28 julio 2014

Una civilización para humanizar un mundo gravemente enfermo

Por Jon Sobrino SJ

Discurso de graduación de los estudiantes de la escuela jesuita de teología, Berkeley, 24 de mayo 2014

Queridos amigos y amigas:
Quiero comenzar mis palabras agradeciendo a las autoridades de la Escuela Jesuita de Teología -y quiero mencionar a mi gran amigo Paul Locatelli- la invitación a dirigirme a los estudiantes que hoy se gradúan, a sus profesores y familiares que los han acompañado durante sus estudios, y a mis compañeros jesuitas. Estar hoy aquí me trae recuerdos de un agradecimiento mayor. Hace 25 años JST me concedió un doctorado honoris causa. Fue una forma de honrar a mis hermanos jesuitas y a dos sencillas mujeres que pocas semanas antes habían sido asesinados vilmente, de noche y a traición. Han pasado los años, pero en aquellos hombres y mujeres todavía encuentro inspiración para dirigirme a ustedes. Los seis jesuitas fueron universitarios, como quienes estamos aquí: Amando López, Juan Ramón Moreno e Ignacio Ellacuría, teólogos –este último internacionalmente conocido, y especialmente en JST; Segundo Montes, sociólogo, acompañante de emigrantes en Honduras y defensor suyo en el congreso de Estados Unidos; Ignacio Martín Baró psicólogo social, analista de la violencia en contra del pueblo; Joaquín López y López, cofundador de la UCA y fundador de Fe y Alegría. Las dos mujeres, Elba y Celina, madre e hija, trabajadoras como las personas que aquí cuidan del mantenimiento, aseo, jardinería, cocina… Fueron símbolo del pueblo de Monsenor Romero, quien les amo hasta el final. Un pueblo crucificado, hombres y mujeres pobres y esperanzados. Recordándoles a todos ellos, y basado en el pensamiento de Ellacuría ofreceré algunas reflexiones sobre lo que, en mi opinión, es el problema mayor de nuestro mundo al que ahora salen los graduados. Y sobre lo que todos tenemos que trabajar.
I. Un mundo gravemente enfermo. La civilización de la riqueza.
La verdad más real, más hiriente y más cuestionante es que nuestro mundo está muy mal. Al final de sus días, sin exaltaciones juveniles, en 1989 Ellacuría dijo lapidariamente: “nuestra civilización está gravemente enferma”1. En 2005, J. Ziegler, relator especial de Naciones Unidas para el derecho a la alimentación, dijo que el mundo “está amenazado de muerte por el gran capital financiero”2. Hace pocos días, el teólogo venezolano Pedro Trigo ha escrito que la realidad actual de las migraciones, de lo cual ustedes tienen experiencia inmediata en California, expresa “en toda su crudeza, magnitud y dureza el pecado del mundo”3.
Los elogios de la globalización, miopes, falaces o hipócritamente mantenidos, no pueden ocultar el peligro: “un desenlace fatídico y fatal”4. Ellacuría denunció que esa enfermedad es producida por la civilización de la riqueza. Y concluyó que hay “revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”5. Progresistas esperanzados dicen hoy “otro mundo es posible”. Ellacuría diría “otro mundo es necesario”. Y para que irrumpa ese mundo otro es necesaria otra civilización que sea contrapuesta y superadora de la civilización de la riqueza. Es la civilización de la pobreza 6. No es fácil comprenderla en toda su profundidad, pero voy a intentar explicarlo a continuación. Ellacuría no definió con precisión qué entendía por civilización, pero la describió suficientemente en paralelo a un proyecto general de la humanidad, a un orden de valores, a un estado de cosas, firme. En cualquier caso no se refería a un aspecto de la realidad social, como la economía, la religión, el cultivo de la ciencia… sino a una totalidad. Y tampoco definió con precisión qué entendía por pobreza cuando con ella nombraba una civilización. Y es muy importante comprenderlo bien.
1. A quienes objetan simplistamente el uso del término pobreza les advierte que no se trata de una pauperización universal, lo cual debiera ser evidente para toda persona normal.
2. Es decisivo que lo que sea esta pobreza se debe comprender en relación contraria y superadora a la riqueza de la otra civilización. Esto significa que, aunque todavía queda por analizar su contenido, es su contrario. La relación entre ambas es dialéctica.
3. Y lo fundamental: de esa superación proviene salvación, la salvación de nuestra actual civilización enferma. Así lo dijo en conceptos bien pensados.

