Nació el año
1491 en Loyola, en las provincias vascongadas; su vida transcurrió
primero entre la corte real y la milicia; luego se convirtió y estudió
teología en París, donde se le juntaron los primeros compañeros con los
que había de fundar más tarde, en Roma, la Compañía de Jesús. Ejerció un
fecundo apostolado con sus escritos y con la formación de discípulos,
que habían de trabajar intensamente por la reforma de la Iglesia. Murió
en Roma el año 1556. -Liturgia de la Horas
Cronología de La Vida de San Ignacio De Loyola
1491-
Año probable del nacimiento de Ignacio de Loyola
1521- Colabora en la defensa de
Pamplona acosada por el rey de Francia. Es herido en la pierna derecha y
enviado a Loyola, donde pasa la convalecencia. En este tiempo caen en
sus manos algunos libros piadosos que le hacen descubrir, en la vida de
Jesús y de los Santos, un nuevo horizonte en su vida. Se produce en
Ignacio una primera conversión. Experimenta, igualmente, una lucha
interior entre deseos piadosos y deseos mundanos.
1522- San Ignacio comienza una
peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de Montserrat. Una vez en
Montserrat, hace una confesión general y deja sus vestidos y su espada.
Continúa el camino hacia Manresa donde da comienzo a una vida de
pobreza, oración, y penitencia. Después de un tiempo de turbación,
escrúpulos, dudas y angustias, vivirá una singular experiencia de Dios
que recordará toda la vida: "la ilustración del Cardoner". Igualmente
comenzará a formular su experiencia espiritual con lo que da comienzo a
lo que más adelante será el libro de los
Ejercicios Espirituales.
1527-A lo largo de este año Ignacio vivirá dos procesamientos más y será encarcelado. Al salir de la prisión viaja a Salamanca. Nuevamente tendrá procesos inquisitoriales, se le prohibe predicar y enseñar materias teológicas por no haber hecho suficientes estudios. Ignacio decide marchar de Salamanca, pasa por Barcelona y se encamina a París. 1538- San Ignacio celebra su primera misa en la iglesia de ¨Santa María la Maggiore¨. 1540- Paulo III confirma la fundación de la Compañía de Jesús.1541- Ignacio comienza la redacción de las Constituciones de la Compañía y es elegido superior general de la misma. A partir de este momento Ignacio vivirá permanentemente en Roma.
1556- Muerte de San Ignacio de Loyola. Es enterrado en el lugar donde actualmente está la iglesia del Gesú en Roma.1609- El Papa Paulo V beatifica a Ignacio de Loyola. 1622- Canonización de Ignacio de Loyola por el Papa Gregorio XV.
1527-A lo largo de este año Ignacio vivirá dos procesamientos más y será encarcelado. Al salir de la prisión viaja a Salamanca. Nuevamente tendrá procesos inquisitoriales, se le prohibe predicar y enseñar materias teológicas por no haber hecho suficientes estudios. Ignacio decide marchar de Salamanca, pasa por Barcelona y se encamina a París. 1538- San Ignacio celebra su primera misa en la iglesia de ¨Santa María la Maggiore¨. 1540- Paulo III confirma la fundación de la Compañía de Jesús.1541- Ignacio comienza la redacción de las Constituciones de la Compañía y es elegido superior general de la misma. A partir de este momento Ignacio vivirá permanentemente en Roma.
1556- Muerte de San Ignacio de Loyola. Es enterrado en el lugar donde actualmente está la iglesia del Gesú en Roma.1609- El Papa Paulo V beatifica a Ignacio de Loyola. 1622- Canonización de Ignacio de Loyola por el Papa Gregorio XV.
Vida de San Ignacio de Loyola
El amor de Dios es la fuente del entusiasmo de Ignacio por la salvación de las almas, por las que emprendió tantas y tan grandes cosas y a las que consagró sus vigilias, oraciones, lágrimas y trabajos.
Se hizo todo a
todos para ganarlos a todos y al prójimo le dio por su lado a
fin de atraerlo al suyo. Recibía con extraordinaria bondad a los
pecadores sinceramente arrepentidos; con frecuencia se imponía
una parte de la penitencia que hubiese debido darles y los
exhortaba a ofrecerse en perfecto holocausto a Dios, diciéndoles
que es imposible imaginar los tesoros de gracia que Dios reserva
a quienes se le entregan de todo corazón.
