Se puso en camino... Lc 1, 39-45
ACOMPAÑAR A VIVIR
En
este día de la Asunción de María, vamos a intentar descubrir uno de los
rasgos más característicos del amor cristiano, se trata de saber acudir
junto a quien puede estar necesitando nuestra presencia.
Ese es
el primer gesto de María después de acoger con fe la misión de ser
madre del Salvador. Ponerse en camino y marchar aprisa junto a otra
mujer que necesita en estos momentos su cercanía.
Hay una manera
de amar que debemos recuperar en nuestros días y que consiste en
"acompañar a vivir" a quien se encuentra hundido en la soledad,
bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o sencillamente
vacío de toda alegría y esperanza de vida.
Estamos consolidando
entre todos una sociedad hecha sólo para los fuertes, los agraciados,
los jóvenes, los sanos y los que son capaces de gozar y disfrutar de la
vida.
Estamos fomentando así lo que alguien ha llamado «el
segregarismo social». Reunimos a los niños en las guarderías, instalamos
a los enfermos en las clínicas y hospitales, guardamos a nuestros
ancianos en asilos y residencias, encerramos a los delincuentes en las
cárceles y ponemos a los drogadictos bajo vigilancia...
Así,
todo nos parece que está en orden. Cada uno recibirá allí la atención
que necesita, y los demás nos podremos dedicar con más tranquilidad a
trabajar y disfrutar de la vida sin ser molestados.
Entonces
procuramos rodearnos de personas simpáticas y sin problemas que no
pongan en peligro nuestro bienestar, convertimos la amistad y el amor en
un intercambio mutuo de favores, y logramos vivir «bastante
satisfechos».
Sólo que así no es posible experimentar la alegría
de contagiar y dar vida. Se explica que muchos, aun habiendo logrado un
nivel elevado de bienestar y tranquilidad, tengan la impresión de que
viven sin vivir y que la vida se les escapa aburridamente de entre las
manos.
El que cree en la encarnación de un Dios que ha querido
compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra indigencia, se siente
llamado a vivir de otra manera.
No se trata de hacer «cosas
grandes». Quizás sencillamente ofrecer nuestra amistad a ese vecino
hundido en la soledad y la desconfianza, estar cerca de ese joven que
sufre depresión nerviosa, tener paciencia con ese anciano que busca ser
escuchado por alguien, estar junto a esos padres que tienen a su hijo en
la cárcel, alegrar el rostro de ese niño solitario marcado por la
separación de sus padres.
Este amor que nos hace tomar parte en
las cargas y el peso que tiene que soportar el hermano es un amor
«salvador», pues libera de la soledad e introduce una esperanza y
alegría nueva en quien sufre, pero se siente acompañado en su dolor.
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