10 julio 2015

Decisiones contracíclicas

Por Marcelo Ciaramella

Es frecuente en estos tiempos intercambiar términos propios de unas ciencias con otras adoptando nuevos significados. Tal es el caso por ejemplo del término “resiliencia” que proviene de la física de los materiales. Expresa las cualidades de un resorte: resistir a la presión, doblarse con flexibilidad y recuperar su forma original. Pero la psicología le dio un nuevo significado relacionado con su objeto de estudio: es la capacidad que tiene una persona o un grupo de recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro.

Hay un término proveniente de la economía, “contracíclo” que ha sido resignificado para designar la necesidad de cambios urgentes y drásticos en el curso de la realidad. En economía una medida contracíclica es aquella que opera en sentido contrario al ciclo económico –ya sea de expansión o de recesión- en el que se encuentra. Resignificado en la opinión pública el término suele designar una acción que va en contra de la corriente, una decisión que contradice lo esperable o genera en los acontecimientos un rumbo inesperado o desafiante.

La realidad del mundo actual parece pedir reacciones contraciclicas que modifiquen desenlaces a priori inexorables. Tal actitud parece haber sido la de Jesus de Nazaret, un judío marginal criado en Galilea. Desde aquella periferia de campesinos, artesanos y pescadores pobres contradijo al todopoderoso centro de gravedad del mundo, proponiendo un proyecto de mundo solidario, igualitario, construido desde los pobres, donde la autoridad y el poder tienen sentido solo si están al servicio de los más débiles, donde el dinero no puede ni remotamente ocupar el lugar central de la vida y la organización social y los bienes circulan de acuerdo a la necesidad. Un mundo libre sin dominadores ni dominados, sin víctimas ni verdugos, sin clases dominantes sino con unos al servicios de otros. Un mundo libre y liberador. Tan en contra del ciclo imperial y sus aliados locales caracterizó a aquel proyecto que fue combatido con violencia por el centro del poder. Pero Jesus no negoció su misión de generar vida y esperanza en el futuro y dio la vida para resucitar en la fe del pueblo creyente.

Lo mismo podríamos decir del recientemente beatificado obispo de San Salvador, Óscar Romero que en determinado momento de su vida decidió ir contra el ciclo represivo y autoritario de los militares aliados con la oligarquía y muchos de sus compañeros obispos. Se puso decididamente en favor de las víctimas de la violencia y la represión y contra los protagonistas de la opresión generando esperanza en los pobres.

En su discurso de clausura del 2do encuentro de movimientos populares en Bolivia, el Papa Francisco parece haber puesto una segunda marcha en lo que hasta ahora parecía solo un agradable camino de gestos renovados. Algunos términos vertidos en esta ocasión piden continuidad con decisiones contraciclicas en diversos ámbitos de la realidad. Es decir decisiones contra la corriente que modifiquen el curso de los acontecimientos en favor de nuevas posiciones esperanzadoras que permitan creer en el futuro, que generen esa incomodidad que precede a los cambios profundos.

El modelo económico globalizado colonizador y tirano que esta llevando a un creciente deterioro humano y ambiental del planeta es un ciclo que debe finalizar. Debemos buscar y construir un discurso y un modelo contracíclico de civilización. Con una expresión tan novedosa como explícita el Papa señaló que “queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los Pueblos... Y tampoco lo aguanta la Tierra".

Este sistema agotado en sus posibilidades de producir bienestar generalizado e igualdad de oportunidades parece ir muriendo. Pero muere matando. Matando las posibilidades de vida digna, alimentación, educación, salud, justicia de cada vez más habitantes de este mundo. E incluso matando el equilibrio del ambiente convirtiéndolo en inestable, impredecible e inviable para las próximas décadas, por el solo motivo de perseguir con desenfreno la acumulación del capital. Lamentablemente el Papa no mencionó al capitalismo neoliberal ni a sus adalides mas prepotentes que pretenden sacrificar al mundo entero para satisfacer su propio interés como las potencias desarrolladas o las corporaciones económicas y especulativas. Pero convengamos que no hay otro sistema en vigencia que pretenda modelar nuestras vidas y nuestro futuro a través del miedo, la mentira y el control como el neoliberalismo. La mayoría entendimos de qué hablaba. Es necesario generar un sistema alternativo que convierta la convivencia humana en posible, pacífica, justa y más humana.

La Iglesia también necesita decisiones contraciclicas, un revulsivo que la sacuda y la remonte a sus orígenes. El ciclo de la Iglesia “sociedad perfecta”, dueña de la verdad, polarizada en lo dogmático e institucional, en lo jurídico-territorial, aliada con las derechas conservadoras, perseguidora de lo nuevo y lo vital, alejada de la vida de las mayorías, acomodada en un envase viejo y desactualizado, se ha agotado. El Concilio Vaticano II para la Iglesia en general y el documento de Medellin como aplicación del espíritu del Concilio en América Latina fueron acontecimientos contraciclicos, desinstaladores, generadores de molestias e incomodidades, semillas de vitalidad y compromiso con los mas débiles, creadores de futuro. Pero no llegaron quizá a modificar de raíz el ciclo anterior que revivió en Papas conservadores, en obispos-funcionarios-guardianes litúrgicos procedentes de grupos de ultra derecha con chequera abultada o en una Iglesia peleada todavía con la modernidad, alejada del olor popular, muy a gusto con los poderosos y los rituales rimbombantes, bendiciendo armas, dictaduras y shoppings, poniéndose en el centro a si misma y llegando al colmo de censurar en nombre del derecho canónico a quienes intentan vivir el evangelio a fondo. Una Iglesia desencarnada, distante, como por encima de la historia. Parafraseando un dicho popular, una Iglesia “con menos carne que la rodilla de un canario”.

El parto de un nuevo momento para los pueblos y la Iglesia quizá pueda estar a las puertas. Pero para que eso suceda deberemos ir contra las corrientes que nos han arrastrado hasta el sinsentido. El mundo debe emprender una nueva civilización cuyo centro sea el buen vivir del ser humano y el cuidado de la tierra. Y la iglesia debe volver a ser una Buena Noticia para esos hombres y mujeres que buscan tener esperanza en el futuro, un abrazo de misericordia y compromiso con la justicia, una búsqueda humilde de la verdad, abandonando la ficción de tener “el monopolio de la interpretación de la realidad” y dispuesta a dar la vida.

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