26 noviembre 2010

Homilía para la XV Misa de la Esperanza (20/11/2010).

«GENTE PEQUEÑA, HACIENDO COSAS PEQUEÑAS, EN ESPACIOS PEQUEÑOS, PRODUCE GRANDES CAMBIOS»

Homilía para la XV Misa de la Esperanza (20/11/2010).

Siempre cuando nos encontramos en este lugar céntrico de nuestra diócesis, donde se entrecruzan las avenidas de Quilmes, Berazategui y Florencio Varela, nos motiva la preocupación de lo que está pasando en nuestro pueblo y la responsabilidad que nos incumbe como cristianos. Lo que tematizamos hoy, el fenómeno de la droga, no es novedoso pero sí alarmante, porque ha tomado últimamente dimensiones, que ponen la Argentina entre los países de mayor consumo de drogas. Hemos igualado en el consumo de cocaína a los Estados Unidos y en marihuana somos los primeros en el mundo. Hace diez años Argentina era un país de tránsito, hoy consumen más de tres millones de personas. En los últimos años del secundario, el 15% consume marihuana, en el conurbano hasta el 30%; y el 90% de los chicos consumen alcohol. El uso de estupefacientes comienza hoy ya en niños de apenas ocho años de edad. El “paco” causa estragos, sobre todo entre los pobres. Lo que llama la atención es que, a pesar de esta realidad alarmante, la mayoría de la población todavía cree poder desentenderse del problema, aunque nuestra sociedad y nuestras comunidades están profundamente afectadas por la droga y sus consecuencias.

¿Qué hacemos frente a esta realidad? Entendemos que la criminalización de las personas que consumen drogas es una idea inadecuada para pensar cualquier tipo de política de prevención y asistencia de las adicciones. Sin embargo, el modo en que se ha planteado el debate público sobre la despenalización de la tenencia de sustancias para consumo personal exige una profundización. La Ley del Estado dice que los planes de vida de las personas sólo pueden ser limitados mediante coerción cuando perjudican a terceros. Nosotros preguntamos: ¿No son terceros potencialmente perjudicados los padres? ¿No lo son los ciudadanos que padecemos el flagelo de la inseguridad? Algunas corrientes de opinión proponen legalizar la producción y la comercialización de determinadas drogas. Se minimizan los peligros, distinguiendo entre drogas blandas y drogas duras, lo que lleva a liberalizar el uso de determinadas sustancias. “La droga no se vence con la droga. Las drogas sustitutivas no son una terapia suficiente, sino más bien un modo velado de rendirse ante el fenómeno” (Juan Pablo II, 27-05-1984). La producción de drogas en nuestro país, su oferta y consumo crecientes reclama un Estado que ha de tener una actitud firme frente a los mercaderes de este enorme negocio criminal. Estamos concientes de que este compromiso puede significar perder la vida en el enfrentamiento con los poderosos de este mundo siniestro. Nuestros gobernantes, especialmente los responsables de nuestra seguridad necesitan, por eso, de nuestro apoyo espiritual para que tomen los recaudos imprescindibles y señalen y denuncien a los culpables que están hasta en sus propias filas.

Como Iglesia nos corresponde descubrir las causas profundas del flagelo de las adicciones e ir a la raíz del problema. Lo que importa no es tanto la droga cuanto los interrogantes humanos, psicológicos y espirituales, implicados en las conductas. La raíz de la drogadicción no estriba en el producto sino en la persona que llega a sentir su necesidad. Recurrir a la droga es síntoma de un malestar profundo. “La causa mayor de la fuerza con que la droga hace presa en el espíritu juvenil está en la indiferencia ante la vida, en la caída de los ideales, el miedo al futuro” (Juan Pablo II, id.). “Es preciso reconocer que se da un nexo entre la patología mortal causada por el abuso de drogas y una patología del espíritu que lleva a la persona a huir de sí misma y buscar placeres ilusorios, escapando de la realidad, hasta tal punto que pierde totalmente el sentido de la existencia personal” (id. 07-02-1997). Es preciso refutar totalmente el uso de la droga desde el punto de vista moral. Nadie tiene derecho a dañarse a sí mismo.

Al fenómeno de la drogadicción la Iglesia responde con un mensaje de esperanza y un servicio que, más allá de los síntomas y la conducta de las personas, se dirige al corazón mismo del hombre. No es posible implementar a través del poder un cambio de conducta frente a las adicciones. Nuestra misión es evangélica: anunciar la Buena Nueva. Al toxicómano, que fundamentalmente sufre de falta de amor, la Iglesia quiere ayudarle a descubrir el amor de Jesucristo. En una situación de malestar, en el vacío profundo de la existencia, el camino hacia la luz pasa por el renacimiento de un ideal auténtico de vida, que se encuentra plenamente manifestado en el misterio de la revelación de nuestro Señor. No venimos a sustituir a ninguna institución y personas que se dedican a los toxicómanos; al contrario, es nuestro deseo de sostenerlos en su desempeño. Nuestro servicio específico consiste en proponer la “escuela evangélica” como forma de vida fundamentada en la relación con Cristo, el único que puede satisfacer todos los deseos del hombre, porque nuestra alma tiene sed del Dios vivo (cf. Salmo 62). Las palabras de Cristo: “Vengan a mí todos los que están fatigados y afligidos, que yo los aliviaré” (Mty 11, 28) cobran un sentido maravilloso cuando se dirigen a los que sufren el flagelo de la droga.

Hace tiempo que en nuestra diócesis hermanos y hermanas que han sido afectos por la droga, sea por la experiencia personal o de un familiar, gracias a la fe están saliendo del infierno de la adicción. Y últimamente la providencia de Dios ha abierto el horizonte para iniciar entre nosotros una “Fazenda da Esperanza”, esta obra asombrosa de evangelización, donde nuestros hermanos recuperan su dignidad y el sentido de la vida. Es una obra donde “gente pequeña, haciendo cosas pequeñas en espacios pequeños producen grandes cambios”. Gracias a la generosidad de una persona ha sido donada en Florencio Varela una propiedad de catorce hectáreas, donde en comunidades pequeñas, durante un año, convivirán los que quieren liberarse de la esclavitud de la droga, ganándose su sustento por su propio trabajo, acompañados por personas que se dedican totalmente a ellos; laicos y laicas, célibes y casados, sacerdotes y religiosas que se consagran para siempre a esta obra de amor, llamada “Familia de la Esperanza ”. Dios nos sorprende por el modo cómo está abriendo las puertas para esta obra entre nosotros y nos invita a darle todo nuestro apoyo espiritual y colaboración. Esta “eucaristía-acción de gracias” realmente se merece su nombre tradicional: “Misa de la Esperanza ”. Los testimonios que escuchamos ahora de hermanos que vinieron de Dean Funes, donde comenzó, hace cinco años, la primera Fazenda da Esperança en la Argentina , nos animarán para confiar también aquí en la Providencia de Dios.

Luis T. Stöckler
Obispo de Quilmes

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