Vida pastoral, mayo-junio 2007
El
4º domingo de Pascua, o “del Buen Pastor” se dedica también a la “Jornada
Mundial por las
Vocaciones” en las que se incluyen peticiones por las “vocaciones sacerdotales y religiosas”, aunque algunos reemplazan la última palabra por “vida consagrada” y los más audaces lleguen a mencionar al “apostolado misionero”.
Vocaciones” en las que se incluyen peticiones por las “vocaciones sacerdotales y religiosas”, aunque algunos reemplazan la última palabra por “vida consagrada” y los más audaces lleguen a mencionar al “apostolado misionero”.
Además,
como se lo sintetiza en un valioso artículo de Octavio Groppa sobre la vocación
(Vida Pastoral, enero-febrero 2007) “el ministerio ordenado en la Iglesia
Católica Romana todavía está asociado a la vida celibataria”. (Entiendo que se
está refiriendo sólo al presbiterado de la Iglesia Católica de rito Latino,
porque la de rito Oriental suele ordenar varones casados, realidad poco
conocida en nuestro país.)
Sin
embargo, a partir del Concilio Vaticano
II ha comenzado a expandirse con fuerte impulso en la Iglesia Católica de rito Latino el
ministerio de varones casados, que reciben el Orden del Diaconado y son conocidos popularmente como
“diáconos permanentes”, “padre diácono” o simplemente “el diácono”.
El
término “permanente” aplicado a quienes no son
destinados al presbiterado se utiliza para diferenciarlos de los que sí
lo están y que el canon 1035,1 del Código de Derecho Canónico en la versión
castellana los incluye dentro del “diaconado transitorio” (en latín: transeunte)
Este
juego de palabras le permitía ironizar al Cardenal Juan Carlos Aramburu cuando
le preguntaban porqué la Arquidiócesis de Buenos Aires no tenía “diáconos
permanentes”. Respondía: “porque tenemos permanentemente diáconos”
UNA LLAMATIVA EVOLUCIÓN
ESTADÍSTICA
En
1989 los diáconos permanentes en el mundo eran 12.541, seis años después, en
1995 aumentan a 21.000 y en 2003 se registran 31.024. Si se mantiene la
constante y proyectando los datos, es de suponer que en el año 2009 se
registrará un aumento de más del 200% en un lapso de sólo 20 años.
Concretando
en nuestro país, dónde existen alrededor de 850 dice la socióloga Beatriz
Balian: “El número de diáconos permanentes en Argentina presenta una fuerte
tendencia creciente, pero podría decirse que ese desenvolvimiento se ha
desarrollado con resistencias, debido a la gran transformación radical que
significa incorporar hombres casados al mundo de los clérigos donde la pauta
generalizada era ser solteros. Por otro lado el análisis de los diáconos
permite advertir que las dificultades también aparecen entre los mismos
diáconos. Es muy interesante observar que en los diferentes encuentros
nacionales, en forma constante aparecen tres temas como principales: 1) la
identidad del diácono 2) la esposa y familia del diácono y 3) la renovación de
la Iglesia.”
¿Será
un signo de los tiempos que tendremos que leer cuando esta llamativa evolución
estadística se refiere a una vocación que, salvo excepciones, se excluye de la
“oración por las vocaciones” y de “campañas vocacionales”? ¿Acaso estará
hablando Dios a través de los hechos que tan visiblemente ocurren en la Iglesia
Católica de rito latino?
“TIENE VOCACIÓN…DE DIÁCONO”
Cuando
Guillermo, un jovencito de 8 años, vecino a la zona de la rotonda de
Alpargatas, en el conurbano sur de Buenos Aires, le pidió a su mamá que le
hiciera una túnica blanca para ser monaguillo, ésta le preguntó: ¿y querés ser cura como el Padre Eduardo?. – No, quiero
ser diácono como los dos hombres que están en el altar al lado de él….
La
antigua expresión con la que alguien decía “ese joven tiene vocación…” y que se
entendía como “tiene vocación para ser cura” tendrá que irse modificando con la
aclaración, poco usada todavía de “tiene vocación para diácono permanente”. Afirmación que lleva a
suprimir la frase que pudo verse en algún plan de pastoral: “ante la falta
de vocaciones, se fomentará la ordenación de diáconos permanentes…”
Las
Normas Básicas para la formación de los Diáconos Permanentes o Ratio
Fundamentalis (Rf) parte de una reflexión de Juan Pablo II en la
Exhortación Pastores dabo vobis,
referida a toda vocación, como diálogo entre el llamado divino y la
respuesta de libertad humana, para luego aplicarla a la vocación diaconal.
