12 mayo 2013

Para CONFIRMADOS (jóvenes y adultos).

PARA CONFIRMADOS: ENTENDIMIENTO-CIENCIA-CONSEJO-TEMOR DE DIOS-FORTALEZA-PIEDAD-SABIDURIA
 
Para CONFIRMADOS (jóvenes y adultos). Es bueno saber, recordar, conocer cuál es nuestra INVESTIDURA en CRISTO, a la cual hemos sido llamados y CONFIRMADOS en la FE... 

LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO (Por el cardenal Carlo Maria Martini)

«Una rama saldrá del tronco de Jesé, un brote surgirá de sus raíces. Sobre él reposará el Espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvé.» (Is. 11, 1-2). A estos seis dones —que leemos en la Biblia hebrea—, la Biblia griega y la Biblia latina han agregado el don de la piedad.
Cada cristiano vive de Fe, Esperanza y Caridad; la Fe es perfeccionada por el espíritu de entendimiento, ciencia y consejo; la Esperanza, por el espíritu del temor de Dios y de fortaleza; la Caridad se expresa plenamente cuando es perfeccionada por la piedad y la sabiduría.

1. Entendimiento: Potencia del alma, en virtud de la cual concibe las cosas, las compara, las juzga, e induce y deduce otras de las que ya conoce. El don de la inteligencia lo necesitamos para comprender los misterios divinos, la relación entre la Cruz y la Trinidad, entre la Cruz y la paternidad de Dios; para intuir en este misterio divino el de nuestra vida y de nuestra muerte. Lo necesitamos para comprender cómo el misterio de Dios se revela en nuestro tiempo; para comprender cómo Jesús crucificado y resucitado vive entre nosotros y podemos encontrarlo; para comprender cómo el Espíritu Santo está actuando en medio de nosotros y podemos dejarnos vivificar por Él. Lo necesitamos para hacernos descubrir entre los pliegues de la vida cotidiana la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para hacernos contemplar en nuestras cruces la presencia del Resucitado.

2. Ciencia: Conocimiento cierto de las cosas creadas por sus principios y causas. Es la capacidad de referir a Dios todas las cosas del mundo, yendo más allá de las apariencias y comprendiendo el valor simbólico, relativo, de toda criatura con respecto al ser y al misterio de Dios, de aquel que lo ha creado todo. Es capaz de contribuir a la búsqueda del significado último y de las urgencias penúltimas frente a las cuestiones y a los desafíos culturales y éticos más variados. Con él es posible captar los signos de los tiempos y los fermentos evangélicos presentes en todas partes, incluso en las situaciones aparentemente más cerradas a la luz de la verdad revelada. Es posible comprender las necesidades concretas de una determinada comunidad y trazar para ella un proyecto adecuado. He aquí donde se halla contenida la ciencia del amor.

3. Consejo: Parecer o dictamen que se da o toma para hacer o no hacer una cosa. Es el saber orientarse en la complejidad moral de la vida. Es acudir prácticamente a los motivos de la Fe al obrar. Nos permite ver todo a la luz de la eternidad, en el querer de Dios, Padre bueno. Forma personalidades fuertes, tranquilas, seguras de sí mismas; por el contrario, la acción del espíritu del mal consiste en llevarnos a la tristeza, a replegarnos sobre nosotros mismos, a una confusión que bloquea la mente, a una ansiedad que lacera e impide decidirse, haciéndonos permanecer siempre en el mismo punto.

4. Temor de Dios: Miedo reverencial y respetuoso que se debe tener de agraviar a un Dios tan bueno. Es un amor a Dios consciente de la propia fragilidad y, por consiguiente, de la posibilidad de ofender al Señor, de perder su amistad. Es una actitud de grande reverencia hacia un misterio que nos supera por todas partes, que no poseemos, que no tenemos a la mano, porque nos es dado continuamente como un don, y nosotros tenemos continuamente la posibilidad de rechazarlo, de perderlo, de descuidarlo. El temor de Dios ve el actuar moral no como simple obediencia a una ley, sino como una relación con una persona; relación personal con Dios Padre, con el Señor Jesús. Por consiguiente, el temor de Dios nos permite vivir el actuar moral con toda la delicadeza, el respeto, la diligencia, el afecto que expresa la relación verdadera con una persona, y que exige la relación con Dios mismo, Padre y Señor. Es la conciencia de que Dios es Mysterium fascinans, misterio que atrae y fascina por su amabilidad (digno de ser amado); y al mismo tiempo es la conciencia de que Dios es también Mysterium tremendum, con el cual no se puede jugar, que nos interpela profunda y seriamente porque es amor total y exigente, relación personal de alianza y de don. Es el temor de faltar, de no estar a la altura de tan grande amor y, al mismo tiempo, el fuerte deseo de ser totalmente de Dios. Las actitudes contrarias al temor de Dios son la superficialidad, el facilismo, la trivialidad en la oración y en la vida.