El santo
proponía a los pecadores esta oración, que él solía repetir:
"Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi
entendimiento y toda mi voluntad. Vos me lo disteis; a vos
Señor, lo torno. Disponed a toda vuestra voluntad y dadme amor y
gracia, que esto me basta, sin que os pida otra cosa".
|
SAN IGNACIO
nació probablemente, en 1491, en el castillo de Loyola en Azpeitia,
población de Guipúzcoa, cerca de los Pirineos. Su padre, don Bertrán,
era señor de Ofiaz y de Loyola, jefe de una de las familias más antiguas
y nobles de la región. Y no era menos ilustre el linaje de su madre,
Marina Sáenz de Licona y Balda. Iñigo (pues ése fue el nombre que
recibió el santo en el bautismo) era el más joven de los ocho hijos y
tres hijas de la noble pareja. Iñigo luchó contra los franceses en el
norte de Castilla. Pero su breve carrera militar terminó abruptamente el
20 de mayo de 1521, cuando una bala de cañón le rompió la pierna durante
la lucha en defensa del castillo de Pamplona. Después de que Iñigo fue
herido, la guarnición española capituló.
Los franceses no
abusaron de la victoria y enviaron al herido en una litera al castillo
de Loyola (su hogar). Como los huesos de la pierna soldaron mal, los
médicos consideraron necesario quebrarlos nuevamente. Iñigo se decidió a
favor de la operación y la soportó estoicamente ya que anhelaba regresar
a sus anteriores andanzas a todo costo. Pero, como consecuencia,
tuvo un fuerte ataque de fiebre con tales complicaciones que los médicos
pensaron que el enfermo moriría antes del amanecer de la fiesta de San
Pedro y San Pablo. Sin embargo empezó a mejorar, aunque la convalecencia
duró varios meses. No obstante la operación de la rodilla rota
presentaba todavía una deformidad. Iñigo insistió en que los cirujanos
cortasen la protuberancia y, pese a éstos le advirtieron que la
operación sería muy dolorosa, no quiso que le atasen ni le sostuviesen y
soportó la despiadada carnicería sin una queja. Para evitar que la
pierna derecha se acortase demasiado, Iñigo permaneció varios días con
ella estirada mediante unas pesas. Con tales métodos, nada tiene de
extraño que haya quedado cojo para el resto de su vida.
Con el objeto de
distraerse durante la convalecencia, Iñigo pidió algunos libros de
caballería (aventuras de caballeros en la guerra), a los que siempre
había sido muy afecto. Pero lo único que se encontró en el castillo de
Loyola fue una historia de Cristo y un volumen de vidas de santos. Iñigo
los comenzó a leer para pasar el tiempo, pero poco a poco empezó a
interesarse tanto que pasaba días enteros dedicado a la lectura. Y se
decía: "Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, bien yo
puedo hacer lo que ellos hicieron". Inflamado por el fervor, se proponía
ir en peregrinación a un santuario de Nuestra Señora y entrar como
hermano lego a un convento de cartujos. Pero tales ideas eran
intermitentes, pues su ansiedad de gloria y su amor por una dama,
ocupaban todavía sus pensamientos. Sin embargo, cuando volvía a abrir el
libro de la vida de los santos, comprendía la futilidad de la gloria
mundana y presentía que sólo Dios podía satisfacer su corazón. Las
fluctuaciones duraron algún tiempo. Ello permitió a Iñigo observar una
diferencia: en tanto que los pensamientos que procedían de Dios le
dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad, los pensamientos vanos le
procuraban cierto deleite, pero no le dejaban sino amargura y vacío.
Finalmente, Iñigo resolvió imitar a los santos y empezó por hacer toda
penitencia corporal posible y llorar sus pecados.
Le visita la
Virgen; purificación en Manresa
Una noche, se le
apareció la Madre de Dios, rodeada de luz y llevando en los brazos a Su
Hijo. La visión consoló profundamente a Ignacio. Al terminar la
convalecencia, hizo una peregrinación al
santuario de Nuestra Señora de Montserrat,
donde determinó llevar vida de penitente. Su propósito era llegar a
Tierra Santa y para ello debía embarcarse en Barcelona que está muy
cerca de Montserrat. La ciudad se encontraba cerrada por miedo a
la peste que azotaba la región. Así tuvo que esperar en el pueblecito de
Manresa, no lejos
de Barcelona y a tres leguas de Montserrat. El Señor tenía otros
designios más urgentes para Ignacio en ese momento de su vida. Lo
quería llevar a la profundidad de la entrega en oración y total pobreza.
