15 julio 2011

Homilía de la celebración de la memoria agradecida en el 10º aniversario de fallecimiento de Mons. Novak

«AMIGOS DE DIOS Y DE LOS POBRES, MISIONERO INCANSABLE, DEFENSOR DE LOS DERECHOS HUMANOS Y SERVIDOR DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS».

Homilía de la celebración de la memoria agradecida en el 10º aniversario de fallecimiento de Mons. Novak (09/07/2011)

La Eucaristía con motivo del aniversario del fallecimiento de nuestros seres queridos no es sólo un acordarnos de ellos, sino celebrar junto a ellos la comunión de los santos que Cristo ha establecido entre nosotros. “No tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles”, dice San Pablo (2 Co 4, 18). Aunque no lo veamos a Cristo, sabemos que está entre nosotros, y junto a él los que han ido a la casa del Padre. Cuando esta certeza con el paso del tiempo se hace más fuerte, como lo podemos sentir aquí, el Señor nos hace entender que, lo que el Obispo Jorge ha vivido y enseñado, no ha perdido su actualidad.

“Aquí estoy yo. Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Buscaré a la oveja perdida, vendaré a la herida y curaré a la enferma” (Ez 34, 11.16). Esta palabra de Dios se hizo palpable en el pastoreo del Obispo Jorge. Los numerosos testimonios reflejan la experiencia personal de los testigos, cómo el obispo se preocupaba por cada uno. A un padre de familia promete su oración por el hijo que había caído en la droga; y el padre está convencido que éste se sanó gracias a la oración perseverante del obispo. Al enterarse de otro padre que había quedado semiparalizado después de un accidente cerebro- vascular, el obispo fue a su casa el día de Noche Buena, diciendo: “Vengo a ver a Jesús, porque Jesús está en el enfermo”; la familia a su vez sentía que él mismo era Jesús que había entrado en su casa y dejado su paz. Una mujer judía que sufría la misma enfermedad que había afectado a él, a la cual el obispo también había ofrecido su oración, no puede olvidarse del encuentro con él y el intercambio sobre la prueba compartida. “El Señor me dio un gran regalo y yo lo debo amar y servir igualmente así como estoy”, había dicho cuando volvió al país totalmente paralizado. Y no se olvidó de agradecer, cuando ya estaba mejor, el beso en la frente que una persona le dio en aquel momento. Su ternura de padre quedó en la memoria de muchas personas que él acompañó en momentos difíciles. Cuando con un esfuerzo enorme empezó a recuperar el dominio de la mano para poder escribir, después de haber ensayado las letras del abecedario, escribió en la misma hoja una carta de agradecimiento a las hermanas que lo atendían. Una religiosa guarda decenas de cartas, escritas con estas letras, con que la guiaba espiritualmente desde los primeros pasos en la vida consagrada. “No voy a cerrar la puerta de mi casa a nadie que necesita. Yo debo acoger, confortar, amar y dar esperanza siempre, aún cuando me van a dar problemas”, dijo. Un sacerdote de la Congregación del Verbo Divino recuerda sus palabras de una conferencia que el obispo había dado a sus hermanos religiosos: “He recibido a familiares de los desaparecidos y tomado nota de 1150 situaciones familiares dolorosas; pero no he dicho nada extraordinario, sino que ofrecí el ministerio de la escucha”. Era así cómo se concretaba la palabra del profeta: “Me ocuparé de mis ovejas y las libraré en un día de nubes y tinieblas” (Ez 34, 12). Y resume este testigo: “Él era un hombre de Dios en el ministerio de la escucha. Era un hombre de perdón, por encima de mezquindades y enconos”. De una “absoluta humildad de amigo y servidor”, como resalta un pastor evangélico. De una cercanía atenta sin ostentación, simplemente por el respeto y amor a cada persona. Casi a escondidas.

Pero está además su figura pública y su compromiso como hombre de una Iglesia profética en medio de la sociedad; frente a las ovejas robustas y gordas, donde hay que apacentar con justicia (cfr. Ez 34, 16). Es el obispo bajo su lema “Ven, Espíritu Santo”, que sentía como suya la misión que Cristo asumió en la sinagoga en Nazaret, cuando leía el pasaje del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18.19).

Dice el testimonio de un religioso muy cercano al Padre Jorge: “Todo lo leía desde la fe, no inocentemente sino como historiador con fundamentos”. Un año antes de su muerte el obispo resume en un breve esquema su visión pastoral de la Argentina desde el siglo IXX hasta el último cuarto del siglo XX y en su contexto las iniciativas de nuestra diócesis de Quilmes. Él remarca ahí la coincidencia del inicio de la dictadura y de la diócesis en el mismo año, lo que lo llevó a acompañar en un ecumenismo testimonial práctico a los familiares de los desaparecidos. Bajo la consigna “comunión y participación” organizó los diversos organismos pastorales, centros de formación para laicos y sacerdotes, y nuevas parroquias y capillas. Fueron años intensivos de sínodos, asambleas y congresos que impulsaron los grandes movimientos surgidos en el Concilio: el movimiento bíblico, el ecuménico, el misionero, el social, y el litúrgico. La opción preferencial por los pobres, y el desarrollo de Cáritas e iniciativas de promoción tomaron fuerza. La religiosidad popular, una misión renovadora, los Encuentros de evangelización y los Movimientos convocan a mucha gente. En el último párrafo, intitulado “Presentación del Padre Obispo”, se define a sí mismo: Sucesor de los Apóstoles, fiel al Concilio Vaticano II, unido al sucesor de Pedro, cuidadoso de la colegialidad, conciente de su carisma misionero verbita.

En cuanto a este carisma, alguien recalca que la Biblia ha ocupado un lugar central en el recorrido de la Iglesia diocesana de Quilmes. Las Palabras leídas y pronunciadas del P. Obispo Jorge recuperaron su lugar profético e inspiraron acciones de compromiso, uniendo la Palabra y la vida, no solo diocesano, sino de la vida cotidiana de nuestra sociedad contemporánea. Dice el religioso antes citado: “Amó a su Iglesia por la cual iba a dejar, si era necesario, su vida; como la dio con su salud haciendo opción por los pobres y el Evangelio”.Con la renaciente democracia aceptó la primera cátedra universitaria de Derechos Humanos, de la cual hizo, como afirma el Ministro Decano de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia. una tribuna recuperando para el derecho su profundo sentido de armonía y paz.

Quisiera terminar esta breve devolución con palabras del testimonio de nuestro querido Marcelo Daniel Colombo, hoy Obispo de Orán, que seguramente expresan el sentimiento y la certeza de muchos:
“Diez años después de la partida del P. Obispo Jorge, el Señor me invita a poner la mano en el arado, en la misma misión, claro que sin la sabiduría y la santidad de ese extraordinario hombre de Dios. Pienso en esos inmensos ojos azules del P. Obispo Jorge, contemplativos del misterio, clavados en el horizonte, dispuestos a explicarnos cosas maravillosas, a entender aquellas páginas duras de la historia, a sorprendernos con el realismo del apóstol para indicarnos los nuevos desafíos. Me gustaría volver a escucharlo, ahora para ayudarme a ser obispo de un pueblo maravilloso. Me consuela saberlo intercediendo por mí, desde la comunión de los santos, pero también presente a través de la enseñanzas que supo trasmitirnos.”

Pidamos al Señor la transparencia del Padre Obispo Jorge y que la luz de Cristo pueda seguir iluminando nuestro mundo.

Luis T. Stöckler
Obispo de Quilmes

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