“En un mundo configurado pecaminosamente por el dinamismo capital-riqueza es necesario suscitar un dinamismo contrario que lo supere salvíficamente”. Se dice pues que este mundo esta sometido a la figura del pecado –lo que de una u otra forma da muerte-, figura que tiene un dinamismo, dynamis, fuerza. Por ello se necesita otro dinamismo, dynamis, que, en lucha, supera la fuerza que configura nuestro mundo, que “esta gravemente enfermo”.
4. La tesis global que incluye los elementos fundamentales de ambas civilizaciones y su dialéctica la formuló con estas palabras:
“La civilización de la pobreza rechaza la acumulación del capital como motor de la historia y la posesión-disfrute de la riqueza como principio de humanización. Hace de la satisfacción universal de las necesidades básicas el principio del desarrollo. Y hace del crecimiento de la solidaridad compartida el fundamento de la humanización”7.
Esto no es fácil de aceptar y ni siquiera es fácil de comprender. De ahí que, aun con buena intención, a veces la palabra pobreza ha sido eliminada y sustituida por otras, y se habla así de “civilización de la austeridad compartida”, u otras semejantes. La razón principal, pienso, es el escalofrío que produce introducir pobreza en la formulación de un ideal de civilización. Pero al hacerlo, hay que tener en cuenta que solo con la palabra austeridad no se va al fondo del asunto. Austeridad, en efecto es una actitud subjetiva contraria a derroche, mientras que pobreza es una realidad objetiva –compleja como veremos- contraria a riqueza. Pobreza, no austeridad, es lo que se opone dialécticamente a riqueza. Es lo que hay que superar. Y hay que saber bien qué es esa civilización. En la civilización de la riqueza el motor de la historia es “la acumulación privada del mayor capital posible por parte de individuos, grupos, multinacionales, estados o grupos de estados”8. Su sentido es el máximo disfrute de lo acumulado en base a la propia seguridad y a la posibilidad de un consumismo siempre creciente como base de la propia felicidad. Esta civilización no depende de la geografía, pues está vigente tanto en el este como en el oeste, y debe llamarse civilización capitalista -sea capitalismo de estado o capitalismo privado. El juicio sobre ella no debe ser simplista “pues ha traído bienes a la humanidad, que como tales bienes deben ser conservados y propiciados (desarrollo científico y técnico, nuevos modos de conciencia colectiva, etc.). Pero ha traído males mayores”9.
1. No satisface las necesidades básicas de todos.
2. No solo no genera equidad sino que no la puede generar.
3. No genera espíritu humanizante. Lo primero es un crimen. Es la negación de la vida, la muerte lenta del ser humano, o la muerte violenta cuando el ser humano se rebela y lucha por la vida.