Se hospedó ahí, unas veces en el convento de los dominicos y otras en un
hospicio de pobres. Para orar y hacer penitencia, se retiraba a una
cueva de los alrededores. Así vivió durante casi un año.
"A fin de imitar a
Cristo nuestro Señor y asemejarme a El, de verdad, cada vez más; quiero
y escojo la pobreza con Cristo, pobre más que la riqueza; las
humillaciones con Cristo humillado, más que los honores, y prefiero ser
tenido por idiota y loco por Cristo, el primero que ha pasado por tal,
antes que como sabio y prudente en este mundo". Se decidió a
"escoger el Camino de Dios, en vez del camino del mundo"...hasta
lograr alcanzar su santidad.
A las consolaciones de
los primeros tiempos sucedió un período de aridez espiritual; ni la
oración, ni la penitencia conseguían ahuyentar la sensación de vacío que
encontraba en los sacramentos y la tristeza que le abrumaba. A ello se
añadía una violenta tempestad de escrúpulos que le hacían creer que todo
era pecado y le llevaron al borde de la desesperación. En esa época,
Ignacio empezó a anotar algunas experiencias que iban a servirle para el
libro de los "Ejercicios Espirituales". Finalmente, el santo salió de
aquella noche oscura y el más profundo gozo espiritual sucedió a la
tristeza. Aquella experiencia dio a Ignacio una habilidad singular para
ayudar a los escrupulosos y un gran discernimiento en materia de
dirección espiritual. Más tarde, confesó al P. Laínez que, en una hora
de oración en Manresa, había aprendido más de lo que pudiesen haberle
enseñado todos los maestros en las universidades. Sin embargo, al
principio de su conversión, Ignacio estaba tan sugestionado por la
mentalidad del mundo que, al oír a un moro blasfemar de la Santísima
Virgen, se preguntó si su deber de caballero cristiano no consistía en
dar muerte al blasfemo, y sólo la intervención de la Providencia le
libró de cometer ese crimen.
Tierra Santa
En febrero de 1523,
Ignacio por fin partió en peregrinación a Tierra Santa. Pidió limosna en
el camino, se embarcó en Barcelona, pasó la Pascua en Roma, tomó otra
nave en Venecia con rumbo a Chipre y de ahí se trasladó a Jaffa. Del
puerto, a lomo de mula, se dirigió a Jerusalén, donde tenía el firme
propósito de establecerse. Pero, al fin de su peregrinación por los
Santos Lugares, el franciscano encargado de guardarlos le ordenó que
abandonase Palestina, temeroso de que los mahometanos, enfurecidos por
el proselitismo de Ignacio, le raptasen y pidiesen rescate por él. Por
lo tanto, el joven renunció a su proyecto y obedeció, aunque no tenía la
menor idea de lo que iba a hacer al regresar a Europa. Otra vez, la
Divina Providencia tenía designios para esta alma tan generosa.
De nuevo en
España donde es encarcelado por la inquisición.
En 1524, llegó de
nuevo a España, donde se dedicó a estudiar, pues "pensaba que eso le
serviría para ayudar a las almas". Una piadosa dama de Barcelona,
llamada Isabel Roser, le asistió mientras estudiaba la gramática latina
en la escuela. Ignacio tenía entonces treinta y tres años, y no es
difícil imaginar lo penoso que debe ser estudiar la gramática a esa
edad. Al principio, Ignacio estaba tan absorto en Dios, que olvidaba
todo lo demás; así, la conjugación del verbo latino "amare" se convertía
en un simple pretexto para pensar: "Amo a Dios. Dios me ama". Sin
embargo, el santo hizo ciertos progresos en el estudio, aunque seguía
practicando las austeridades y dedicándose a la contemplación y
soportaba con paciencia y buen humor las burlas de sus compañeros de
escuela, que eran mucho más jóvenes que él.
Al cabo de dos años de
estudios en Barcelona, pasó a la Universidad de Alcalá a estudiar
lógica, física y teología; pero la multiplicidad de materias no hizo más
que confundirle, a pesar de que estudiaba noche y día. Se alojaba en un
hospicio, vivía de limosna y vestía un áspero hábito gris. Además de
estudiar, instruía a los niños, organizaba reuniones de personas
espirituales en el hospicio y convertía a numerosos pecadores con sus
reprensiones llenas de mansedumbre.
Había en España muchas
desviaciones de la devoción. Como Ignacio carecía de los estudios y la
autoridad para enseñar, fue acusado ante el vicario general del obispo,
quien le tuvo prisionero durante cuarenta y dos días, hasta que,
finalmente, absolvió de toda culpa a Ignacio y sus compañeros, pero les
prohibió llevar un hábito particular y enseñar durante los tres años
siguientes. Ignacio se trasladó entonces con sus compañeros a Salamanca.
