29 noviembre 2012

Homilía de la XVII Mira de la Esperanza

Hola les hago llegar la homilia del padre Obispo del sabado.....

“ESPERANZADOS EN LA FE DE JESÚS, UNA TIERRA PARA TODOS”

 


 Homilía de la XVII Mira de la Esperanza (24/11/2012)
Hermanas y hermanos:

Como cada año, en la fiesta de Cristo Rey, desde 1996, el pueblo que peregrina en la Iglesia de Quilmes se reúne en este emblemático Cruce Varela, para renovarse en la Esperanza. En nuestros espíritus está latente la señera figura de nuestro primer Pastor diocesano, el Padre Obispo Jorge Novak, indiscutido profeta de la Esperanza. Y junto a él, tantas hermanos y hermanos, que soñaron y lucharon por un mundo más justo y fraterno.

Palabra proclamada hoy, el libro del Apocalipsis, nos presenta a Jesucristo con tres títulos: el “Testigo fiel”, el “Primero que resucitó de entre los muertos”, el “Rey de los reyes de la tierra”. Él es el Rey de vida que da vida eterna. Es el Mártir de la verdad del proyecto de Dios sobre la historia. Es el que tiene todo poder para un reinar eternamente. El Dios que nos ama, se revela actuando en la historia. Es siempre el que viene: “el que es, el que era y el que vendrá”. El Señor en quien creemos no cabe en el límite marcado por su nacimiento y su muerte. Su existencia empieza en la eternidad. Después de su muerte renace, resucita, asciende al cielo. “Pero volverá un día para poner punto final a la historia. La creación y la historia serán acogidas por la eternidad y él será la vida eterna de los elegidos y la luz de la creación transfigurada” (Romano Guardini, “El Señor” ).

En el Evangelio, vemos a Jesús ante Pilato, quien le pregunta: “¿Eres tú el Rey de los judíos?”. Jesús le responde que sí, que para eso ha venido. Pero, inmediatamente, sabiendo que Pilato entendía el título de rey, al modo político romano, le dice inmediatamente: “Mi realeza no es de este mundo” . Pero entendamos bien. Jesús no quiere decir que su reino es exclusivamente espiritual, como muchos a veces pretenden confundir, como si fuera una realidad más allá de la historia, que nada tuviera que ver con este mundo nuestro. El Señor quiere decir que su reino no surge de un poder político, o del poder de las armas, o de poderes heredados de una dinastía; sino que su Reino se origina y se sustenta en el poder de Dios. El Reino de Cristo no es de este mundo, pero se edifica en este mundo.

El Evangelio según san Juan nos predica que Cristo es rey desde la cruz, que expresa el colmo y extremo de su amor. Aquí se sustenta su realeza. Es rey con corona de espinas, sin espada, sin esclavos ni soldados a su servicio. No ejerce coacción sobre nadie. A este rey sin armas lo acatamos en la fe y el amor, como libres seguidores, en libre compromiso. El Señor reina donde nosotros promovemos la vida, la respetamos y la dignificamos. Reina donde vivimos según la verdad del proyecto de Dios sobre nuestra historia. Reina el Señor en los pueblos que instauran una sólida justicia, donde los hombres se aman fraternalmente y donde construyen la paz.

A cincuenta años de la inauguración del Concilio Vaticano II, viene bien mencionar la Constitución Pastoral sobre la Iglesia y el mundo actual, titulada “Gaudium et spes”, porque en su primer párrafo dice: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1).

“En el corazón y la vida de nuestros pueblos late un fuerte sentido de esperanza, no obstante las condiciones de vida que parecen ofuscar toda esperanza. Ella se experimenta y alimenta en el presente, gracias a los dones y signos de vida nueva que se comparte; compromete en la construcción de un futuro de mayor dignidad y justicia, y ansía “los cielos nuevos y la tierra nueva” que Dios nos ha prometido en su morada eterna” (DA 536).

Estos textos sobre la esperanza de la enseñanza de la Iglesia, me hacen acordar aquella estrofa de la zamba “La pobrecita” de don Atahualpa Yupanqui:

Mi zamba no canta dichas,
solo pesares tiene el paisano.
Con las hilachitas de una esperanza
forman sus sueños los tucumanos.

Cuantas hermanos y hermanos argentinos reflejados hoy también en esta copla. Cuántas personas viven para trabajar, y sin embargo no pueden soñar con tener un día la casa propia o un pedacito de tierra para construirla, cuando hay otros que no saben en qué gastar su dinero. Una brecha que crece y nos duele.

Esta Misa de la Esperanza nació cuando las políticas neoliberales globalizadas, implementadas en el país, empezaban a mostrar sus tristes consecuencias que hicieron estallar a la sociedad. Muchas cosas han mejorado desde entonces, otras en poco han cambiado.

En la Peregrinación Diocesana a Luján les decía: “ Hoy también nosotros venimos acá, trayendo las miserias de nuestra propia humanidad; los dolores y sufrimientos de nuestro pueblo. Vienen a nuestro corazón las voces de tantas personas agobiadas, angustiadas; encerrados en la noche de la desilusión y el abandono; de tantos enfermos e impedidos; situaciones de maltrato físico y sicológico; descuidos y desprecios sociales y familiares; personas abusadas y desprotegidas; las víctimas de las adicciones y de la trata de personas; inseguridades laborales y económicas que angustian; falta de respeto a la dignidad y atropello a las libertades; nuevas formas de esclavitud y abusos de poder. También nuestras infidelidades y faltas de amor y de servicio; nuestra acomodamiento a lo fácil y el quedarnos de brazos cruzados, pensando que todo está bien así; que la responsabilidad es de otros; o que todo está perdido”.