Los grandes del poder suelen esconder lo segundo, pero sin convencer. Simplemente, no hay recursos en el planeta para que el disfrute que es producto de la acumulación pueda ser universal –por lo que, siguiendo a Kant, la civilización de la riqueza no es ética porque no es universalizable. Sea cuales fueren los cantos de sirena –aun con la crisis como espada de Damocles- de que lo malo no es tan absolutamente malo como pudiera parecer y de que lo bueno sigue su camino, reprogramando esfuerzos de disminuir la pobreza el 2025, lo que sigue siendo indiscutible es que el nivel de vida –no sólo el de los millonarios, pero ni siquiera el de las clases medias de norteamericanos, europeos o japoneses sea universalizable. Consumen tal cantidad de recursos, materias primas y energía que lo restante no alcanza para el buen vivir del resto de la población mundial10. Esto hace difícil o imposible que florezca el espíritu humano como dimensión de toda una civilización –el tercero de los males. Es la negación de la fraternidad y de la dignidad universal –sea cuales fueren las formulaciones de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Ellacuría insistió cada vez con más fuerza en que la civilización de la riqueza no genera espíritu, inspiración, energía, valores, que humanicen a personas y sociedades. Es la civilización del individuo, del egoísta buen vivir, del éxito excluyente y vencedor del otro –véase el deporte de elite y la industria multimillonaria en que se ha convertido. Y el aire que respira el espíritu se enrarece todavía más cuando el Occidente que produce dicha civilización se comprende a sí mismo no sólo como fruto de talento y nobles esfuerzos -en parte muy reales, pero sin olvidar la secular y gigantesca depredación histórica que ha llevado a cabo-, sino como fruto de una predestinación, como antaño se comprendían los pueblos elegidos según las religiones. La civilización de la riqueza no queda confinada por la geografía, pero se implanta en una regiones del mundo más que en otras. Dicho con ponderación y respeto, para Ellacuría Estados Unidos era paradigma de esa civilización. Y quienes están configurados por ella actúan como si ello obedeciese a un destino manifiesto. Ese espíritu deshumaniza. Tiende a generar desprecio en unos y servilismo o respuestas irracionalmente violentas en otros. En 1989, sin juzgar de sus posibilidades económicas, sino espirituales, Ellacuría dijo que Estados Unidos “tiene una mala solución”11 y añadió que eso es peor que no tener solución, como es el caso del tercer mundo.
Generalizando, dijo que los países de abundancia “no tienen esperanza” -la cual sí existe en el tercer mundo-, sino que “lo único que realmente tienen es miedo”12. Mirando a la totalidad de nuestro mundo, el de Ellacuría y el nuestro, no se ve cómo puede tener sentido un mundo en que la parábola del ricachón y del pobre Lázaro sigue siendo, sin ninguna duda, su propia parábola, la que mejor describe la totalidad del planeta. La conclusión de Ellacuría en su día fue lapidaria: la civilización de la riqueza sufre un “fracaso humanista y moral”13. Y pasando juicio a su larga historia añadía, lo que es sumamente importante tener en cuenta, que sus procesos de autocorrección no se muestran suficientes para revertir su curso destructor.
II. Un mundo en vías de sanación. La civilización de la pobreza Lo que puede sanar a este mundo es la civilización.
Lo que puede sanar a este mundo es la civilización de la pobreza. Ojalá me explique bien y sirva como legado para ustedes jesuitas que hoy se gradúan en teología. Ya en su primer artículo, Ellacuría la definía programáticamente como “un estado universal de cosas en que esté garantizada la satisfacción de las necesidades fundamentales, la libertad de las opciones personales y un ámbito de creatividad personal y comunitaria que permita la aparición de nuevas formas de vida y cultura, nuevas relaciones con la naturaleza, con los demás hombres, consigo mismo y con Dios”14. Esto, que pudiera ser expresión más general de la utopía, es específico de la civilización de la pobreza cuando se analizan los fundamentos de ésta. Está “fundada en un humanismo materialista, transformado por la luz y la inspiración cristiana”15. Lo primero expresa el habérselas humanamente con lo material. Y así una civilización basada en el trabajo, como medio no sólo de producción, sino como cauce de creatividad y realización del ser humano, humaniza más que la basada en el capital -cómo también lo dijo Juan Pablo II en la Laborem Excercens. Lo segundo expresa que esta civilización esté transida de elementos importantes de la tradición bíblico-jesuánica. Y en el caso de Ellacuría está también operante, debidamente historizada, material y socialmente, la tradición ignaciana de la meditación de las dos banderas16.
Quiero detenerme un momento en esto, pues Berkeley tiene raíces en san Ignacio. Se afirma en dicha meditación que hay dos principios que originan dos caminos que llevan a la salvación o la condenación. Uno comienza con la pobreza, lleva a insultos y vituperios, como los que sufrió Jesús, y todo ello lleva por su naturaleza a la humildad, a la humanización integral diríamos hoy. Y de ahí a todos los bienes. El otro principio comienza con la riqueza y lleva por su naturaleza a los honores mundanos y vanos, de ahí a la soberbia, la deshumanización integral, y de ahí a todos los males. Ambos principios y ambos procesos son dialécticos. El uno está contra el otro. En esta intuición ignaciana, lo cual es importante recordarlo ante el auge actual de espiritualidad ignaciana, pobreza, debidamente historizada, es “principio” de bienes, y puede liberar de los males de los cuales es principio la riqueza. De ahí que Ellacuría proponga como solución la civilización de la pobreza en contra de la civilización de la riqueza. Por esa civilización de la pobreza hay que trabajar. No basta con predicarla como profecía contra la civilización de la riqueza, ni siquiera basta sólo con anunciarla como buena noticia para los pobres de este mundo. La solución “no puede estar en un salirse de este mundo y hacer frente a él un signo de protesta profético, sino en introducirse en él para renovarlo y transformarlo hacia la utopía de la tierra nueva”17. Ya hemos dicho que para Ellacuría la relación entre pobreza y riqueza es dialéctica, una hace contra la otra. Y eso significa lo que suele ser habitualmente ignorado: no se puede trabajar en favor de la civilización de la pobreza sin sufrir persecuciones y difamaciones.
Es una vana ilusión. La multitud de mártires por la justicia en América Latina desde Medellín es una prueba evidente de ello. Para construir una civilización de la pobreza Ellacuría propone dos tareas fundamentales. Una, la más comprensible y aceptada en principio, es “crear modelos económicos, políticos y culturales que hagan posible una civilización del trabajo como sustitutiva de una civilización del capital”18. La otra consiste en robustecer “la solidaridad compartida, en contraposición con el individualismo cerrado y competitivo de la civilización de la riqueza”19. Con la solidaridad nos introducimos en un ámbito de realidad que es de naturaleza del espíritu. Ellacuría en sus últimos años insistió en el espíritu que debe informe una nueva civilización. Puede ser generado muy principalmente por los pobres. Los pobres en plenitud son pobres con espíritu. Y la civilización que humaniza es la civilización con espíritu. “Esa pobreza es la que realmente da espacio al espíritu, que ya no se verá ahogado por el ansia de tener más que el otro, por el ansia concupiscente de tener toda suerte de superfluidades, cuando a la mayor parte de la humanidad le falta lo necesario. Podrá entonces florecer el espíritu, la inmensa riqueza espiritual y humana de los pobres y los pueblos del Tercer Mundo, hoy ahogada por la miseria y por la imposición de modelos culturales más desarrollados en algunos aspectos, pero no por eso más plenamente humanos”20. Para terminar, si se me permite la ironía, suelo decir que “en la liturgia a Dios todo le sale bien”. Mi sincero deseo es que la civilización de la pobreza le salga bien a Dios en nuestra historia real. Mi deseo es que ustedes, graduados, profesores, familiares, jesuitas, construyamos todos la civilización de la pobreza, no solo en la liturgia y en el concepto, sino en la realidad. Que en esta civilización de la pobreza los pobres de este mundo sean nuestros hermanos. En ellos se inspiraron y a ellos amaron los mártires que he nombrado al principio. Y en ellos se inspiraron y a ellos amaron cuatro mujeres estadounidenses: Ita, Maura, Jean y Dorothy.
Las palabras con que finalizó Ellacuría su último artículo de teología son las siguientes:
“Hombres nuevos, que siguen anunciando firmemente aunque siempre a oscuras, un futuro siempre mayor, porque más allá de los sucesivos futuros históricos se avizora el Dios salvador, el Dios liberador”21. A todos ustedes, especialmente a los graduados, les deseo muy cordialmente que sean esos hombres nuevos. 