Pero pronto fue nuevamente acusado de introducir doctrinas peligrosas.
Después de tres semanas de prisión, los inquisidores le declararon
inocente. Ignacio consideraba la prisión, los sufrimientos y la
ignominia como pruebas que Dios le mandaba para purificarle y
santificarle. Cuando recuperó la libertad, resolvió abandonar España. En
pleno invierno, hizo el viaje a París, a donde llegó en febrero de 1528.
Estudios en
París
Los dos primeros años
los dedicó a perfeccionarse en el latín, por su cuenta. Durante el
verano iba a Flandes y aun a Inglaterra a pedir limosna a los
comerciantes españoles establecidos en esas regiones. Con esa ayuda y la
de sus amigos de Barcelona, podía estudiar durante el año. Pasó tres
años y medio en el Colegio de Santa Bárbara, dedicado a la filosofía.
Ahí indujo a muchos de sus compañeros a consagrar los domingos y días de
fiesta a la oración y a practicar con mayor fervor la vida cristiana.
Pero el maestro Peña juzgó que con aquellas prédicas impedía a sus
compañeros estudiar y predispuso contra Ignacio al doctor Guvea, rector
del colegio, quien condenó a Ignacio a ser azotado para desprestigiarle
entre sus compañeros. Ignacio no temía al sufrimiento ni a la
humillación, pero, con la idea de que el ignominioso castigo podía
apartar del camino del bien a aquéllos a quienes había ganado, fue a ver
al rector y le expuso modestamente las razones de su conducta. Guvea no
respondió, pero tomó a Ignacio por la mano, le condujo al salón en que
se hallaban reunidos todos los alumnos y le pidió públicamente perdón
por haber prestado oídos, con ligereza, a los falsos rumores. En 1534, a
los cuarenta y tres años de edad, Ignacio obtuvo el título de maestro en
artes de la Universidad de París.
El Señor le da
compañeros
Las palabras
fervorosas de Ignacio, llenas del Espíritu Santo, abrió los corazones de
algunos compañeros. Por aquella época, se unieron a Ignacio otros seis
estudiantes de teología: Pedro Fabro, que era sacerdote de Saboya;
Francisco Javier, un navarro; Laínez y Salmerón, que brillaban mucho en
los estudios; Simón Rodríguez, originario de Portugal y Nicolás
Bobadilla. Movidos por las exhortaciones de Ignacio, aquellos fervorosos
estudiantes hicieron voto de pobreza, de castidad y de ir a predicar el
Evangelio en Palestina, o, si esto último resultaba imposible, de
ofrecerse al Papa para que los emplease en el servicio de Dios como
mejor lo juzgase. La ceremonia tuvo lugar en una capilla de Montmartre,
donde todos recibieron la comunión de manos de Pedro Fabro, quien
acababa de ordenarse sacerdote. Era el día de la Asunción de la Virgen
de 1534. Ignacio mantuvo entre sus compañeros el fervor, mediante
frecuentes conversaciones espirituales y la adopción de una sencilla
regla de vida. Poco después, hubo de interrumpir sus estudios de
teología, pues el médico le ordenó que fuese a tomar un poco los aires
natales, ya que su salud dejaba mucho que desear. Ignacio partió de
París, en la primavera de 1535. Su familia le recibió con gran gozo,
pero el santo se negó a habitar en el castillo de Loyola y se hospedó en
una pobre casa de Azpeitia.
