Palabras de Jon Sobrino en el estreno del documental sobre la vida de Pedro Casaldáliga.
Auditorio "Ignacio Ellacuría". Universidad Centroamericana de El Salvador
Buenas noches tengan todos y todas ustedes. Desde hace mucho tiempo no
recuerdo un auditorio tan repleto y con tanto interés. No suelo ir la
cine, ni menos soy cineasta. Solo puedo decir que esta película me ha
gustado mucho. Me ha hecho participar, si se me permite hablar así, de
la liturgia de la historia. Y para ser sincero, he sentido mayor
devoción que en muchas otras. La película es impactante y es muy
comprensible para las personas de mi generación, los que estamos aquí de
El Salvador, pero también para gente de Guatemala, sobre todo de la
zona indígena, para gente de algunas partes de México… Habrán notado que
varias escenas son distintas, a veces muy distintas, a lo que ha
ocurrido aquí, pero también se parecen mucho.
Una
religiosa, la hermana Irene, me ha recordado a Anna Manganaro la
religiosa que trabajó como médico en Güarjila. La crueldad de las
torturas de dos pobres hombres guindados de los pies me recordaba a la
crueldades de las que nos hablaba el Padre Cortina: a una mujer encinta
abrieron el vientre para sacar el feto y ensartarlo. Al final de la
película se habla de muertos. Aquí ha habido miles en el campo. Las
escenas de curia con el cardenal Ratzinger están un poco estilizadas,
pero las palabras son auténticas. El cardenal le reclama “¿cómo habla
usted de mártires?” Y don Pedro le responde: “¿pero qué cosas pregunta
usted, señor cardenal?” Mártir fue Jesús de Nazaret. ¿Hizo política? ¿La
cruz fue política? Y en la película es central la tierra. Es la vida
del pueblo, su tradición, su dignidad. La tierra es todo, y si se la
quitan ¿qué le queda al pueblo? La muerte. ¿Y si se la quitan de manera cruel, como ha ocurrido aquí? Entonces queda un pueblo crucificado. Aquí lo sabemos bien. A continuación, entre
otras muchas posibles, solo quiero hacer algunas breves reflexiones.
Después recordaré mis encuentros con don Pedro.
La honradez con lo real, la voluntad de verdad.
La película comienza y termina con Casaldáliga en la Curia Romana.
Tomadas en unidad, las escenas son decisivas, ciertamente para el
director. No se trata de alabar o criticar a las curias, sino de mostrar
que “ni las curias ni la iglesia institucional le desviaron de decir la
verdad”. Don Pedro nunca la ocultó, ni se dejó llevar por lo
políticamente correcto. Tampoco aceptó chantajes burdos: “Si usted dice
estas cosas, sufrirá persecución”. Ni por chantajes sutiles: “¿Y si le
quitan de obispo y su sucesor no prosigue lo que usted ha sembrado?” Es
el gran chantaje: si sigue así, al pueblo le irá peor. Casaldáliga
dice la verdad de tal manera que desarma a los que le interrogan. Y
aunque no aparece en la película, por lo que he oído, en la realidad don
Pedro terminó la conversación con el cardenal Ratzinger chivo estas palabras fraternales. “¿Por qué no rezamos juntos un Padre nuestro?”.
Esta honradez con lo real y la convicción de que la verdad trae grandes
bienes aparece en una escena que me ha encantado. La Conferencia
Episcopal rechaza publicar un texto, que habían escrito Casaldáliga y
los suyos, en el que se analiza la espantosa situación de Brasil para
los pobres. Don Pedro, sin inmutarse, pregunta dónde se puede encontrar
una imprenta artesanal. Irene, la religiosa, le dice que conoce a
alguien que les puede ayudar, pero hay que sacarlo de la cárcel. Así fue, y
así hicieron pública la verdad de Brasil. Esto vale para todos.
Ciertamente para una universidad que busca la verdad y debe decirla.
Un hombre del evangelio.
De espiritualidad hoy hablamos mucho, y don Pedro escribió un libro
sobre espiritualidad junto con José María Vigil. Pero lo más suyo
es volver siempre al evangelio y a los pobres. En la película el volver a
los pobres y amarlos. Aparece en casi todas las escenas. Y también
aparece el evangelio como espiritualidad primigenia. Al final de la
película se escucha una voz recitando un poema que Casaldáliga escribió
hace muchos años:
No tener nada.
No llevar nada.
No poder nada.
No pedir nada.
Y, de pasada,
no matar nada;
no callar nada.
Solamente el Evangelio, como una faca afilada.
Y el llanto y la risa en la mirada.
Y la mano extendida y apretada.
Y la vida, a caballo, dada.
Que se pone ante Dios. En la película se le ve rezar. Las escenas no
son muchas y son breves. Mucho mas tiempo pasa con la gente. No reza
como un monje, sino como Jesús. Reza para estar ante Dios y con Dios. Y
siempre aparece rezando cuando algo les ha ocurrido a los pobres. Y
cuando cierra los ojos y junta las manos, algo pasa entre don Pedro y su
Dios.