UNA CIVILIZACIÓN PARA HUMANIZAR UN MUNDO GRAVEMENTE ENFERMO
Por Jon Sobrino SJ

Discurso de graduación de los estudiantes de la escuela jesuita de teología,
Berkeley, 24 de mayo 2014

Queridos amigos y amigas:

Quiero comenzar mis palabras agradeciendo a las autoridades de la Escuela Jesuita de Teología -y quiero mencionar a mi gran amigo Paul Locatelli- la invitación a dirigirme a los estudiantes que hoy se gradúan, a sus profesores y familiares que los han acompañado durante sus estudios, y a mis compañeros jesuitas. Estar hoy aquí me trae recuerdos de un agradecimiento mayor. Hace 25 años JST me concedió un doctorado honoris causa. Fue una forma de honrar a mis hermanos jesuitas y a dos sencillas mujeres que pocas semanas antes habían sido asesinados vilmente, de noche y a traición.   Han pasado los años, pero en aquellos  hombres y mujeres todavía encuentro inspiración para dirigirme a ustedes. Los seis jesuitas fueron universitarios, como quienes estamos aquí: Amando López, Juan Ramón Moreno e Ignacio Ellacuría, teólogos –este último internacionalmente conocido, y especialmente en JST; Segundo Montes, sociólogo, acompañante de emigrantes en Honduras y defensor suyo en el congreso de Estados Unidos; Ignacio Martín Baró psicólogo social, analista de la violencia en contra del pueblo; Joaquín López y López, cofundador de la UCA y fundador de Fe y Alegría. Las dos mujeres, Elba y Celina, madre e hija, trabajadoras como las personas que aquí cuidan del mantenimiento, aseo, jardinería, cocina… Fueron símbolo del pueblo de Monsenor Romero, quien les amo hasta el final. Un pueblo crucificado, hombres y mujeres pobres y esperanzados. Recordándoles a todos ellos, y basado en el pensamiento de Ellacuría ofreceré algunas reflexiones sobre lo que, en mi opinión, es el problema mayor de nuestro mundo al que ahora salen los graduados. Y sobre  lo que todos tenemos que trabajar.