Bendición del Papa;
aparición del Señor
Dos años más tarde, se
reunió con sus compañeros en Venecia. Pero la guerra entre venecianos y
turcos les impidió embarcarse hacia Palestina. Los compañeros de
Ignacio, que eran ya diez, se trasladaron a Roma; Paulo III los recibió
muy bien y concedió a los que todavía no eran sacerdotes el privilegio
de recibir las órdenes sagradas de manos de cualquier obispo. Después de
la ordenación, se retiraron a una casa de las cercanías de Venecia a fin
de prepararse para los ministerios apostólicos. Los nuevos sacerdotes
celebraron la primera misa entre septiembre y octubre, excepto Ignacio,
quien la difirió más de un año con el objeto de prepararse mejor para
ella. Como no había ninguna probabilidad de que pudiesen trasladarse a
Tierra Santa, quedó decidido finalmente que Ignacio, Fabro y Laínez
irían a Roma a ofrecer sus servicios al Papa. También resolvieron que,
si alguien les preguntaba el nombre de su asociación, responderían que
pertenecían a la Compañía de Jesús (San Ignacio no empleó nunca el
nombre de "jesuita". Este nombre comenzó como un apodo), porque estaban
decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de
Cristo. Durante el viaje a Roma, mientras oraba en la capilla de "La
Storta", el Señor se apareció a Ignacio, rodeado por un halo de luz
inefable, pero cargado con una pesada cruz. Cristo le dijo: "Ego vobis
Romae propitius ero" (Os seré propicio en Roma). Paulo III nombró al
padre Fabro profesor en la Universidad de la Sapienza y confió a Laínez
el cargo de explicar la Sagrada Escritura. Por su parte, Ignacio se
dedicó a predicar los Ejercicios y a catequizar al pueblo. El resto de
sus compañeros trabajaba en forma semejante, a pesar de que ninguno de
ellos dominaba todavía el italiano.
La
Compañía de Jesús
Ignacio y sus
compañeros decidieron formar una congregación religiosa para perpetuar
su obra. A los votos de pobreza y castidad debía añadirse el de
obediencia para imitar más de cerca al Hijo de Dios, que se hizo
obediente hasta la muerte. Además, había que nombrar a un superior
general a quien todos obedecerían, el cual ejercería el cargo de por
vida y con autoridad absoluta, sujeto en todo a la Santa Sede. A los
tres votos arriba mencionados, se agregaría el de ir a trabajar por el
bien de las almas adondequiera que el Papa lo ordenase. La obligación de
cantar en común el oficio divino no existiría en la nueva orden, "para
que eso no distraiga de las obras de caridad a las que nos hemos
consagrado". No por eso descuidaban la oración que debía tomar al menos
una hora diaria.
La primera de las
obras de caridad consistiría en "enseñar a los niños y a todos los
hombres los mandamientos de Dios". La comisión de cardenales que el Papa
nombró para estudiar el asunto se mostró adversa al principio, con la
idea de que ya había en la Iglesia bastantes órdenes religiosas, pero un
año más tarde, cambió de opinión, y Paulo III aprobó la Compañía de
Jesús por una bula emitida el 27 de septiembre de 1540. Ignacio fue
elegido primer general de la nueva orden y su confesor le impuso, por
obediencia, que aceptase el cargo. Empezó a ejercerlo el día de Pascua
de 1541 y, algunos días más tarde, todos los miembros hicieron los votos
en la basílica de San Pablo Extramuros.
Ignacio pasó el resto
de su vida en Roma, consagrado a la colosal tarea de dirigir la orden
que había fundado. Entre otras cosas, fundó una casa para alojar a los
neófitos judíos durante el período de la catequesis y otra casa para
mujeres arrepentidas. En cierta ocasión, alguien le hizo notar que la
conversión de tales pecadoras rara vez es sincera, a lo que Ignacio
respondió: "Estaría yo dispuesto a sufrir cualquier cosa por el
gozo de evitar un solo pecado". Rodríguez y Francisco Javier
habían partido a Portugal en 1540. Con la ayuda del rey Juan III, Javier
se trasladó a la India, donde empezó a ganar un nuevo mundo para Cristo.
Los padres Goncalves y Juan Nuñez Barreto fueron enviados a Marruecos a
instruir y asistir a los esclavos cristianos. Otros cuatro misioneros
partieron al Congo; algunos más fueron a Etiopía y a las colonias
portuguesas de América del Sur.
Un baluarte de
verdad y orden ante el protestantismo
El Papa Paulo
III nombró como teólogos suyos, en el Concilio de Trento, a los padres
Laínez y Salmerón. Antes de su partida, San Ignacio les ordenó que
visitasen a los enfermos y a los pobres y que, en las disputas se
mostrasen modestos y humildes y se abstuviesen de desplegar presuntuosa-
mente su ciencia y de discutir demasiado. Pero, sin duda que entre los
primeros discípulos de Ignacio el que llegó a ser más famoso en Europa,
por su saber y virtud, fue San Pedro Canisio, a quien la Iglesia venera
actualmente como Doctor. En 1550, San Francisco de Borja
regaló una suma considerable para la construcción del Colegio Romano.
