Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede.
¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente?
¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?
Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel.
Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo".
Leer el comentario del Evangelio por :
Beato Juan Pablo II
Encíclica “Dives in Misericordia” § 15 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana rev.)
La Iglesia tiene el derecho y el deber de recurrir al Dios de la
misericordia “con poderosos clamores”(He 5,7). Estos poderosos clamores deben
estar presentes en la Iglesia de nuestros tiempos... un grito que implore la
misericordia en conformidad con las necesidades del hombre en el mundo
contemporáneo... Dios que es fiel a sí mismo, a su paternidad y a su amor. Y
al igual que los profetas, recurramos al amor que tiene características
maternas y, a semejanza de una madre, sigue a cada uno de sus hijos, a toda
oveja extraviada, aunque hubiese millones de extraviados, aunque en el mundo
la iniquidad prevaleciese sobre la honestidad, aunque la humanidad
contemporánea mereciese por sus pecados un nuevo « diluvio », como lo mereció
en su tiempo la generación de Noé.
Recurramos al amor paterno que Cristo nos ha revelado en su misión mesiánica y que alcanza su culmen en la cruz, en su muerte y resurrección. Recurramos a Dios mediante Cristo, recordando las palabras del Magnificat de María, que proclama la misericordia “de generación en generación”. Imploremos la misericordia divina para la generación contemporánea...
Elevemos nuestras súplicas, guiados por la fe, la esperanza, la caridad que Cristo ha injertado en nuestros corazones. Esta actitud es asimismo amor hacia Dios, a quien a veces el hombre contemporáneo ha alejado de sí ha hecho ajeno a sí, proclamando de diversas maneras que es algo “superfluo”. Esto es pues amor a Dios, cuya ofensa-rechazo por parte del hombre contemporáneo sentimos profundamente, dispuestos a gritar con Cristo en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,24). Esto es al mismo tiempo amor a los hombres, a todos los hombres sin excepción y división alguna: sin diferencias de raza, cultura, lengua, concepción del mundo, sin distinción entre amigos y enemigos.
Recurramos al amor paterno que Cristo nos ha revelado en su misión mesiánica y que alcanza su culmen en la cruz, en su muerte y resurrección. Recurramos a Dios mediante Cristo, recordando las palabras del Magnificat de María, que proclama la misericordia “de generación en generación”. Imploremos la misericordia divina para la generación contemporánea...
Elevemos nuestras súplicas, guiados por la fe, la esperanza, la caridad que Cristo ha injertado en nuestros corazones. Esta actitud es asimismo amor hacia Dios, a quien a veces el hombre contemporáneo ha alejado de sí ha hecho ajeno a sí, proclamando de diversas maneras que es algo “superfluo”. Esto es pues amor a Dios, cuya ofensa-rechazo por parte del hombre contemporáneo sentimos profundamente, dispuestos a gritar con Cristo en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,24). Esto es al mismo tiempo amor a los hombres, a todos los hombres sin excepción y división alguna: sin diferencias de raza, cultura, lengua, concepción del mundo, sin distinción entre amigos y enemigos.
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