I. Un mundo gravemente enfermo. La civilización de la riqueza.

La verdad más real, más hiriente y más cuestionante es que nuestro mundo está muy mal. Al final de sus días, sin exaltaciones juveniles, en 1989 Ellacuría dijo lapidariamente: “nuestra civilización está gravemente enferma”1. En 2005, J. Ziegler, relator especial de Naciones Unidas para el derecho a la alimentación, dijo que el mundo “está amenazado de muerte por el gran capital financiero”2. Hace pocos días, el teólogo venezolano Pedro Trigo ha escrito que la realidad actual de las migraciones, de lo cual ustedes tienen experiencia inmediata en California, expresa “en toda su crudeza, magnitud y dureza el pecado del mundo”3.  

Los elogios de la globalización, miopes, falaces o hipócritamente mantenidos, no pueden ocultar el peligro: “un desenlace fatídico y fatal”4. Ellacuría denunció que esa enfermedad es producida por la civilización de la riqueza. Y concluyó que hay “revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”5. Progresistas esperanzados dicen hoy “otro mundo es posible”. Ellacuría diría “otro mundo es necesario”. Y para que irrumpa ese mundo otro es necesaria otra civilización que sea contrapuesta y superadora de la civilización de la riqueza. Es la civilización de la pobreza 6. No es fácil comprenderla en toda su profundidad, pero voy a intentar explicarlo a continuación. Ellacuría no definió con precisión qué entendía por civilización, pero la describió suficientemente en paralelo a un proyecto general de la humanidad, a un orden de valores, a un estado de cosas, firme. En cualquier caso no se refería a un aspecto de la realidad social, como la economía, la religión, el cultivo de la ciencia… sino a una totalidad. Y tampoco definió con precisión qué entendía por pobreza cuando con ella nombraba una civilización. Y es muy  importante comprenderlo bien. 

1. A quienes objetan simplistamente el uso del término pobreza les advierte que no se trata de una pauperización universal, lo cual debiera ser evidente para toda persona normal. 
2. Es decisivo que lo que sea esta pobreza se debe comprender en relación contraria y superadora a la riqueza de la otra civilización. Esto significa que, aunque todavía queda por analizar su contenido, es su contrario. La relación entre ambas es dialéctica. 
3. Y lo fundamental: de esa superación proviene salvación, la salvación de nuestra actual civilización enferma. Así lo dijo en conceptos bien pensados. 

“En un mundo configurado pecaminosamente por el dinamismo capital-riqueza es necesario suscitar un dinamismo contrario que lo supere salvíficamente”. Se dice pues que este mundo esta sometido a la figura del pecado –lo que de una u otra forma da muerte-, figura que tiene un dinamismo, dynamis, fuerza. Por ello se necesita otro dinamismo, dynamis, que, en lucha, supera la fuerza que configura nuestro mundo, que  “esta gravemente enfermo”. 

4. La tesis global que incluye los elementos fundamentales de ambas civilizaciones y su dialéctica la formuló con estas palabras:

“La civilización de la pobreza rechaza la acumulación del capital como motor de la historia y la posesión-disfrute de la riqueza como principio de humanización. Hace de la satisfacción universal de las necesidades básicas el principio del desarrollo. Y hace del crecimiento de la solidaridad compartida el fundamento de la humanización”7. 

Esto no es fácil de aceptar y ni siquiera es fácil de comprender. De ahí que, aun con buena intención, a veces la palabra pobreza ha sido eliminada y sustituida por otras, y se habla así de “civilización de la austeridad compartida”, u otras semejantes. La razón principal, pienso, es el escalofrío que produce introducir pobreza en la formulación de un ideal de civilización. Pero al hacerlo,  hay que tener en cuenta que solo con la palabra austeridad no se va al fondo del asunto. Austeridad, en efecto es una actitud subjetiva contraria a derroche,  mientras que pobreza es una realidad objetiva –compleja como veremos-  contraria a riqueza. Pobreza, no austeridad, es lo que se opone dialécticamente a  riqueza. Es lo que hay que superar. Y hay que saber bien qué es esa civilización. En la civilización de la riqueza el motor de la historia es “la acumulación privada del mayor capital posible por parte de individuos, grupos, multinacionales, estados o grupos de estados”8. Su sentido es el máximo disfrute de lo acumulado en base a la propia seguridad y a la posibilidad de un consumismo siempre creciente como base de la propia felicidad. Esta civilización no depende de la geografía, pues está vigente tanto en el este como en el oeste, y debe llamarse civilización capitalista -sea capitalismo de estado o capitalismo privado. El juicio sobre ella no debe ser simplista “pues ha traído bienes a la humanidad, que como tales bienes deben ser conservados y propiciados (desarrollo científico y técnico, nuevos modos de conciencia colectiva, etc.). Pero ha traído males mayores”9. 

