01 marzo 2011

CUIDAR LA VIDA

Circular 02/2011

CUIDAR LA VIDA
Carta Pastoral de la Cuaresma 2011

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo:

“Viene Jesús, viene la vida”, con esta expresión hemos empezado el año litúrgico e iniciado el “Año de la Vida”, declarado como tal por nuestra Conferencia Episcopal. El tiempo de la Cuaresma es un momento oportuno para profundizar esta propuesta del Papa.
Lo primero que me surge cuando pienso en la vida, es el asombro frente a la variedad incontable de seres vivientes que encontramos en la naturaleza. Sobre todo, me asombra la existencia del ser humano, donde cada persona tiene sus rasgos propios y únicos, sin haber hecho nada para venir al mundo, pero con el anhelo incontenible de vivir. ¿Para qué vinimos, y a dónde vamos?, es la pregunta que se despierta naturalmente ya en el niño. La vida debe tener un sentido. Imaginarme que el universo y el género humano sea el resultado de un largo juego del azar me parece inverosímil; y que la finalidad de la persona sea solamente prolongar la especie en los hijos y terminar con la muerte, me resulta absurdo. La seguidilla de las generaciones y la evolución del cosmos en miles de millones de años sería entonces la suma de la absurdidad total. Y esto no lo creo. En cambio, si detrás de todo hay alguien que ha creado con su sabiduría este mundo en sus detalles asombrosos y que ha dado al ser humano la inquietud de comprenderlo, entonces el anhelo de eternidad que hay en el hombre, tiene sentido. Esta convicción que el mundo es obra de un Creador y que el destino del hombre va más allá de la muerte, da a nuestra vida una dimensión que ingresa en el misterio de Dios mismo. Él nos ha llamado a cada uno a la existencia. “En efecto”, decía San Pablo, “somos de su raza” (Hch 17, 28). En esto radica nuestra dignidad, y en esto se funda el derecho a la vida y el respeto a los demás.

Hoy este derecho está cuestionado; y con ello la vida misma está amenazada. Como ciudadanos y como cristianos somos responsables de cuidarnos mutuamente, especialmente cuando las víctimas no tienen quien los defienda. El derecho a la vida comienza en el mismo instante de la fecundación, cuando como resultado de la relación entre el varón y la mujer se constituye con su información genética completa y definitiva un nuevo ser humano, que se desarrolla desde este momento con una dinámica incontenible. El cuerpo de la mujer es el hábitat del hijo, pero el hijo no es un órgano de la madre; es una persona, y nadie puede arrogarse la autoridad de negarle la vida. Salvo el caso de una enfermedad que pone en riesgo inminente la vida de la madre y que exige una intervención, con el efecto no buscado de que la criatura pierda la vida, no hay justificación moral para la interrupción del embarazo. No hace falta ser creyente para comprender este razonamiento. Los legisladores se hacen culpables, si proponen y votan leyes que facilitan el aborto. Es su obligación garantizar a la madre la ayuda necesaria para poder gestar y dar a luz al hijo que lleva en sus entrañas; más todavía cuando el hijo viene con una discapacidad que requiere una atención especial.
La necesidad de cuidar la vida del hijo sigue durante los primeros tres años, en los cuales la falta de nutrición y atención médica adecuadas deja daños cerebrales irreparables para toda la vida. No podemos desentendernos de las madres y familias en situación de indigencia que precisan el acompañamiento en esta etapa de los niños. Otra amenaza cada vez más feroz a la vida es el avance de las adicciones que destruyen a la persona física y moralmente y que reclama de nuestra parte cercanía y apoyo, para que estos hermanos nuestros puedan descubrir nuevamente el sentido de su vida. Finalmente, para honrar la vida, no podemos olvidarnos de nuestros mayores. Asistirlos con amor nos prepara a nosotros mismos, ya ahora, para cuando entremos en esta etapa culminante de nuestra existencia y demos el paso final a la presencia de nuestro Creador.

“Este es el ayuno que yo amo – oráculo del Señor - : no despreocuparte de tu propia carne. Entonces llamarás, y el Señor dirá: Aquí estoy” (Cf. Is 58, 6-9). Es en la caridad, donde durante la Cuaresma se verifica la autenticidad de nuestro ayuno y de nuestra oración. Que el cuidado de la vida en sus diversas etapas sea la prueba.
Luis T. Stöckler
Obispo de Quilmes

Nota: Esta Carta se leerá en todas las Misas y Celebraciones del Domingo 1º de Cuaresma

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