25 septiembre 2014

No es fácil "silenciar" la conciencia

Jueves de la semana 25 del tiempo ordinario


“El virrey Herodes se enteró de los pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: “A Juan lo he mandado decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas? Y tenía ganas de ver a Jesús”. (Lc 9,7-9)
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Los grandes no siempre son tan grandes como piensan.
Ni los poderosos pueden tanto como quisieran.
Tampoco es fácil matar la conciencia, por más que uno crea que no la tiene.
El hecho de haber sucumbido a las exigencias de una mujer y haber matado a Juan, le liberó de que alguien le esté acusando a la oreja.
Pero no le liberó de sus remordimientos ocultos o disimulados.
Y la presencia de Jesús era:
como un despertador de su conciencia.
como un despertador de sus miedos.
como un despertador de sus mismas inseguridades.
Lo que escuchaba hablar de Jesús le tenía inquieto.
Lo que oía hablar de lo que Jesús hacía no le permitía vivir tranquilo.
Y como los grandes también suelen ser supersticiosos, dentro llevaba a una serie de interrogantes.
Ya no es Juan el que le molestaba con sus acusaciones.
Ahora es la presencia de Jesús que le tiene inquieto y preocupado.
De ahí la pregunta: “¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?”
No se trataba de una pregunta interesada en conocer a Jesús.
Era una pregunta que le apolillaba interiormente el corazón.
No era una pregunta para querer seguir a Jesús.
Era una pregunta para tranquilizarse en su conciencia.
El miedo a que Juan hubiera resucitado.
El miedo a que hubiese aparecido Elías.
El miedo a que algún profeta hubiese vuelto a la vida.
El miedo de una conciencia sucia inventa muchas cosas.
El miedo de una conciencia culpable crea fantasmas.
¿Recuerdan la novela “Crimen y castigo?
Nadie sospecha del asesino.
Pero la conciencia es el mejor policía para mantener vivo el remordimiento.
Algo parecido le sucedía a Herodes.
Quería verlo.
No porque le interesase.
Sino porque quería espantar los fantasmas que revoloteaban en la noche de sus conciencia.
Es fácil hacer el mal.
Lo difícil es quitarlo luego de la conciencia.
No importa que nadie se haya enterado.
Es fácil la infidelidad.
Lo difícil es acallar luego la conciencia.
Lo difícil es querer volver a ser el mismo con la mentira y el engaño dentro.
Es fácil matar.
Lo difícil es acallar la voz interior de la conciencia.
Alguien decía “no me puedo quitar de los ojos su último rostro”.
Ni puedo borrar de mis oídos el último grito.
Es fácil mentir.
Lo difícil es silenciar luego la conciencia.
Es fácil condenar al inocente por unos dineros.
Lo difícil es luego taparle la boca de la conciencia.
Es fácil tratar de negar a Dios.
Lo difícil es no escuchar su voz dentro de nuestro corazón.
¿Tenemos ganas de ver a Jesús?
¿Qué es lo que queremos ver de Él?
¿Qué nos mueve a querer verlo?

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