26 marzo 2015

Evangelio según San Lucas 1,26-38.

El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 
a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. 
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo". 
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. 
Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. 
Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; 
él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, 
reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin". 
María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?". 
El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. 
También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, 
porque no hay nada imposible para Dios". 
María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó. 

Leer el comentario del Evangelio por 
San Maximiliano Mª Kolbe (1894-1941), franciscano, mártir Conferencia del 13 de junio 1933
“Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica.” (Lc 8,21)


    Dios, en sus obras, se sirve de instrumentos. (...) Dios, que nos ha dado una voluntad libre quiere que le sirvamos libremente como instrumentos, poniendo nuestra voluntad a disposición de la suya, de la misma manera que la Madre Santísima cuando dijo: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” (Lc 1,38) La palabra “hágase” tiene que estar siempre en nuestros labios porque entre la voluntad de la Inmaculada y la nuestra tiene que haber una armonía perfecta. Entonces ¿qué hay que hacer? ¡Dejémonos conducir sin temor por María!

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