San Ignacio hizo de aquel colegio el modelo de todos los otros de su
orden y se preocupó por darle los mejores maestros y facilitar lo más
posible el progreso de la ciencia. El santo dirigió también la fundación
del Colegio Germánico de Roma, en el que se preparaban los sacerdotes
que iban a trabajar en los países invadidos por el protestantismo. En
vida del santo se fundaron universidades, seminarios y colegios en
diversas naciones. Puede decirse que San Ignacio echó los fundamentos de
la obra educativa que había de distinguir a la Compañía de Jesús y que
tanto iba a desarrollarse con el tiempo.
En 1542, desembarcaron
en Irlanda los dos primeros misioneros jesuitas, pero el intento
fracasó. Ignacio ordenó que se hiciesen oraciones por la conversión de
Inglaterra, y entre los mártires de Gran Bretaña se cuentan veintinueve
jesuitas. La actividad de la Compañía de Jesús en Inglaterra es un buen
ejemplo del importantísimo papel que desempeñó en la contrarreforma. Ese
movimiento tenía el doble fin de dar nuevo vigor a la vida de la Iglesia
y de oponerse al protestantismo. "La Compañía de Jesús era exactamente
lo que se necesitaba en el siglo XVI para contrarrestar la Reforma.
La revolución y el desorden eran las características de la Reforma. La
Compañía de Jesús tenía por características la obediencia y la más
sólida cohesión. Se puede afirmar, sin pecar contra la verdad
histórica, que los jesuitas atacaron, rechazaron y derrotaron la
revolución de Lutero y, con su predicación y dirección espiritual,
reconquistaron a las almas, porque predicaban sólo a Cristo y a Cristo
crucificado. Tal era el mensaje de la Compañía de Jesús, y con él,
mereció y obtuvo la confianza y la obediencia de las almas" (cardenal
Manning). A este propósito citaremos las, instrucciones que San Ignacio
dio a los padres que iban a fundar un colegio en Ingolstadt,
acerca de sus relaciones con los protestantes: "Tened gran
cuidado en predicar la verdad de tal modo que, si acaso hay entre los
oyentes un hereje, le sirva de ejemplo de caridad y moderación
cristianas. No uséis de palabras duras ni mostréis desprecio por sus
errores". El santo escribió en el mismo tono a los padres Broet y
Salmerón cuando se aprestaban a partir para Irlanda.
Una de las obras más
famosas y fecundas de Ignacio fue el libro de los
Los Ejercicios Espirituales.
Es la obra maestra de la ciencia del discernimiento. Empezó a escribirlo
en Manresa y lo publicó por primera vez en Roma, en 1548, con la
aprobación del Papa. Los Ejercicios cuadran perfectamente con la
tradición de santidad de la Iglesia. Desde los primeros tiempos, hubo
cristianos que se retiraron del mundo para servir a Dios, y la práctica
de la meditación es tan antigua como la Iglesia. Lo nuevo en el libro de
San Ignacio es el orden y el sistema de las meditaciones. Si bien las
principales reglas y consejos que da el santo se hallan diseminados en
las obras de los Padres de la Iglesia, San Ignacio tuvo el mérito de
ordenarlos metódicamente y de formularlos con perfecta claridad.
La prudencia y caridad
del gobierno de San Ignacio le ganó el corazón de sus súbditos. Era con
ellos afectuoso como un padre, especialmente con los enfermos, a los que
se encargaba de asistir personalmente procurándoles el mayor bienestar
material y espiritual posible. Aunque San Ignacio era superior, sabía
escuchar con mansedumbre a sus subordinados, sin perder por ello nada de
su autoridad. En las cosas en que no veía claro se atenía humildemente
al juicio de otros. Era gran enemigo del empleo de los superlativos y de
las afirmaciones demasiado categóricas en la conversación. Sabía
sobrellevar con alegría las críticas, pero también sabía reprender a sus
súbditos cuando veía que lo necesitaban. En particular, reprendía a
aquéllos a quienes el estudio volvía orgullosos o tibios en el servicio
de Dios, pero fomentaba, por otra parte, el estudio y deseaba que los
profesores, predicadores y misioneros, fuesen hombres de gran ciencia.
La corona de las virtudes de San Ignacio era su gran amor a Dios. Con
frecuencia repetía estas palabras, que son el lema de su orden:
"A la mayor gloria de Dios". A ese fin refería el santo todas sus
acciones y toda la actividad de la Compañía de Jesús. También decía
frecuentemente: "Señor, ¿qué puedo desear fuera de Ti?" Quien ama
verdaderamente no está nunca ocioso. San Ignacio ponía su felicidad en
trabajar por Dios y sufrir por su causa. Tal vez se ha
exagerado algunas veces el "espíritu militar" de Ignacio y de la
Compañía de Jesús y se ha olvidado la simpatía y el don de amistad del
santo por admirar su energía y espíritu de empresa.
