Esta realeza está prefigurada en el texto del
profeta Daniel: "Le dieron poder, honor y reino... su reino no será
destruido" (primera lectura). En el evangelio la realeza de Jesús viene
afirmada en términos categóricos: "Pilatos le dijo: ¿Luego tú eres rey?.
Jesús respondió: Sí, como dices, soy rey". La segunda lectura, tomada
del Apocalipsis, confirma y canta la realeza de Jesús: "A él la gloria y
el poder por los siglos de los siglos. Amén". Al mismo tiempo los
cristianos son hechos partícipes de la realeza de Cristo: "Ha hecho de
nosotros un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre".
Mensaje doctrinal
1. Dos concepciones del rey. Pilatos y Jesús representan dos
concepciones contrapuestas del rey y de la realeza. Pilatos no puede
concebir otro rey ni otro reino que un hombre con poder absoluto como el
emperador Tiberio o por lo menos con poder limitado a un territorio y a
unos súbditos, como el famoso Herodes el Grande. Jesús, sin embargo,
habla de un reino que no es de este mundo, es decir, no tiene en el
mundo de los hombres su proveniencia, sino en solo Dios. Pilatos piensa
en un reino que se funda sobre un poder que se impone por la fuerza del
ejército, mientras que Jesús tiene en mente un reino impuesto no por la
fuerza militar (en ese caso "mi gente habría combatido para que no fuese
entregado a los judíos"), sino por la fuerza de la verdad y del amor.
Pilatos no puede concebir de ninguna manera un rey que es condenado a
muerte por sus mismos súbditos sin que oponga resistencia, y Jesús está
convencido y seguro de que sobre el madero de la cruz va a instaurar de
modo definitivo y perfecto su misterioso reino. Para Pilatos decir que
alguien reina después de muerto es un contrasentido y un absurdo, para
Jesús, sin embargo, está perfectamente claro que es la más verdadera
realidad, porque la muerte no puede destruir el reino del espíritu. Dos
reinos diversos, dos concepciones diferentes. Después de dos mil años
del histórico encuentro entre Jesús y Pilatos, ¿no es la concepción de
Jesucristo la única que ha podido pasar el test de la historia?
2. Características del reino. El reino de Jesús es un reino
preanunciado, en el que se cumple lo que los profetas de siglos
anteriores habían prometido de parte de Dios. El señorío de Jesús es el
del Hijo del hombre, a quien Dios le entrega todo poder y todo reino
(primera lectura). En segundo lugar, es un reino que vence todas las
potencias del mal, simbolizadas por Daniel en las cuatro bestias; Cristo
en, efecto, las vencerá todas en la cruz, que el evangelista Juan ve
como un trono, poniendo tales potencias demoníacas como escabel de sus
pies. En tercer lugar, el reino de Jesucristo goza de una gran
singularidad: no es de este mundo, pero está presente en este mundo,
aunque no se vea porque pertenece al reino del espíritu. En cuarto
lugar, el rey se define como testimonio de la verdad, y los súbditos
como los que son de la verdad y escuchan su voz. Sí, Cristo es rey en
cuanto da testimonio de la verdad, es decir, de la Palabra del Padre que
él encarna, y que el Espíritu interioriza y hace eficaz en los
corazones de los hombres. Los hombres son súbditos de Cristo Rey si son
de la verdad, es decir, si viven, piensan y actúan movidos por sintonía y
connaturalidad con la Palabra de Jesucristo. En quinto lugar, Jesús no
es rey del espacio, sino del tiempo, de todos los tiempos. El es el alfa
y la omega, el centro del tiempo y su principio normativo, "Aquél que
es, que era y que va a venir". Finalmente, Jesucristo no sólo es rey,
sino que hace partícipes de su realeza a los cristianos: Ha hecho de
nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. De esta manera,
los cristianos participan del reinado de Cristo, con las características
ahora descritas.
1. Dejar al Rey serlo de verdad. Cuando un rey es despótico, tirano,
esquilmador de sus súbditos, entonces es justo y obligado rebelarse
contra él. Pero si un rey es justo, bueno, entregado al bienestar de sus
súbditos, comprensivo, buen gobernante, es necesario que los súbditos
le dejen hacer el rey y serlo de verdad. El absolutismo regio de siglos
pasados ha perturbado y desfigurado la figura noble de un rey auténtico.
Hay que hacer todo lo posible para recuperarla en la mentalidad común
de los hombres, particularmente de los cristianos, porque no podemos
renunciar a llamar a Jesucristo, Señor y Rey del universo. Y sería
penoso que los cristianos, al menos algunos, entendieran ese reinado de
Jesús con las características negativas de un soberano absoluto y
despótico. Jesucristo quiere reinar -para eso ha venido a este mundo-;
hay que dejar a Cristo ser rey de verdad. Ser rey como él quiere serlo,
no conforme a concepciones políticas trasnochadas; ser rey de todos los
hombres y de todo el hombre: de sus pensamientos y sentimientos, de su
voluntad y afectividad, de su tiempo y de su existencia; de su trabajo y
de su descanso; de toda la vida del hombre para infundir en ella una
presencia divina, una soberanía que eleva, una realeza espiritual. ¿Cuál
es tu concepción de Jesucristo rey? ¿Dejas a Jesucristo ser
verdaderamente rey de tu vida? ¿Qué haces, qué puedes hacer para que
Cristo reine en el corazón de los hombres y de la historia? ¿Qué vas a
prometer a Jesús en su fiesta de Rey del universo?
2. Un reino de sacerdotes. En Jesucristo se unen en el madero de la
cruz su sacerdocio y su realeza. Nosotros, los cristianos, somos pueblo
de reyes y somos un reino de sacerdotes en virtud de la muerte y
resurrección de Jesucristo. Somos un reino de sacerdotes porque amamos y
seguimos la doctrina de la verdad, porque todos juntos en la liturgia
cantamos las alabanzas y glorias del Señor, porque movidos por la fe
dejamos que él guíe nuestros pasos hacia el Padre. Todos. Cada uno en su
individualidad, y todos como comunidad de fe y de adoración. Somos
además un pueblo de reyes, porque el reinado de Jesucristo no somete ni
esclaviza, sino que hace hombres libres, perfectamente libres frente a
sí mismo y a las propias pasiones, frente al mundo con sus poderes y sus
insidias, frente a Dios que atrae con ternura y con amor. Estoy
convencido de que la belleza de la vida cristiana está escondida para la
mayoría de los hombres. Porque estoy plenamente seguro de que nos
enamoraríamos de ella, el día que la entreviéramos y se nos abrieran los
ojos de la inteligencia y del amor. De todos y cada uno de nosotros
depende el que la Iglesia sea un pueblo de reyes y un reino de
sacerdotes.
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