06 abril 2015

Homilía de la Misa Crismal 2015


Hermanas y hermanos:

Hace pocos días realizábamos el Retiro Diocesano para todos los agentes de pastoral y fieles en 
general. Lo hicimos bajo el lema “RENOVAR LA MIRADA”, en este camino hacia la celebración de 
los 40 años de la Diócesis. Durante este año queremos vivir más profundamente la conversión 
pastoral de la mano de nuestra conversión personal a Jesús.

Cada año, en la Misa Crismal, escuchamos este evangelio de san Lucas. Jesús, en la sinagoga de 
Nazareth, lee la profecía de Isaías. Luego, “Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. 
Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Entonces comenzó a decirles: ‘Hoy se ha cumplido 
este pasaje de la Escritura que acaban de oír’”.

En esto consiste RENOVAR LA MIRADA. Se trata de tener los ojos fijos en Jesús. Volver la mirada 
hacia Él, para que Él nos renueve con la suya. Jesús dice: Hoy se ha cumplido la profecía. Es su 
mirada la que atrae todas las miradas. Es el Dios de las misericordias que viene a traer la liberación 
a los hombres. Es el Dios que escucha el clamor de su pueblo, como decía el profeta Daniel: 
“Inclina, Dios mío, tu oído y escucha. Abre tus ojos y mira nuestras ruinas y la ciudad sobre la cual 
se invoca tu nombre”. La mirada de Jesús se vuelve a nosotros para levantar nuestros ojos, y así 
poder contemplar al Dios que nos salva.

Jesús, desde adolescente iba con su padre José a la sinagoga de Nazareth. Cuántas veces allí, 
los habitantes de ese poblado escuchaban las Escrituras. Ese sábado fue un sábado distinto: 
Comenzaba el anuncio de la alegría del Evangelio.

Como aquellos habitantes, en Nazareth, también nosotros podríamos decir hoy: Cuántas años 
hace que nos juntamos acá para celebrar la Misa Crismal. Algunos podrán decir que se acuerdan 
cuando iban a la Catedral de Avellaneda... Otros podrán recordar la primera Misa Crismal del 
Padre Obispo Jorge Novak... otros recordarán años más recientes... Inevitablemente algunos 
podrán decir, que muchos de aquellos ya no están acá... Es la realidad del paso del tiempo. Vamos 
haciendo historia; somos miembros de un pueblo peregrino, de un pueblo que cree y espera. En 
este caminar queremos RENOVAR LA MIRADA. Los sacerdotes y diáconos queremos hacerlo junto 
a nuestro pueblo a quien servimos.

Para nosotros -diáconos, sacerdotes y obispo- RENOVAR LA MIRADA, significa en este día dejarnos 
mirar por Jesús. Y como aquellos paisanos de Jesús: fijar nuestra mirada en él. Necesitamos 
renovar esa mirada nuestra. Solos no podemos levantar la mirada... Necesitamos que el Espíritu 
Santo nos ayude a levantar los ojos, que a veces se posan en tantas cosas que nos encandilan, 
nos engatusan, nos atrapan; porque nos quedamos mirándonos nosotros mismos, llenándonos 
de insatisfacción y de desazón; la mirada se nos envejece dando vuelta sobre las mismas cosas 
y sobre nuestra propia fragilidad, y más pesados se ponen nuestros ojos, y no los podemos 
levantar. 

¡Es tu mirada Jesús, si, es tu mirada Señor...! Es la fuerza de tu mirada, la fuerza de tu Espíritu, 
quien renueva mi mirada. ¡Es tu amor quien me renueva, Señor! Todos en Nazareth te miraban... 
porque vos, Jesús, los amabas, a pesar de sus dudas y de su incredulidad.

Hoy venimos a esta Catedral a renovar nuestro amor. A renovar las promesas de nuestra 
consagración sacerdotal y diaconal. Como peregrinos que somos, como familia que caminamos, 
a todos nos hace bien el buen ejemplo de los demás. Desde ya, el ejemplo de los santos y su 
intercesión, como la del Cura Brochero que veneramos en esta Catedral (hoy sus reliquias están 
sobre el altar); pero, particularmente a nosotros, los sacerdotes, nos hace bien recordar a los 
hermanos curas que concluyeron su caminar en este mundo. Por eso, me pareció oportuno 
compartir con ustedes un testimonio sacerdotal. Se trata de un sacerdote que supo gustar del 
misterio de Dios y nos introducía al mismo con sus sabias reflexiones, particularmente en sus 
clases y charlas, en los más diversos ámbitos del país y más allá de las fronteras. Hablo del P. Lucio 
Gera. El 7 de agosto se cumplirán tres años de su partida. “Maestro en teología” como lo llamó el 
Cardenal Bergoglio, y dispuso que sea sepultado en la Catedral de Buenos Aires. 

