El presente libro: ¿Tiene salvación la Iglesia? (2012)
expresa un grito casi desesperado en pro de transformaciones y, al mismo tiempo,
una manifestación generosa de esperanza de que éstas son posibles y necesarias,
si no se quiere entrar en un lamentable colapso institucional.
Quede claro, para empezar, que cuando Küng y yo mismo
hablamos de Iglesia, entendemos la comunidad de aquellos que se sienten
comprometidos con la figura y la causa de Jesús, cuyo foco reside en el amor
incondicional, en la centralidad de los pobres e invisibles, en la hermandad de
todos los seres humanos y en la revelación de que somos hijos e hijas de Dios,
siendo el mismo Jesús quien dejó entrever que él era el propio Hijo de Dios que
asumió nuestra contradictoria humanidad. Éste es el sentido originario y
verdadero de Iglesia. Pero históricamente la palabra Iglesia ha sido apropiada
por la jerarquía (desde el papa a los curas); ella se identifica como Iglesia
tout court y se presenta como la Iglesia.
Pues bien, lo que está en profunda crisis es esta segunda
concepción de Iglesia, que Küng llama “sistema romano”, o sea, “la Iglesia
institución-jerárquica” o “la estructura monárquico-absolutista de mando”, cuya
sede se encuentra en el Vaticano y se centra en la figura del papa con el
aparato que le rodea: la curia romana. Esta crisis se prolonga desde hace siglos
y el clamor por cambios atraviesa la historia de la Iglesia, culminando en la
Reforma del siglo XVI y en el Concilio Vaticano II (1962-1965) de nuestros días.
En términos estructurales, las reformas estructurales siempre fueron
superficiales o aplazadas o simplemente abortadas.
En los últimos tiempos, sin embargo, la crisis ha adquirido
una gravedad especial. La Iglesia institución (papa, cardenales, obispos y
curas), repito, no la gran comunidad de los fieles, ha sido alcanzada en su
corazón, en aquello que era su gran pretensión: la de ser “guía y maestra de
moral” para toda la humanidad. Algunos datos ya conocidos han puesto en jaque
tal pretensión y han llevado el descrédito a la Iglesia institución, lo cual ha
ocasionado gran emigración de fieles.
Los escándalos financieros involucrando al Banco Vaticano
(IOR), que se transformó en una especie de off-shore de lavado de dinero; los
documentos secretos sustraídos, quien sabe si hasta de la mesa del Papa, por su
propio secretario y vendidos a los periódicos, revelando las intrigas por el
poder entre cardenales; y especialmente la cuestión de los sacerdotes pedófilos,
miles de casos en varios países, que involucran a padres, obispos y hasta al
cardenal de Viena Hans Hermann Groer. Gravísima fue la instrucción dada por el
entonces cardenal Ratzinger a todos los obispos del mundo de encubrir, bajo
sigilo pontificio, los abusos sexuales a menores para evitar que los curas
pedófilos fuesen denunciados a las autoridades civiles. Finalmente el Papa tuvo
que reconocer el carácter criminal de la pedofilia y aceptar su enjuiciamiento
por los tribunales civiles.
Küng muestra, con erudición histórica irrefutable, los pasos
dados por los papas al pasar de sucesores de Pedro a vicarios de Cristo y a
representantes de Dios en la Tierra. Los títulos que el canon 331 confiere al
papa son de tal magnitud que, en realidad, caben solamente a Dios. Una monarquía
papal absoluta con báculo dorado no concuerda con el cayado de madera del Buen
Pastor que cuida con amor de sus ovejas y las confirma en la fe, como pidió el
Maestro (Lc 22,32).
por Leonardo Boff
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