1. No satisface las necesidades básicas de todos. 
2. No solo no genera equidad sino que no la puede generar. 
3. No genera espíritu humanizante. Lo primero es un crimen. Es la negación de la vida, la muerte lenta del ser humano, o la muerte violenta cuando el ser humano se rebela y lucha por la vida. 

Los grandes del poder suelen esconder lo segundo, pero sin convencer. Simplemente, no hay recursos en el planeta para que el disfrute que es producto de la acumulación pueda ser universal –por lo que, siguiendo a Kant, la civilización de la riqueza no es ética porque no es universalizable. Sea cuales fueren los cantos de sirena –aun con la crisis como espada de Damocles- de que lo malo no es tan absolutamente malo como pudiera parecer y de que lo bueno sigue su camino, reprogramando esfuerzos de disminuir la pobreza el 2025, lo que sigue siendo indiscutible es que el nivel de vida –no sólo el de los millonarios, pero ni siquiera el de las clases medias de norteamericanos, europeos o japoneses sea universalizable. Consumen tal cantidad de recursos, materias primas y energía que lo restante no alcanza para el buen vivir del resto de la población mundial10. Esto hace difícil o imposible que florezca el espíritu humano como dimensión de toda una civilización –el tercero de los males. Es la negación de la fraternidad y de la dignidad universal –sea cuales fueren las formulaciones de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. 

Ellacuría insistió cada vez con más fuerza en que la civilización de la riqueza no genera espíritu, inspiración, energía, valores, que humanicen a personas y sociedades. Es la civilización del individuo, del egoísta buen vivir, del éxito excluyente y  vencedor del otro –véase el deporte de elite y la industria multimillonaria en que se ha convertido. Y el aire que respira el espíritu se enrarece todavía más cuando el Occidente que  produce dicha civilización se comprende a sí mismo no sólo como fruto de talento y nobles esfuerzos -en parte muy reales, pero sin olvidar la secular y gigantesca depredación histórica que ha llevado a cabo-, sino como fruto de una predestinación, como antaño se comprendían los pueblos elegidos según las religiones. La civilización de la riqueza no queda confinada por la geografía, pero se implanta en una regiones del mundo más que en otras. Dicho con ponderación y respeto, para Ellacuría Estados Unidos era paradigma de esa civilización. Y quienes están configurados por ella actúan como si ello obedeciese a un destino manifiesto. Ese espíritu deshumaniza. Tiende a generar desprecio en unos y servilismo o respuestas irracionalmente violentas en otros. En 1989, sin juzgar de sus posibilidades económicas, sino espirituales, Ellacuría dijo que Estados Unidos “tiene una mala solución”11 y añadió que eso es peor que no tener solución, como es el caso del tercer mundo. 

Generalizando, dijo que los países de abundancia “no tienen esperanza” -la cual sí existe en el tercer mundo-, sino que “lo único que realmente tienen es miedo”12. Mirando a la totalidad de nuestro mundo, el de Ellacuría y el nuestro, no se ve cómo puede tener sentido un mundo en que la parábola del ricachón y del pobre Lázaro sigue siendo, sin ninguna duda, su propia parábola, la que mejor describe la totalidad del planeta. La conclusión de Ellacuría en su día fue lapidaria: la civilización de la riqueza sufre un “fracaso humanista y moral”13. Y pasando juicio a su larga historia añadía, lo que es sumamente importante tener en cuenta, que sus procesos de autocorrección no se muestran suficientes  para revertir su curso destructor. 