Quiero compartir lo que él dijo al celebrar los 50 años de sacerdote. Renovando la mirada sobre su 
vida ministerial. Nos puede ayudar hoy a cada uno de nosotros. Espigaré algunos de los párrafos 
de esa homilía:
“Mi sacerdocio ha sido por cierto una opción que había que pensar bien; porque no es lo mismo 
decidir ser sacerdote que decidir cambiar de casa. Fue una opción mía, es decir, un asunto de mi 
libertad. De nadie más. Pero más allá de mi opción personal, de algo que ha surgido de mi interior, 
ha sido también algo que me sobrevino, es decir, que me vino desde más allá de mí mismo, desde 
fuera y desde arriba, por así decirlo. Algunos lo llaman destino, pero el destino no tiene rostro y yo 
me resisto a creer que mi vida haya podido estar determinada por alguien que no tiene rostro, ni 
conocimiento, ni corazón. Me sobrevino de afuera y de arriba, pero de algo personal. Eso quiere 
decir que fue vocación, llamado. Alguien me llamó; por alguien fui convocado. 

Por eso mi vocación al sacerdocio fue un asunto entre dos, no únicamente una opción mía, 
unilateral. Dios está en el origen, está a mis espaldas de sacerdote. Esto no quiere decir que haya 
tenido revelaciones, o apariciones... Gracias a Dios nunca he tenido una aparición o una revelación 
y sólo he podido moverme en la vida desde mi fe sencilla. Un sacerdote tiene que aprender a vivir 
en soledad. Pero uno aprende y acepta vivir en soledad sólo porque, en definitiva, no se está solo. 

No sólo el sacerdocio, también la existencia humana es una cosa de dos, porque nadie va a la 
nada, sino a Dios. Uno vive siempre en la presencia de Dios. Y esta presencia no es amenazadora. 
Como solemos decir en los Salmos: “Él es la roca”, no el vacío ni el abismo.

Mi opción por el sacerdocio ha nacido de un horizonte pastoral, es decir, en referencia a los 
hombres. En esta opción, mi intención primera no era buscarlo a Dios en la soledad de la 
contemplación, de la ermita, del monasterio... Tampoco mi intención fue entregarme al servicio 
específico de una necesidad humana: el hospital, la cárcel... Todo eso estaba, pero no como 
intención primera, no como lo determinante. No estaba excluido, pero lo que me determinó fue 
simplemente una cierta inclinación al ser humano, considerado desde su necesidad religiosa; no 
desde su necesidad médica o su necesidad de libertad, de hacer justicia... Me pareció con sencillez 
que Dios era un bien, y que sería un bien dedicar la vida a comunicar a Dios a los demás. Y eso 
decidió taxativamente sobre mi vocación. Pensé que estar privado de Dios puede ser un gran vacío, 
o una gran distracción. Por eso me pareció que debía entrar en esta vocación en la que uno tiene 
que ser memoria de Dios, recordarlo para que Él no caiga en el olvido.

La Carta a los Hebreos habla sobre la debilidad del sacerdote. Es tomado de entre los hombres, 
porque así puede, en su debilidad, compadecerse de los hombres... Es un hombre, no es Dios. 
La fragilidad no es algo que se declama, que se recita, sino algo que uno vive y que ha vivido. 
Es verdad, es real. Esto yo se lo digo particularmente a los seminaristas; la fragilidad es real y 
permanece después de la ordenación. Es verdad que uno tiene que aprender a no descansar en 
la propia fragilidad, a no pactar con la propia fragilidad, ni tampoco escudarse en ella para hacer 
cualquier disparate, o para vivir en la mera mediocridad.

No me interpreten esto de la fragilidad refiriéndolo solamente al campo de la sexualidad humana. 
Sólo quien tiene un gran respeto por la relación del varón y la mujer, por el amor esponsal y sexual, 
puede renunciar auténticamente a él. Quien desconoce ese valor que no entre en el sacerdocio. 
Pero ha de saber que su misma renuncia está tocada por la fragilidad. Pero el espectro de la 
fragilidad también en el sacerdote es más amplio y la peor fragilidad de uno es aquella que 
aparenta ser fuerte: la fragilidad de la propia soberbia, del orgullo, de la vacía vanidad, de la 
explosión fugaz de la ira, de la pereza, del “no me molesten”. Sí, también el sacerdote descubre la 
malicia en el propio corazón y no solamente fuera de sí mismo.

Uno se ha sabido sacerdote, entre Dios y los hombres, animado y a la vez implorante, situado entre 
la propia disponibilidad y la propia fragilidad. Pero de la fragilidad uno también ha aprendido. 
No porque tenga valor la fragilidad en sí misma, sino porque a lo largo de la vida uno ha podido 
también, con la gracia de Dios, convertir la propia fragilidad en aprendizaje, comprender la 
fragilidad humana, respetar al hombre caído, respetar a la mujer caída”.(L. Gera.”Meditaciones 
Sacerdotales”. Agape; pgs. 111-119)

Este testimonio del P. Gera lo he tomado de un libro editado en estos días llamado 
“MEDITACIONES SACERDOTALES”, a 50 años del Concilio Vaticano II, del que participó el P. Gera 
como perito y uno de sus mejores intérpretes en la Argentina y América Latina. Me pareció que 
en este DIA DEL SACERDOTE, regalarles un ejemplar a cada uno sería un hermoso homenaje a la 
memoria del P. Lucio Gera, pero también un signo de afecto personal por cada uno de ustedes 
sacerdotes.

La celebración de hoy, nos ayude a RENOVAR LA MIRADA sobre el misterio del sacerdocio de 
Jesús. La Virgencita, “mi Purísima” (al decir de Brochero), ampare nuestra fidelidad.

+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes

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