El lema de esta Misa es: “Esperanzados en la fe de Jesús, una tierra para todos”. Nuestro gran Buenos Aires presenta graves problemas habitacionales:
- La tierra y la vivienda, sometidas a las leyes del mercado son inalcanzables para la mayoría de la población.
- Muchas familias de escasos recursos habitan lugares inadecuados a la dignidad de la gente.
- La precariedad habitacional provoca graves problemas educativos, sanitarios, ambientales, políticos, familiares, etc.
- Crece una ciudad marginada de los servicios indispensables, castigados por la marginación territorial.

Qué necesario es la aprobación de la Ley Provincial de Acceso Justo al Suelo Urbano , para que tantos hermanos puedan tener acceso a poseer un terreno y una vivienda digna. Esta necesidad básica de nuestra sociedad urbana, reclama la acción del Estado, legislando sobre un derecho primario de las personas que es el acceso a la tierra y vivienda digna. Derecho suficientemente amparado por las Constituciones Nacional y Provincial, sustentado por las declaraciones de la comunidad internacional, como así también proclamado por la Doctrina Social de la Iglesia Católica.

Juan Pablo II sostenía que no es lícito utilizar el don de la tierra para el beneficio de unos pocos, dejando a los otros, la mayoría, excluidos. No hay razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a las propias necesidades cuando a los demás les falta lo necesario para vivir. Este enfoque doctrinario se centra en dos principios:
- Destino universal de los bienes.
- El derecho de propiedad privada con función social.

Hoy, en Argentina, nos encontramos con excluidos como los aborígenes sin tierra y los marginados urbanos, dos realidades diferentes con el común denominador de una sociedad que, lamentablemente, no puede dejar de lado la búsqueda personal frente a la necesidad imperiosa del ser humano que tiene al lado.

La esperanza nos anima a unirnos también, con los pobres medios que contamos, para hacer frente a la droga que mata las ilusiones y esperanzas de los jóvenes. Ayudémonos a decirles a nuestros hermanos y hermanas adictos que es posible salir; pero para ello es necesario que todos nos hagamos cargo. No es un problema de los otros; es un problema de todos.

En esta Misa de la Esperanza se inicia la peregrinación de la Cruz de los Jóvenes, que en lo que resta del año y durante casi todo el año 2013 recorrerá todas las parroquias de nuestra Diócesis de Quilmes, como preparación a la Jornada Mundial de la Juventud que se realizará en Río de Janeiro. Es la cruz de cada uno; qué pesada es la cruz de muchos jóvenes de nuestros barrios y ciudades; los jóvenes llevando la cruz, son un signo de que cuando nos unimos, se hace presente la fuerza de Jesús, la fuerza de su Espíritu, la única que puede sostenernos para no sucumbir bajo su peso. Es la cruz en la que reina Cristo, vencedor de la muerte.

La esperanza nos fortalece en la lucha contra un enemigo que silenciosamente se ha filtrado por todas partes: el individualismo. Ella nos anima y nos empuja a ponernos en el lugar del otro. La esperanza nos mueve a una verdadera espiritualidad, al verdadero dinamismo del amor. Quien está en la luz es el que ama a la gente, no el que solamente medita, el que se escapa a la soledad cómoda, el que se extasía con melodías dulces, aunque sean religiosas. Todo eso vale en la medida que me saca de mí mismo para darme a los demás. Si no es así, de nada me sirve. Lo dice muy bien la Palabra de Dios: “Aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada” (1 Co. 13,2).

La esperanza, fundada en la fe en Jesús, nos sostiene en el amor concreto. No nos instala en la queja inoperante, sino que nos impulsa a unirnos solidariamente, para reconocer que somos hermanos, y no extraños. La esperanza nos impulsa a la aventura de lo gratuito, evitando el “te doy para que me des”, tan lejos del amor cristiano.

La esperanza cristiana nos ayuda a ver positivamente nuestra realidad. No nos dejemos llevar por los prejuicios y por espíritus resentidos y cerrados que impiden descubrir las riquezas que hay en la cultura del pueblo argentino, que es el punto de partida para construir una sociedad mejor. Hay en nuestro pueblo muchas expresiones de solidaridad y una búsqueda de justicia que está presente en muchos movimientos y organizaciones sociales. Muchas personas verdaderamente pacíficas y que aman la amistad y la familia. Hombres y mujeres que siempre están dispuestas para mejorar la situación del barrio, condoliéndose de los más frágiles. Brotan en muchos lados, gracias a Dios, iniciativas creativas y originales, en el arte, la música y en los espacios de lucha cotidiana. Sabemos que somos parte de un pueblo que tiene recursos humanos y naturales que hacen que la esperanza no sea sólo una ilusión, sino una fuerza verdaderamente transformadora de las personas y de la sociedad.

“Es tarea de la Iglesia ayudar con la predicación, la catequesis, la denuncia, y el testimonio del amor y de justicia, para que se despierten en la sociedad la fuerzas espirituales necesarias y se desarrollen los valores sociales. Sólo así las estructuras serán realmente más justas, podrán ser eficaces y sostenerse en el tiempo. Sin valores no hay futuro, y no habrá estructuras salvadoras, ya que en ellas siempre subyace la fragilidad humana” (DA 385).

Que la buena semilla del Reino de Dios encuentre en nosotros una tierra fértil, para que demos los frutos de justicia, verdad, libertad, solidaridad y amor que nuestra sociedad necesita.


+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes

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