II. Un mundo en vías de sanación.  La civilización de la pobreza Lo que puede sanar a este mundo es la civilización.

Lo que puede sanar a este mundo es la civilización de la pobreza. Ojalá me explique bien y sirva como legado para ustedes jesuitas que hoy se gradúan en teología. Ya en su primer artículo, Ellacuría la definía programáticamente como “un estado universal de cosas en que esté garantizada la satisfacción de las necesidades fundamentales, la libertad de las opciones personales y un ámbito de creatividad personal y comunitaria que permita la aparición de nuevas formas de vida y cultura, nuevas relaciones con la naturaleza, con los demás hombres, consigo mismo y con Dios”14. Esto, que pudiera ser expresión más general de la utopía, es específico de la civilización de la pobreza cuando se analizan los fundamentos de ésta. Está “fundada en un humanismo materialista, transformado por la luz y la inspiración cristiana”15. Lo primero expresa el habérselas humanamente con lo material. Y así una civilización basada en el trabajo, como medio no sólo de producción, sino como cauce de creatividad y realización del ser humano, humaniza más que la basada en el capital -cómo también lo dijo Juan Pablo II en la Laborem Excercens. Lo segundo expresa que esta civilización esté transida de elementos importantes de  la tradición bíblico-jesuánica. Y en el caso de Ellacuría está también operante, debidamente historizada, material y socialmente, la tradición ignaciana de la meditación de las dos banderas16. 

Quiero detenerme un momento en esto, pues Berkeley tiene raíces en san Ignacio. Se afirma en dicha meditación que hay dos principios que originan dos caminos que llevan a la salvación o la condenación. Uno comienza con la pobreza, lleva a insultos y vituperios, como los que sufrió Jesús, y todo ello lleva por su naturaleza a la humildad, a la humanización integral diríamos hoy. Y de ahí a todos los bienes. El otro principio comienza con la riqueza y lleva por su naturaleza a los honores mundanos y vanos, de ahí a la soberbia, la deshumanización integral, y de ahí a todos los males. Ambos principios y ambos procesos son dialécticos. El uno está contra el otro. En esta intuición ignaciana, lo cual es importante recordarlo ante el auge actual de espiritualidad ignaciana, pobreza, debidamente historizada, es “principio” de bienes, y puede liberar de los males de los  cuales es principio la riqueza. De ahí que Ellacuría proponga como solución la civilización de la pobreza en contra de la civilización de la riqueza. Por esa civilización de la pobreza hay que trabajar. No basta con predicarla como profecía contra la civilización de la riqueza, ni siquiera basta sólo con anunciarla como buena noticia para los pobres de este mundo. La solución “no puede estar en un salirse de este mundo y hacer frente a él un signo de protesta profético, sino en introducirse en él para renovarlo y transformarlo hacia la utopía de la tierra nueva”17. Ya hemos dicho que para Ellacuría la relación entre pobreza y riqueza es dialéctica, una hace contra la otra. Y eso significa lo que suele ser habitualmente ignorado: no se puede trabajar en favor de la civilización de la pobreza sin sufrir persecuciones y difamaciones. 

Es una vana ilusión. La multitud de mártires por la justicia en América Latina desde Medellín es una prueba evidente de ello. Para construir una civilización de la pobreza Ellacuría propone dos tareas fundamentales. Una, la más comprensible y aceptada en principio, es “crear modelos económicos, políticos y culturales que hagan posible una civilización del trabajo como sustitutiva de una civilización del capital”18. La otra consiste en robustecer “la solidaridad compartida, en contraposición con el individualismo cerrado y competitivo de la civilización de la riqueza”19. Con la solidaridad nos introducimos en un ámbito de realidad que es de naturaleza del espíritu. Ellacuría en sus últimos años insistió en el espíritu que debe informe una nueva civilización. Puede ser generado muy principalmente por los pobres. Los pobres en plenitud son pobres con espíritu. Y la civilización que humaniza es la civilización con espíritu. “Esa pobreza es la que realmente da espacio al espíritu, que ya no se verá ahogado por el ansia de tener más que el otro, por el ansia concupiscente de tener toda suerte de superfluidades, cuando a la mayor parte de la humanidad le falta lo necesario. Podrá entonces florecer el espíritu, la inmensa riqueza espiritual y humana de los pobres y los pueblos del Tercer Mundo, hoy ahogada por la miseria y por la imposición de modelos culturales más desarrollados en algunos aspectos, pero no por eso más plenamente humanos”20. Para terminar, si se me permite la ironía, suelo decir que “en la liturgia a Dios todo le sale bien”. Mi sincero deseo es que la civilización de la pobreza le salga bien a Dios en nuestra historia real. Mi deseo es que ustedes, graduados, profesores, familiares, jesuitas, construyamos todos la civilización de la pobreza, no solo en la liturgia y en el concepto, sino en la realidad. Que en esta civilización de la pobreza los pobres de este mundo sean nuestros hermanos. En ellos se inspiraron y a ellos amaron los mártires que he nombrado al principio. Y en ellos se inspiraron y a ellos amaron cuatro mujeres estadounidenses: Ita, Maura, Jean y Dorothy.

