20 noviembre 2013

SER CURA

Hoy, 20 de noviembre cumplo años de cura (¡32!), y quisiera compartir –sin pretensión de decir todo- qué creo, qué quiero yo con esto de ser cura.

Hubo muchos curas que influyeron en mi vida, muchos temporariamente, otros definitivamente. Muchos para bien, otros negativamente. Hubo acontecimientos que me marcaron, del mismo modo temporaria o definitivamente, acontecimientos eclesiales o “civiles”. Y en el medio, yo intenté vivir mi seminario y –más tarde- mi ser cura, de la manera que me pareció mejor, creo que fui honesto. Me equivoqué, fracasé, acerté… Viví momentos malos y momentos buenos, por responsabilidad de otros o por responsabilidad mía. Pero-debo decirlo- creo que soy feliz. 

No creo que ser cura se mida en función del altar, no creo que se trate de tantas misas, tantas confesiones, tantas celebraciones... Es decir, no me convence que al cura se lo mida exclusivamente por lo “sacerdotal”, aunque he conocido “sacerdotes” maravillosos. Creo que eso de ser “sacerdote”, como lo de ser “pastor / rey” y ser “profeta” es propio del bautismo, y a todo bautizado le toca algo de ese rol. Es cierto que algunos acentuarán más un aspecto, y otros acentuarán más otro, y es razonable que así sea. Y creo que a los ministros ordenados les ocurre lo mismo. 

Si a los ministros –por ejemplo- se los mide por lo pastoral (otro de esos “oficios” del bautizado, ya no el sacerdotal) imagino que se tratará de buscar siempre lo mejor posible para el “rebaño” (metáfora que hoy no siempre es feliz, pero tiene su cierta lógica bíblica). Y esto implica ayudar a encontrar caminos, alimento, vida plena para la comunidad. Siempre es un riesgo creer que uno sabe qué es lo bueno para los demás, desde “arriba”, y que el “pobre rebaño” no entiende demasiado y precisa ser iluminado. No me interesa esta mirada, tampoco. Pero me siento más cómodo con lo pastoral que con lo sacerdotal, en ese sentido. 

Y queda lo profético. Me parece que es un oficio bastante olvidado, creo que desde hace años, ¡muchos años!, la Iglesia ha tapado su voz profética. El profeta es una voz que pretende iluminar el presente desde Dios, no habla del futuro, no habla necesariamente desde púlpitos, simplemente habla. O calla. Pero cuando calla, calla proféticamente, no con el silencio cómplice del que tapa genocidios. Y debo decir que me siento más incómodo, pero más en mi sitio en este “lugar”. No que yo sea profeta, que la palabra queda demasiado grande. Pero me siento más en mi casa en esa palabra.

Pero si todo eso es propio de todo bautizado, ¿dónde estaría lo propio del ministro ordenado? ¿Cómo ser rey, sacerdote y profeta como cura? ¿Qué significaría serlo? Debo decir que no lo tengo totalmente claro. Porque desde el altar es fácil verlo y comprenderlo: el cura es el que preside la misa, el que reconcilia, bautiza o casa… Y debo confesar que sigo celebrando la misa con mucha alegría de celebrarla. Pero, ¿qué sería lo propio en lo pastoral, o en lo profético? Si lo propio de lo “sacerdotal” en la Antigua Alianza remite a la “mediación”, creo que a lo mejor allí radique algo más para mejor comprender. Ser para las comunidades, en especial los pobres, los que se sienten olvidados de todos, ser “cercanía” de Dios, ser abrazo de parte de Dios. 

Quizás lo propio de la pastoral de Jesús radique en la compasión, en acercar a Dios a los rechazados de la sociedad. En mostrar un Dios que pisa sus calles, come en sus mesas, toca sus enfermos. Jesús supo mostrar que Dios estaba presente (y reinando) al reconocer e integrar a los alienados de su tiempo (= endemoniados), al comer con los rechazados. Y eso era porque estaban “como ovejas sin pastor”. Y también en lo profético, saber decir una palabra de parte de Dios, pero no una palabra autoritaria, de censura o condena, sino mostrando caminos de vida. Ser capaces de mostrar instancias superadoras, mostrar un Dios Otro, siempre Otro, que acoge y abraza. Aceptar el desafío de estar entre miles de otras voces y atreverse a decir una palabra, suave, dulce a veces, que muestre otro camino posible, otro mundo posible, otra Iglesia posible. Pero no dicha desde el autoritarismo, o la posesión de la verdad, sino desde la convicción, desde invitar a ver otra posibilidad que sea mejor, que sea más comunicadora de vida.

Y me parece que acá hay una punta para pensar lo propio del ministerio ordenado. Ese ser profeta, sacerdote y rey/pastor desde un lugar mediador. No una mediación desde las alturas, no mediador desde el autoritarismo, la posesión de la verdad y la certeza permanente, sino con los pies en el barro, tratando de vislumbrar por dónde despunta la vida e invitar a caminar juntos hacia allí. Con tropiezos, con demoras. Con aceleraciones y frenadas. Pero caminar como pueblo de Dios hacia esa vida plena que es Dios mismo. Creo que eso quise vivir en estos 32 años, y creo que eso quiero seguir viviendo.





por Eduardo de la Serna

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