Tres recuerdos
El primero es de 1980 en Sao
Paulo, en una reunión de teólogos, comunidades de base, religiosas,
sacerdotes y obispos. Por cierto el Cardenal Arns tuvo que intervenir
para que el Vaticano no prohibiese la reunión. Yo no había visto nunca a
Casaldáliga. Cuanto nos encontramos me dio un abrazo, y me pareció que
le había conocido toda la vida. Le vi un hombre libre. Muy dentro de la
Iglesia pero “en rebelde fidelidad”. Enseguida pensé en Monseñor Romero,
que aquellos días vivía en medio de grandes dificultades, y le
dolían sus problemas con “los hermanos obispos”, como lo escribió en su
diario espiritual. Le pedí a don Pedro que le escribiese una carta
dándole ánimos. Mataron a Romero y recibí una carta de Casaldáliga.
“Jon, no le escribí a Romero una carta a máquina, pero cuántas veces le
he escrito estos días... Te mando un poema”. Lo leí y lo distribuimos
cuanto antes. El poema era “San Romero de América”. Y termina: “pastor y
mártir nuestro, nadie hará callar tu última homilía”.
El
segundo recuerdo es de 1985. Don Pedro no había salido nunca de Brasil
incluso cuando falleció su madre en España. Pero Estados Unidos estaba
apoyando a la contra en Nicaragua y bombardeaba aeropuertos civiles,
como el de Corinto. Escoto, el primer ministro
nicaragüense se puso
en huelga de hambre. Casaldáliga salió de Brasil y se vino a Nicaragua a
participar en la huelga de hambre. Antes de irse dijo que el día en que
Estados Unidos invadiese a Nicaragua él regresaría sin pensarlo.
Estando en Nicaragua le invité a venir a El Salvador. “Estás a una hora
de avión de la tumba de Monseñor Romero”. Y vino a la tumba. Nos visitó
en la UCA y le invitamos a hablar en la Capilla. En una foto que lo
recuerda, está
sentado ante una mesa con Ellacuría a su derecha.
Bromeaba con él con simpatía e ironía. Agarrándole del cuello le decía:
“ustedes los teólogos”. Yo estaba al otro lado. De las muchas cosas que
dijo, una se me quedó grabada: “Sólo los pobres son libres... Los que
tienen mucho olvídense de ser libres”. Al final alguien le pidió que leyese el poema sobre Monseñor Romero. Lo leyó con devoción. Y aplaudimos con alegría.
El tercero es de marzo de 1990. Yo regresaba de Santa Clara,
California, a dónde había llegado desde Tailandia tras el asesinato de
los jesuitas. Casaldáliga llegó para celebrar el aniversario de Monseñor
Romero, y hacer las muchas cosas que suele hacer en sus viajes. Vino a
verme cuanto antes. Yo era el superviviente, y don Pedro los llevaba en
el corazón. Unas de mis hermanas también vino de España, y Casaldáliga
la trato con cariño entrañable. En la vigilia del aniversario de
Monseñor en la plaza ante catedral a Casaldáliga le pidieron recitar su
poema “San Romero de América”. Alguien le dijo, con buena voluntad, que
tuviese cuidado con llamar “Santo” a Monseñor Romero. Y don Pedro le
contestó sin pestañear. “Aquí la gente le ha llamado santo sin mucha
discusión ¿verdad?”. Y añadió con humor e ironía: “Además, de llamarle
santo o no se pueden preocupar canonistas y teólogos. Yo solo soy un
poeta. Recuerdo esta anécdota porque pone de relieve el humor y la
ironía de don Pedro. Y ese aspecto de su carácter lo he echado un poco
en falta en la película.
También rezó en el jardín de rosas y allí
habló largo con Obdulio. Después le dije: “a los poetas no se les puede
exigir inspiración. Pero cuando tengas un tiempo, así como escribiste el
poema a Monseñor Romero, y a muchos otros, si puedes, escribe un poema
sobre estos hermanos nuestros, los jesuitas asesinados, Julia Elba y
Celina”. Y lo hizo. Lo recito ahora, y ojalá no me falle la memoria.
“Ya sois la verdad en cruz,
y la ciencia en profecía
y es total la Compañía
compañeros de Jesús.
El juramento cumplido,
la UCA y el pueblo herido
dictan la misma lección
desde las cátedras fosas
y Obdulio cuida las rosas
de nuestra liberación”.
Casaldáliga tiene 85 años y un Parkinson que casi no le permite
moverse. Ya no viaja, camina de su casita a la capilla. En ella tiene
dos reliquias muy queridas. Una de ellas es un poco de sangre de
Monseñor Romero. Y la otra es un pedacito del cráneo de Ellacuría.
Don Pedro mantiene su esperanza. Nos la mantiene a todos, y en primer lugar mantiene la esperanza de los pobres.
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