos de América, ¿quiénes son los que sufren? ¿quiénes los caídos? ¿quiénes los que están en la miseria? ¿por qué están caídos? Los primeros padres no sólo se pusieron del lado de los indios, sino que atacaron sus causas y causantes.


  • ·        Los profetas en la Biblia no sólo manifestaron la urgencia de que el Pueblo dé frutos de “derecho y justicia” para ser luz de las naciones, sino que enfrentaron a los que eran artífices de las tinieblas. No terminaron bien: “¿a qué profeta no mataron sus padres?” les dice Esteban a los que luego lo van a matar a él (Hch 7,52).

  • ·        Juan, el Bautista y Jesús, el de Nazaret, también terminaron como los profetas después de haber llamado “raza de víboras” a los religiosos de su tiempo (Mt 3,7; 12,34; 23,33).

  • ·        Los padres de la Iglesia también pusieron nombre y apellido a los responsables de la pobreza y el hambre: ladrones, avaros, licenciosos, amantes del lujo y desinteresados de la (mala) suerte de los pobres. “Lo que ha sido dado para el provecho de todos te lo apropiaste tú solo” (San Ambrosio); “si ustedes no se hartan de devorar y tragarse a los pobres, yo no me harto de echárselos en cara» (san Juan Crisóstomo; cité varios textos en https://blogeduopp1.blogspot.com/2018/11/la-divinidad-de-los-pobres-los-vicarios.html).

  • ·        Lo mismo ocurrió con los primeros padres de la Iglesia latinoamericana, que hemos citado. Y con los segundos. El caso de Enrique Angelelli, próximo beato, es sin duda paradigmático, y con él, el de san Oscar Romero, o el de tantos y tantas, especialmente – pero no solo – mártires por la justicia.

  • ·        El método Ver – Juzgar – Actuar, que inspiró –, en continuidad con la Iglesia latinoamericana, nuestro primer sínodo diocesano (vol. III, 18-27) sabe que debemos “mantener la mirada y el oído atentos a la realidad, a los acontecimientos que interpelan a la Iglesia, a las situaciones que viven personas, familias y barrios y que nos muestran reivindicaciones y aspiraciones que únicamente el Evangelio de Jesús puede iluminar y sólo la aceptación de Cristo Camino, Verdad y Vida puede colmar” (nº 27).

Con ironía, J. I. González Faus dice que algunos pareciera que dicen “y la Palabra se hizo nube y sobrevoló sobre nosotros” (Etty Hillesum. Una vida que interpela, Sal Terrae, Santander 2008, p.73). No hay un Jesús que camine, ni hay un “nosotros” caminando.


Con quienes caminamos

Sin duda habrá quienes no quieren caminar con nosotros, aunque no debamos dejar de invitarlos a hacerlo. Pero ¿podemos caminar habiendo quienes están caídos al borde del camino? El Papa ha hablado con frecuencia de la Iglesia “hospital de campaña” (Conferencia Inaugural del ciclo lectivo de la Facultad de Teología de Buenos Aires, 2014). Tomando la imagen de teólogos latinoamericanos, Aparecida habló de una “Iglesia samaritana” (DA 27), esto es, la que “se hace prójimo” al tener misericordia con los caídos al borde del camino. Con esos no se puede caminar juntos, se los ha de cargar en nuestra cabalgadura y llevarlos a la posada.

En nuestra Iglesia diocesana, que peregrina en Quilmes, Florencio Varela y Berazategui, ¿quiénes son los que “sobran”? ¿Los que están en las periferias sociales, económicas o existenciales? ¿Podemos caminar sin ellos? Mirando los 4 ejes que nos constituyen diocesanamente desde nuestras fuentes:

·        ¿Quiénes son los que no caminan a nuestro lado escandalizados por la falta de unidad de los cristianos? ¿Los que no pueden entender que todos hablemos de casi lo mismo y no sepamos caminar juntos nosotros mismos?

·        ¿Quiénes son los que no caminan a nuestro lado porque no recibieron el anuncio del Evangelio? ¿Los que escucharon noticias superficiales o “golosinas del espíritu” que no nutren su camino sino solamente emociones o instantes? ¿Quiénes los que ante sus vidas reales y sus dolores y angustias concretas no han recibido el anuncio de Buenas Noticas también reales y concretas?

·        ¿Quiénes son los que no caminan a nuestro lado porque no son reconocidos en su dignidad humana, por ser inmigrantes, o pobres, o jóvenes de los barrios a los que se puede despreciar sin dificultad desde el poder?

·        ¿Quiénes son los que no caminan a nuestro lado porque no hacen sino buscar trabajo o pan para sus hijos sin el abrazo fraterno y sororal que los acompañe?

Pablo cuestionaba muy duramente a aquellos de las elites de la comunidad que se creían más importantes que los demás por no ser como ellos (1 Cor 12,21), o no tener sus dones espectaculares, o que terminaban logrando que los débiles e insignificantes no se sintieran parte del cuerpo eclesial por no ser como ellos (12,15-16). Y les reitera que los más importantes y valorables son los más “débiles” (12,22).

En este caminar juntos, ¿quiénes son los más escuchados? ¿los más valorados o respetados? ¿Volveremos a una Iglesia piramidal donde las voces son escuchadas jerárquicamente? Si somos Iglesia de hermanas y hermanos, ¿cómo se escuchan sus voces? En tiempos de Jesús, el dicho “dime con quién andas y te diré quién eres” funcionaba a la perfección. Jesús era tenido por “comilón y borracho” por andar con publicanos y pecadores (Lc 7,34). Quizás a algo por el estilo se refiera el Papa al pedir “pastores con olor a oveja” (por primera vez el Jueves Santo, 28/3/2013). ¿Qué dicen de nosotros, los cristianos de Quilmes en nuestros barrios? ¿A qué olemos? Porque no es lo mismo oler a oveja que a perfume francés; no es lo mismo que nos llamen “comilones y borrachos” que nos digan “monseñores” o “padres”.

No es tan importante que la diócesis haga un Sínodo. Lo importante es ser Iglesia sinodal. Iglesia en salida o en camino; Iglesia donde haya quienes recojan a los caídos y los atiendan, que espere a los rezagados y los abrace. Iglesia donde haya quienes canten en medio de la fiesta, celebrando la vida, escuchando (mucho más que hablando). Iglesia donde los profetas griten los proyectos de Dios, marcando rumbos, cuestionando los carteles indicadores que conducen al sinsentido y mostrando los senderos de la vida y la esperanza, de la paz y la alegría. Iglesia que mire atentamente los faros de nuestra historia, como son los mártires y los santos de ayer y de hoy. Mirando la imagen señera del beato Enrique Angelelli y el rostro sereno de Jorge Novak indicándonos “es por acá”. Dejándonos guiar por esta nube de testigos seremos una Iglesia sinodal y – sin duda alguna – muchos serán felices de caminar así con nosotros.


Foto María Belén Marino