5. Fortaleza: Vencer el temor y huir de la temeridad. Es la victoria sobre el miedo a la muerte y a cualquier otro mal, porque sabe que está en los brazos del Padre que no lo abandona nunca. Es el don que nos da la capacidad de profesar la Fe, incluso en las contradicciones y en los peligros. El caso más serio del don de la fortaleza es el martirio, la superación del miedo a la muerte, simplemente porque estamos en las manos de Dios. Perfecciona la virtud de la Esperanza, llevándola al heroísmo, al desprecio de la muerte, a la superación del miedo a la muerte.

6. Piedad: Don que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas; y por el amor al prójimo, actos de amor y compasión. Nos hace orar con gusto y de buena gana, con entusiasmo, nos hace salir del corazón una oración fluida, serena, calmada. Nos coloca en condiciones de vivir la oración de los hijos que gritan a Dios invocándolo con el apelativo: « ¡Padre!». Es la capacidad de hablar con Dios filialmente, con ternura; de alabarlo y adorarlo. Es la orientación del corazón y de toda la vida para adorar a Dios como Padre, para rendirle el culto que lo reconoce como fuente y meta de todo don auténtico. Es la ternura hacia Dios, el estar enamorados de Él y el deseo de rendirle gloria en cada cosa. ¡Es tan dulce llamar a Dios «Padre nuestro»! Nos hace mirar hacia Dios con sencillez filial y con verdad.
Es, por otra parte, el don de la sensibilidad en la relación humana, que nos permite tratar a todos con la mayor delicadeza, con amabilidad. Por consiguiente, es un don que compenetra la vida cotidiana, la vida de familia, las relaciones de cada día, haciéndolas hermosas, fáciles, agradables; un don que elimina las espinas, los choques, y suaviza nuestras relaciones. La actividad contraria es la dureza del corazón, la falta de sensibilidad, el no saber comprender a los otros. Es difusivo y benéfico, comenzando por la oración filial y afectuosa, en las relaciones de los hijos con los padres, de los padres con los hijos, de los esposos entre sí, en las relaciones de trabajo, de amistad, de parroquia, de comunidad, de grupo..., porque está impregnado de atención, respeto y sensibilidad.

7. Sabiduría: Conducta prudente en la vida. Es el don de verlo todo con los ojos de Dios, con su mirada, de verlo todo desde arriba. Es el don de ver los acontecimientos y las situaciones como los ve Jesús crucificado y resucitado, desde lo alto de la Cruz y desde la gloria de la Resurrección. Se trata de verlos desde lo alto y desde el centro. No por una inteligencia particular o una luz intelectual, sino por instinto divino. Sabiduría significa precisamente «sabor». Está ligado a la Caridad, al amor, más que a la inteligencia. Es la inteligencia del amor, del corazón. Es una penetración amorosa que percibe el sabor de los misterios de Dios: del misterio trinitario, del misterio de la Cruz, de los misterios del Reino, del misterio de la historia... Y esa sabiduría se les da también a las personas más sencillas, e incluso más a ellas que a los otros. ¡Cuán grande es en ellos el sentido de la providencia divina, cuán baja la estimación de las cosas terrenas, cuán grande la paz íntima y el gozo de una vida intachable...! Es el don que permite enmarcar cada problema en un marco más amplio: el marco de la verdad completa, de la verdad auténtica. Lo que es opuesto a la sabiduría es la falta de sabor de las cosas de Dios, la carencia del sentido de Dios, del sentido del misterio, del sentido de la providencia... Es la historia de un hombre que ha hecho sus cuentas sin Dios, sin la muerte, sin tener presente la verdad de la vida; de quien vive sin sentido, preocupado solamente por el presente; de quien no comprende, en los acontecimientos oscuros o contrarios a las expectativas comunes, el designio de Dios; de quien hace sus cálculos sin contar con la Cruz; de un hombre que ha construido su casa sobre la arena, que no ha conocido el orden de la vida evangélica, declarado en el sermón de la montaña. No reconoce ese orden de la vida evangélica, expresado en hacerse pequeños, en no pretender los primeros puestos, en respetar la autoridad, en amar la oración, en vivir en común, en perdonar las ofensas... Se trata de un don instintivo, del cual uno se da cuenta después. No es necesario que lo sintamos, por cuanto el Espíritu no tiene necesidad de hacerse sentir para actuar en nosotros.

Muchas personas —tal vez con frecuencia también nosotros— se mueven por su voluntad, cuentan con sus propias fuerzas, piensan que todo lo tienen en la mano...

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