14 agosto 2012

Evangelio de Juan 6, 51-58

Domingo XX Tiempo Ordinario
19 agosto 2012

En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos:
* Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan
vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.
Disputaban entonces los judíos entre sí:
* ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
* Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe
mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo
modo, el que me come, vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres,
que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.

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TODO SOY YO
“Cualquier ser humano forma parte de ese todo que llamamos universo,
una parte limitada en el tiempo y en el espacio. Se siente a sí mismo, sus
pensamientos y sensaciones, como si estuviera separado del resto, una
especie de ilusión óptica de la conciencia. Esta ilusión funciona como una
cárcel que nos restringe al ámbito de nuestros deseos personales y al afecto
de unas pocas personas cercanas. Nuestro objetivo consiste en liberarnos de
esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión, para que abarque todas
las criaturas vivas y el conjunto de la naturaleza en toda su belleza”
(Albert Einstein).
En este momento del discurso que el autor del cuarto evangelio pone en
boca de Jesús, el “pan” deja paso a la “carne”: el lector se da cuenta de que, a
partir de ahora, el tema central va a ser propiamente la eucaristía.
Durante siglos, y como consecuencia de la interpretación de la muerte
de Jesús en clave expiatoria, la eucaristía se entendió como el “santo sacrificio
de la Misa”, en el que, de forma incruenta, se actualizaba realmente el sacrificio
de la cruz.
Como cualquier otra, también esta interpretación era deudora de
esquemas previos. Esquemas, sin embargo, que no parecen remontarse al
maestro de Nazaret, sino a la cultura helenística donde se fraguó la primera
2
teología cristiana. El desarrollo teológico posterior no haría sino intensificarla,
hasta absolutizar los conceptos que pretendieron “apresar” la intuición primera
en dogmas definitivos.
Hasta donde podemos conocer, o incluso intuir, el origen de la eucaristía
–en el contexto de la Pascua judía- fue una cena, en la que Jesús compartió
con sus seguidores más cercanos el sentido que daba a su vida y a su muerte.
En aquel marco, no específicamente “religioso”, el lugar central correspondió al
hecho mismo de la comida y a las palabras de Jesús sobre el pan: “Esto soy yo”.
Así vista, la eucaristía no es tanto un acto “religioso” –menos aún,
el “sacrificio incruento de la cruz”-, cuanto la celebración espiritual de la Unidad
que somos.
El pan era el alimento básico en las sociedades del Mediterráneo del
siglo I. Representaba, por tanto, la propia subsistencia y, en último término,
toda la realidad.
Cuando Jesús dice, sobre el pan, “esto soy yo”, está expresando su no-
separación de todo lo real. Si el pan representa la realidad entera –nuestra
vida, la humanidad, el cosmos…-, las palabras de Jesús alcanzan a todo lo real.
Todo “soy yo”.
Probablemente, no exista otro modo de expresar mejor la conciencia de
la no-dualidad: más allá de las separaciones solo aparentes, más allá incluso de
las diferencias superficiales, todo es Uno.
Por otro lado, tal afirmación resulta admirablemente coherente con
aquella otra: “El Padre y yo somos uno”. Quien se sabe Uno con la Fuente o el
Fondo de lo real, se experimenta también Uno con todas las formas en que lo
real se manifiesta.
No se trata, por tanto, de palabras mágicas que produzcan como
resultado lo que luego habría de llamarse “transubstanciación”, sino de la
expresión de la verdad más sublime en la que reconocernos. Jesús expresa lo
que somos todos, aunque todavía no lo hayamos visto.
“Todo soy yo” –una variante lingüística del “Yo Soy”- nos remite nada
menos que a nuestra Identidad última, que compartimos con Jesús y con todos
los seres, en el mismo y único Fondo.
La Eucaristía, por tanto, no es un rito “religioso”, ni separado, sino el
recordatorio y la celebración de lo que somos. Eucaristía es, por tanto, toda la
vida…, siempre que la vivimos desde esa conexión profunda con quienes
somos. Comer, hablar, trabajar, descansar, jugar… todo es eucaristía, porque
todo es expresión de la Unidad que se despliega.
El autor del cuarto evangelio insiste reiteradamente en comer la carne,
como fuente de vida: “El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en
él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me
come, vivirá por mí”.
Tal insistencia no hay que leerla, evidentemente, de un modo literal
(como propuesta de una especie de “canibalismo sagrado”), sino como la
invitación a reconocernos no-separados de Jesús. Consciente de estar viviendo
por (desde) el Padre –desde la Fuente última de lo Real-, Jesús quiere
hacernos ver que somos todos quienes compartimos esa misma realidad.
3
Es lo que quiere expresar esta perla del sufismo:
“Llamé a la puerta.
Y me preguntaron: ¿quién es?
Contesté: soy yo.
La puerta no se abrió.
Llamé de nuevo a la puerta.
Otra vez la misma pregunta: ¿quién es?
Contesté: soy yo.
Y la puerta no se abrió.
Otra vez llamé.
Y de nuevo me preguntaron: ¿quién es?
Contesté: soy tú.
Y la puerta se abrió”
(Tomado de Joan GARRIGA BACARDÍ, Vivir en el alma. Amar lo que es, amar
lo que somos y amar a los que son, Rigden Institut Gestalt, Barcelona 2011,
p.55).

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