“La
historia de toda vocación sacerdotal, como también de toda vocación cristiana,
es la historia de un inefable diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de
Dios que llama y la libertad del hombre que, en el amor, responde a Dios.(Juan
Pablo II)
Pero
junto a la llamada de Dios y a la respuesta del hombre, hay otro elemento
constitutivo de la vocación y particularmente de la vocación ministerial: la
llamada pública de la Iglesia: Se dice ser llamado por Dios quienes son
llamados por los ministros legítimos de la Iglesia (Catecismo Tridentino)
La expresión…debe tomarse en sentido sacramental, que
considera a la autoridad que llama como el signo y el instrumento de la
intervención personal de Dios, que se realiza con la imposición de las manos.
En
esta perspectiva, toda elección regular expresa una inspiración y representa
una elección de Dios. El discernimiento de la Iglesia es, por tanto, decisivo
para la elección de la vocación; y mucho más, por su significado eclesial, para
elegir una vocación al ministerio ordenado.” (Rf, 29)
ALGUNOS INDICIOS DE LA VOCACIÓN.
Salvo
experiencias religiosas extraordinarias y poco frecuentes, la mayoría de quienes han de
decidir sobre la elección de carrera, los trabajos profesionales y la decisiva orientación de la vida, el
matrimonio, la vocación laical o cualquier forma de consagración religiosa, tendrán que estar atentos a los “indicios” o
“señales” que provienen del entorno que los rodea.
Estas
pistas suelen advertirse a través de las actitudes más constantes, las
opiniones de verdaderos amigos, y los propios interrogantes que sobre el
destino de la existencia se van
formulando y cuyas respuestas se concretan en el modo de desplegar sus
opciones.
A
ellos la pastoral cristiana agrega los consejos y sugerencias que provienen de
la práctica del sacramento frecuente de la Reconciliación y del diálogo
conocido en la tradición milenaria de las Iglesias y de otras religiones, como
“acompañamiento” “orientación”, “discipulado” o “dirección espiritual” y que en
el caso de las decisiones referidas al ministerio ordenado se convierten en
imprescindibles.
Un
indicio positivo es el tipo de actividad concreta que en relación con el reino
de Dios y con la comunidad cristiana se viene desarrollando.
Así
lo sugiere la información que brinda la Introducción al documento “Diaconado
permanente” señalando que entre las razones por las que el Concilio lo restauró
se encuentra “la intención de reforzar con la gracia de las Ordenación diaconal
a aquellos que ya ejercían de hecho funciones diaconales” (Rf,
Introducción,2)
Al
mencionar las “funciones diaconales” se corre el riesgo de pensar
exclusivamente en la participación en acciones litúrgicas o en el desarrollo de
un continuo “ministerio extraordinario de la Sagrada Comunión” o “de la Salud y
el alivio”.
Sin dejarlas de lado, otras “funciones de
servicio” al pueblo pueden verse desde un horizonte más amplio que incluye el
sentido de la tarea de un docente, un dirigente sindical o un activista
político.
CONOCIENDO LA VOCACIÓN DE MI
ESPOSO
Tratándose
de la vocación de un varón casado, adquiere relevancia el discernimiento y la
visión que brindará su esposa, los hijos y el entorno familiar de quienes
conviven cotidianamente. Es una visión que se hace presente a partir de una mirada
creyente.
Dicen
las Normas Básicas: “Provéase para que las esposas de los candidatos casados
crezcan en el conocimiento de la vocación del marido y de su propia misión
junto a él. Para ello, invíteselas a participar regularmente en los encuentros
de formación espiritual. Igualmente procúrese llevar a cabo iniciativas
apropiadas para sensibilizar a los hijos respecto del ministerio diaconal” (Rf,
78)
La
experiencia enseña que más de un varón descubrió la vocación diaconal a partir
de una preciosa sugerencia de la esposa, o al contrario, no pudo ser ordenado
por la negativa de la mujer a brindar la
autorización que exigen las normas canónicas.
Con
algo de humor solemos decir en los diálogos de discernimiento “hay que cuidar
que la esposa no tenga más vocación de diaconisa que su esposo de diácono”
Las
cualidades y virtudes que figuran en la I Carta a Timoteo (ver 3,8-13)
mantienen total vigencia aunque los exegetas discutan que lugar ocupaban en las
primeras comunidades que iban diseñando sus carismas y ministerios y el sentido
de algunas expresiones:
“De
la misma manera los diáconos deben ser varones respetables, de una sola
palabra, moderados en el uso del vino y enemigos de ganancias deshonestas. Que
conserven el misterio de la fe con una conciencia pura.
Primero
se los pondrá a prueba, y luego, si no hay nada que reprocharles, se los
admitirá al diaconado.
Que
las mujeres sean igualmente dignas, discretas para hablar de los demás, sobrias
y fieles en todo.
Los
diáconos deberán ser varones casados una sola vez, que gobiernen bien a sus
hijos y su propia casa.
Los
que desempeñan bien su ministerio se hacen merecedores de honra y alcanzan una
gran firmeza en la fe de Jesucristo”
¿JERARCAS CLERICALES O JERAQUÍA
SERVIDORA?