Durante los quince
años que duró el gobierno de San Ignacio, la orden aumentó de diez a mil
miembros y se extendió en nueve países europeos, en la India y el
Brasil. Como en esos quince años el santo había estado enfermo quince
veces, nadie se alarmó cuando enfermó una vez más. Murió súbitamente el
31 de julio de 1556, sin haber tenido siquiera tiempo de recibir los
últimos sacramentos.
Fue canonizado en
1622, y Pío XI le proclamó patrono de los ejercicios espirituales y
retiros.
-Adaptado del
trabajo de Alban Butler et all, edición en español de R.P. Wilfredo
Guinea. La Vida de los Santos de Butler, vol. 3.
(Chicago USA: Rand McNally, 1965) pg.222-228.
Santos jesuitas
Estos son unos de
los 48 santos y beatos jesuitas. Entre ellos hay muchos mártires.
San Alonso Rodriguez -Viudo, religioso, portero.
San Claudio de la Colombiere -Apóstol del Sagrado Corazón.
San Edmundo Campion -Mártir inglés
San Estanislao Kostka -Patrono de novicios, polaco.
San Francisco de Borja -Virrey de Cataluña, España, Tercer General de los jesuitas.
San Francisco Javier -Patrón de los misioneros. Misionero a la India y Japón. Muere ante las costas de China.
San Ignacio de Loyola (vea esta página desde arriba) -fundador de la orden.
San Isaac Yogues y compañeros -Mártires de Norte América.
San Juan de Brito -y compañeros mártires en la China.
San Luis Gonzaga -Patrón de la juventud cristiana.
Beato Miguel Pro -Mártir mexicano
San Pablo Miki y compañeros -Mártires japoneses.
San Pedro Canisio -Doctor de la Iglesia, segundo evangelizador de Alemania.
San Pedro Claver -Misionero con los esclavos de Colombia.
San Roberto Belarmino -Doctor de la Iglesia, defensor de la doctrina durante y después de la Reforma.
San Roque Gonzales de Santa Cruz -Mártir paraguayo.
San Alonso Rodriguez -Viudo, religioso, portero.
San Claudio de la Colombiere -Apóstol del Sagrado Corazón.
San Edmundo Campion -Mártir inglés
San Estanislao Kostka -Patrono de novicios, polaco.
San Francisco de Borja -Virrey de Cataluña, España, Tercer General de los jesuitas.
San Francisco Javier -Patrón de los misioneros. Misionero a la India y Japón. Muere ante las costas de China.
San Ignacio de Loyola (vea esta página desde arriba) -fundador de la orden.
San Isaac Yogues y compañeros -Mártires de Norte América.
San Juan de Brito -y compañeros mártires en la China.
San Luis Gonzaga -Patrón de la juventud cristiana.
Beato Miguel Pro -Mártir mexicano
San Pablo Miki y compañeros -Mártires japoneses.
San Pedro Canisio -Doctor de la Iglesia, segundo evangelizador de Alemania.
San Pedro Claver -Misionero con los esclavos de Colombia.
San Roberto Belarmino -Doctor de la Iglesia, defensor de la doctrina durante y después de la Reforma.
San Roque Gonzales de Santa Cruz -Mártir paraguayo.
San Ignacio es
el gran maestro del discernimiento de espíritus.
Juan Pablo II:
"Ignacio supo obedecer cuando, en pleno restablecimiento de sus heridas,
la voz de Dios resonó con fuerza en su corazón. Fue sensible a la
inspiración del Espíritu Santo..."
Por el discernimiento
de espíritu entendemos la capacidad de distinguir cuando nos habla el
Espíritu Santo y cuando los espíritus malos.
Luis Goncalves de
Cámara escribió "Los Hechos de San Ignacio" recogiéndolos de los labios
del mismo santo:
Ignacio era muy
aficionado a los llamados libros de caballerías, narraciones llenas de
historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió
que le trajeran algunos de esos libros para entretenerse, pero no se
halló en su casa ninguno; entonces le dieron para leer un libro llamado
Vida de Cristo y otro que tenía por título Flos sanctórum,
escritos en su lengua materna.
Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés por las cosas que en ellas se trataban. A intervalos volvía su pensamiento a lo que había leído en tiempos pasados y entretenía su imaginación con el recuerdo de las vanidades que habitualmente retenían su atención durante su vida anterior.
