Cruz del Eje, Córdoba, Argentina, Septiembre de 2012
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La diaconía o servicio, característica específica, si bien no exclusiva, del ser del diácono en su participación del sacramento del orden sagrado; implica configurarse y ser signo de Cristo servidor. De aquel que dijo: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc. 10, 45; Mt. 20, 28). Esto queda claramente reflejado en el “Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes” nº 47:
La primera y la más fundamental relación es con Cristo que ha asumido la condición de siervo por amor al Padre y a sus hermanos, los hombres. El diácono en virtud de su ordenación está verdaderamente llamado a actuar en conformidad con Cristo Siervo. El Hijo eterno de Dios, «se despojó de sí mismo tomando condición de siervo» (Fil 2, 7) y vivió esta condición en obediencia al Padre (cf. Jn 4, 34) y en el servicio humilde hacia los hermanos (cf. Jn 13, 4-15). En cuanto siervo del Padre en la obra de la redención de los hombres, Cristo constituye el camino, la verdad y la vida de cada diácono en la Iglesia.
Toda la actividad ministerial tendrá sentido si ayuda a conocer mejor, a amar y seguir a Cristo en su diaconía. Es necesario, pues, que los diáconos se esfuercen por conformar su vida con Cristo, que con su obediencia al Padre «hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2, 8), ha redimido a la humanidad”.
Es desde esta perspectiva que la vida del cura Brochero, quién desde el sacramento del orden también participa de este ser signo de Jesús Siervo, puede ser de gran luz para profundizar en las características del ser del diácono. A poco de conocer su obra, inmediatamente se percibe esta necesidad de ponerse al servicio del otro que va mucho más allá de la obra de beneficencia. Que implica, como dirá San Pablo (1 Cor. 9,22), hacerse uno con sus realidades, sus problemas, sus angustias, sus esperanzas.
Lo vemos cuando recién ordenado sacerdote (1866), en Córdoba, se pone al servicio de los afectados por el cólera o, muchos años después (1901), cuando siendo canónigo lucha por mejorar las condiciones de vida de los presos, acelerar los trámites judiciales o conseguir un indulto. Cuando en 1869 es designado cura del curato de San Alberto, esta caridad de Cristo (cfr. 2 Cor. 5,14) se expresa al hacerse participe de las carencias de su comunidad: Aislamiento, pobreza, ignorancia, divisiones y rencores, por decir solo algunas y todo esto sumado a una gran orfandad y abandono espiritual.
Frente a esta realidad, Brochero, se pone al servicio de la comunidad pero haciéndose uno con ella, compartiendo su realidad y, con ella, buscando y realizando soluciones que contribuyan al desarrollo integral.
Su servicio no se agota en lo asistencial, ni aún en lo promocional. Su primera preocupación es llevar a sus paisanos a Cristo, por ello su esfuerzo por llevar a sus feligreses a ejercicios espirituales o, después, en la construcción de la casa de ejercicios; pero también sus desvelos por hacer caminos, acueductos, escuelas. En este sentido vemos que no hay obra demasiado grande o difícil de encarar si contribuye a mejorar las condiciones de vida de sus feligreses y llevarlos a Dios.
Brochero está con todos y cada uno llevando la palabra de Dios.
Aporta ideas y trabaja codo a codo con sus feligreses para llevarlas a cabo: acarrea troncos o baldes, hace adobe, remueve piedras; comparte con ellos momentos de descanso o lucha ante las distintas autoridades para remediar o mejorar situaciones.
Recorre rancho por rancho de su enorme curato y lleva un número impresionante de personas a los ejercicios pero, a la vez, se preocupa por la comida que debe quedar en la casa los días que los hombres no estén o por el alimento de los animales que llevarán a los ejercitantes.
Escribe y da pláticas de profunda espiritualidad o se castiga físicamente para rogar por la conversión de sus parroquianos a la vez que programa las comidas y acarrea la leña o se levanta de madrugada para calentar el agua. Cruza el rio embravecido por llevar a un alma la reconciliación o escribe a un ministro reclamando por el sueldo atrasado de una maestra rural o el encargado de una estafeta postal.
En Brochero, esto es una opción de vida, de quién, como Jesús, se siente, por el sacramento del orden, siervo del Padre y servicio de todos los hombres. De aquel que, configurado con Cristo, “al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor”. (Mt. 9, 36)
Brochero, desde su ministerio pastoral ejerce una verdadera diaconía que, como dice el Directorio en su número 38, hizo experimentar al hombre el amor de Dios y lo indujo a la conversión a abrir su corazón a la gracia. En tal sentido su vida y su obra son una fuente inagotable de riquísima inspiración para la vida y la obra del diácono y merece a través de los testimonios, sus cartas y escritos, un análisis profundo; [A] análisis que, espero, podamos profundizar a lo largo de estas páginas y en sucesivos artículos.
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