La
palabra “jerarquía clerical” tiene mal prensa entre nosotros, porque se la
suele usar como sinónimo del abuso que es posible encontrar entre los que
ejercen algún poder en las instituciones eclesiásticas. También se utiliza para
mencionar a los “jerarcas políticos”, “jerarcas sindicales”, “jerarcas
militares”, etc. con tonalidad sumamente crítica, referida sobre todo al
autoritarismo o a negocios turbios o poco diáfanos.
A
su vez el “clericalismo” expresa una intromisión indebida del poder
eclesiástico en ámbitos que corresponden a instituciones autónomas o a la
autoridad civil de los Estados.
Pero
si hacemos el esfuerzo de desligar a las palabras de su contexto peyorativo, y
buscamos el sentido preciso con que es usado en el lenguaje teológico
conciliar, podemos descubrir aspectos mucho más positivos que obligan a una
revisión de los respectivos roles y a una adecuada autocrítica, sin excluir el
uso de un vocabulario más propio de la sagrada Escritura, cuestión en
debate, que no es tema de estas líneas.
El
diaconado es mencionado en la Constitución sobre la Iglesia en el capítulo III
titulado “Constitución jerárquica de la Iglesia y particularmente el
Episcopado”, por lo tanto, al igual que los presbíteros y los obispos, se los
considera parte de la “jerarquía” y pertenecen al “clero” que recibe el
Sacramento del Orden.
Lo
interesante es que la introducción de este capítulo parte del dato de que la
misión de la jerarquía es un ministerio eminentemente pastoral, “al servicio de
sus hermanos” (nº 18)
Para
que no queden dudas, se reitera, al explicar la misión de los Obispos, que
“este encargo que el Señor confió a los pastores de su pueblo es un verdadero
servicio, que en la Sagrada Escritura se llama con toda propiedad diaconía o
ministerio.” (nº24).
EL DIÁCONO ¿SIGNO DEL CRISTO
SERVIDOR o ACÓLITO DE LUJO?
Después
de mencionar el lugar que ocupa el Episcopado y los presbíteros, la mencionada
Constitución dedica un número que, a pesar de su brevedad, fundamenta el
diaconado en general y restaura el “permanente” con la repercusión que puede
observarse a cuarenta años de su promulgación.
Allí
se dice la “imposición de las manos al diácono no es en orden al sacerdocio,
sino en orden al ministerio”(nº29)
Las
Normas Básicas comentan este párrafo considerando que aquí “se traza la
identidad teológica específica del diácono:…es en la Iglesia un signo
sacramental específico de Cristo servidor”.(Rf..5). Por eso, en su
ordenación se piden los “dones del Espíritu para que el ordenando esté en
condiciones de imitar a Cristo como diácono”. (n.6)
La
firme decisión de querer identificarse con el Cristo-Servidor es a mí entender
el núcleo de la vocación diaconal, es decir, del llamado de quién es primer protagonista
su Espíritu. “Es el quien los llama, quien los acompaña y quien modela sus
corazones para que puedan reconocer su gracias y corresponder a ella
generosamente” (Rf.18)
Porque
es cierto que muchas de los servicios de docencia, liturgia y animación en las comunidades que
realiza el diácono puede ser encomendado
a laicos y laicas convenientemente designados, pero en su ordenación se
presencializa una gracia-sacramento que remite a la dimensión del “signo”, ya
que “es constituido en la Iglesia icono vivo del Cristo servidor” … “su
santidad consistirá en hacerse servidor generoso y fiel de Dios y de los
hombres, especialmente de los más pobres y de los que sufren…”(Rf.11)
Estas
tareas no tienen más limite que las normas morales, por eso que, a diferencia del presbítero, el
diácono permanente puede desempeñar cargos públicos, administrar bienes de
sociedades civiles, participar activamente en los partidos políticos y en la
dirección de las asociaciones sindicales. (ver
CIC, cc. 285-288)
También
en ambientes cargados de tensiones y conflictos, el diácono está llamado a ser imagen
viviente de Jesucristo, el Servidor.
Eduardo A. González
BIBLIOGRAFÍA:
Concilio
Vaticano II: Constitución Dogmática Lumen Pentium, Vaticano, 1965
Congregación
para la Educación Católica y Congregación para el Clero: El diaconado
permanente. Normas básicas de la Formación. Directorio para el Ministerio y la
Vida. 1998.
Octavio
Groppa: ¿Me llama Dios?, Vida Pastoral, nº 263; enero-febrero 2007 pp. 12-19
Tomás
Rodríguez Miranda: La dirección espiritual. Buenos Aires, 2006.
Beatriz
Balian de Tagtachian: Los diáconos permanentes en la Iglesia Católica
Argentina: un nuevo rol en su estructura - una aproximación sociológica. Buenos
Aires, 1998
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