Pero, entretanto, iba actuando también la misericordia divina, inspirando en su ánimo otros pensamientos, además de los que suscitaba en su mente lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de Jesucristo o de los santos, a veces se ponía a pensar y se preguntaba a sí mismo:
Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés por las cosas que en ellas se trataban. A intervalos volvía su pensamiento a lo que había leído en tiempos pasados y entretenía su imaginación con el recuerdo de las vanidades que habitualmente retenían su atención durante su vida anterior.
Pero, entretanto, iba actuando también la misericordia divina, inspirando en su ánimo otros pensamientos, además de los que suscitaba en su mente lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de Jesucristo o de los santos, a veces se ponía a pensar y se preguntaba a sí mismo:
"¿Y si yo hiciera lo
mismo que San Francisco o que Santo Domingo?"
Y, así, su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban mucho tiempo, hasta que, distraído por cualquier motivo, volvía a pensar, también por largo tiempo, en las cosas vanas y mundanas. Esta sucesión de pensamientos duró bastante tiempo.
Y, así, su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban mucho tiempo, hasta que, distraído por cualquier motivo, volvía a pensar, también por largo tiempo, en las cosas vanas y mundanas. Esta sucesión de pensamientos duró bastante tiempo.
Pero había una
diferencia; y es que, cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le
producía de momento un gran placer; pero cuando, hastiado, volvía a la
realidad, se sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando
pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no
sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además tales
pensamientos lo dejaban lleno de alegría. De esta diferencia él no se
daba cuenta ni le daba importancia, hasta que un día se le abrieron los
ojos del alma y comenzó a admirarse de esta diferencia que experimentaba
en sí mismo, que, mientras una clase de pensamientos lo dejaban triste,
otros, en cambio, alegre. Y así fue como empezó a reflexionar seriamente
en las cosas de Dios. Más tarde, cuando se dedicó a las prácticas
espirituales, esta experiencia suya le ayudó mucho a comprender lo que
sobre la discreción de espíritus enseñaría luego a los suyos.
El fin
específico de los Ejercicios es llevar al hombre a un estado de
serenidad y despego de las cosas pasajeras para
que pueda elegir "sin dejarse llevar del placer o la repugnancia, ya sea
acerca del curso general de su vida, ya acerca de un asunto particular.
Así, el principio que guía la elección es únicamente la consideración de
lo que más conduce a la gloria de Dios y a la perfección del alma".
Como lo dice
Pío XI, el método ignaciano de oración "guía al hombre por el camino de
la propia abnegación y del dominio de los malos hábitos a las más altas
cumbres de la contemplación y el amor divino".
Los Ejercicios
Espirituales son el instrumento del que
ha servido El Señor para comunicar su Espíritu a
innumerables personas y llevarlas a la santidad.
Comienzan
reflexionando sobre el "Principio y Fundamento" de
todas las cosas. Nos enseña la verdad fundamental en la que debemos
edificar nuestra vida:.
¿Cuál es el origen de
esta existencia?, ¿Cuál es su sentido?, ¿Cuál su valor? Esta es la
pregunta capital que me debo preguntar. La respuesta nos la da Dios:
Génesis 1: 26 "Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra
imagen, como semejanza nuestra" Y como Dios es amor (1Juan 4:16),
el hombre que es su imagen, ha sido creado para amar con su corazón, que
es como el de Dios. Dios creó al hombre para amar con todo su
corazón, toda su mente y toda su fuerza (Deut. 6:4-9).
El hombre ama a Dios
ante todo alabándole, adorándole y sirviéndole. En esta línea debo
ordenar mi existencia. Pero el amor es más que esto. Por su propia
naturaleza, el amor busca unión. Dios nos creó para ser sus hijos
adoptivos en Jesucristo y por Jesucristo.
El plan de Dios
consiste en hacernos partícipes en la tierra (por medio de la fe y la
gracia) y por toda la eternidad de la vida de la Trinidad que es amor.
El principio y
fundamento de nuestra vida es este: Hemos sido creados para
Alabar y Servir a Dios y mediante esto salvar nuestra alma.
Conociendo este
principio y ordenando toda nuestra vida en El, podremos construir sobre
roca para que las tormentas no destruyan nuestra casa.
Oración
"Señor, Dios nuestro,
que has suscitado en tu Iglesia a San Ignacio de Loyola para extender la
gloria de tu nombre, concédenos que después de combatir en la tierra, bajo su protección y siguiendo su ejemplo, merezcamos compartir con él la gloria del cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo."
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