Las palabras con que finalizó Ellacuría su último artículo de teología son las siguientes: 

“Hombres nuevos, que siguen anunciando firmemente aunque siempre a oscuras, un futuro siempre mayor, porque más allá de los sucesivos futuros históricos se avizora el Dios salvador, el Dios liberador”21. A todos ustedes, especialmente a los graduados, les deseo muy cordialmente que sean esos hombres nuevos. 

Notas
1 “El desafío de las mayorías pobres”, ECA 493-494 (1989), 1078. 
2 Suele repetir que “si un niño hoy muere de hambre, muere asesinado”. 
3 “Horizonte cristiano de la pastoral de la movilidad”, RLT 91 (2014) 
4 Cfr. Nota 1. 
5 Ibid. 
6 Ellacuría escribió cuatro artículos sobre el tema. “El reino de Dios y el paro en el Tercer Mundo”, Concilium 180 (1982) 588-596; “Misión actual de la Compañía de Jesús”, escrito en 1983 y publicado póstumamente en Revista Latinoamericana de Teología 29 (1993) 115-126; “La construcción de un  futuro distinto para la humanidad”. Discurso pronunciado en la inauguración de un Congreso realizado en Berlín en octubre de 1988, http:/mercaba.org. FICHAS/Teología_ latina; “Utopía y profetismo”, Revista Latinoamericana de Teología 17 (1989) 141-184, publicado también en I. Ellacuría, J. Sobrino, Mysterium Liberationis, Conceptos fundamentales de la teología de la liberación I, Madrid, 1990, San Salvador, 1991, pp. 393-442. 
7 “Utopía y profetismo desde América Latina”, RLT 17 (1989),  170. 
8 Ibid. 
9 Ibid. p. 170. 
10 Hace unos años la economía de Estados Unidos consumía casi la tercera parte de la producción anual global de materias primas minerales para atender el nivel de consumo habitual del 6 por ciento de la población mundial. 
11  “Quinto Centenario de América Latina”, RLT 21 (1990) p. 277. 
12  Ibid. p. 282
13 “Utopía…”, p. 172.  
14 “El reino de Dios…”, p. 595.  
15 “Utopía…”, p. 170.
16 “Lectura latinoamericana de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio”, RTL 23 (1990) pp. 111- 147  
17 “Utopía…”, p. 172.  
18 “El desafío...”, p. 1078.  
19 “Utopía…”, p. 172.  
20 “Misión actual...” p. 120.  
21 “Utopía” 184 Notas
1 “El desafío de las mayorías pobres”, ECA 493-494 (1989), 1078.
2 Suele repetir que “si un niño hoy muere de hambre, muere asesinado”.
3 “Horizonte cristiano de la pastoral de la movilidad”, RLT 91 (2014)
4 Cfr. Nota 1.
5 Ibid.
6 Ellacuría escribió cuatro artículos sobre el tema. “El reino de Dios y el paro en el Tercer Mundo”, Concilium 180 (1982) 588-596; “Misión actual de la Compañía de Jesús”, escrito en 1983 y publicado póstumamente en Revista Latinoamericana de Teología 29 (1993) 115-126; “La construcción de un futuro distinto para la humanidad”. Discurso pronunciado en la inauguración de un Congreso realizado en Berlín en octubre de 1988, http:/mercaba.org. FICHAS/Teología_ latina; “Utopía y profetismo”, Revista Latinoamericana de Teología 17 (1989) 141-184, publicado también en I. Ellacuría, J. Sobrino, Mysterium Liberationis, Conceptos fundamentales de la teología de la liberación I, Madrid, 1990, San Salvador, 1991, pp. 393-442.
7 “Utopía y profetismo desde América Latina”, RLT 17 (1989), 170.
8 Ibid.
9 Ibid. p. 170.
10 Hace unos años la economía de Estados Unidos consumía casi la tercera parte de la producción anual global de materias primas minerales para atender el nivel de consumo habitual del 6 por ciento de la población mundial.
11 “Quinto Centenario de América Latina”, RLT 21 (1990) p. 277.
12 Ibid. p. 282
13 “Utopía…”, p. 172.
14 “El reino de Dios…”, p. 595.
15 “Utopía…”, p. 170.
16 “Lectura latinoamericana de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio”, RTL 23 (1990) pp. 111- 147
17 “Utopía…”, p. 172.
18 “El desafío...”, p. 1078.
19 “Utopía…”, p. 172.
20 “Misión actual...” p. 120.
21 “Utopía” 184

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