En aquel 
tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y les decía:
        
¾ ¡Cuidado con los letrados! Les 
encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, 
buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los 
banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Ésos 
recibirán una sentencia más rigurosa. 
         
Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que 
iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre 
y echó dos monedas de muy poco valor. Llamando a sus discípulos, les dijo:
        
¾ Os aseguro que esa pobre viuda ha 
echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les 
sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.
******
RELIGIÓN Y EGO
 Pareciera que fue la palabra “viuda” la que hizo que se unieran 
estos dos breves relatos: la durísima crítica a los letrados (doctores de la ley 
o escribas), a quienes se acusa, entre otras cosas, de “devorar los bienes de 
las viudas con pretexto de largos rezos”, y el enigmático episodio de la 
“viuda pobre” que echa en el cepillo del templo “todo lo que tenía para vivir”.
El primero de ellos contiene la denuncia de un comportamiento que 
no es inusual entre la autoridad religiosa: el uso de ropajes especiales, la 
búsqueda de reconocimiento social, el uso de títulos pomposos heredados del 
pasado y alejados de la vida cotidiana, el afán por lugares destacados, el 
negocio económico a costa a veces de gente necesitada… Ni un anticlerical 
hubiera sido más duro. Y, sin embargo, son palabras del evangelio. 
Tales actitudes, cuando se dan en personas religiosas, duelen y 
escandalizan más, porque suelen predicar justo lo opuesto. Pero, en realidad, son 
comportamientos que nos acechan a todos, porque definen bien cuál es el 
funcionamiento habitual del ego. 
El ego, ese manojo de necesidades y miedos, no puede buscar otra 
cosa que su autoafirmación, a costa de lo que sea. Y, dado que el ego solo puede 
moverse por el mundo de los objetos, lo hace por los caminos del tener, del 
poder y del aparentar. 
Sabemos que el ego es solo un error de percepción. No responde a 
ninguna realidad consistente, sino que es simplemente el resultado de un proceso 
de identificación de la mente con un determinado conjunto de pautas 
mentales y emociones, experiencias y circunstancias vividas. Sobre todo ello, la 
mente aprendió a decir “mío” y se generó el ego, con una consecuencia asombrosa: 
le atribuimos una entidad en sí mismo y terminamos convencidos de que constituía 
nuestra verdadera identidad. 
Una vez producido el equívoco, ya no podíamos hacer otra cosa que 
vivir para él. De esa manera, nos convertimos en marionetas en sus manos y todo 
nuestro comportamiento quedó marcado por la egocentración. 
Afortunadamente, nuestra verdadera identidad puede haber quedado 
adormecida o incluso aplastada bajo el peso de un ego que sofoca cualquier otra 
voz, pero no ha sido eliminada. Por eso podemos seguir experimentándola, aunque 
sea en forma de anhelo, o incluso solo de insatisfacción. De hecho, suele ser la 
insatisfacción, el desencanto o la hartura, lo que nos pone en camino para 
buscar en profundidad aquello que realmente somos y que sabe a plenitud. Aquello 
que nunca puede ser afectado negativamente, que siempre se halla a salvo, y que 
nos desegocentra eficazmente. 
 Por otro lado, la imagen de la viuda, en la segunda parte del 
relato, y debido precisamente al contexto, parece ofrecer varios significados. 
En primer lugar, reflejaría –como antítesis de los letrados- a la persona 
desidentificada de su yo, hasta el punto que es capaz de darlo todo.
Pero caben otras lecturas: en una de ellas representaría a las 
personas, especialmente mujeres en estructuras patriarcales o machistas, que son
víctimas del sistema, en este caso religioso: aquellas cuyos bienes son 
“devorados” por la autoridad. 
En tercer lugar, sería no solo víctima, sino culpable de 
sostener aquel sistema que va contra la vida. Porque es ella la que, 
precisamente con su limosna –incluso lo que necesita para vivir- sigue 
alimentando una estructura explotadora y caduca. (No olvidemos que, en el 
evangelio de Marcos, como en el de Juan, el templo –y la religión que él 
sostenía- se han dado por caducados).
 En conjunto, el doble relato supone un cuestionamiento lúcido de 
toda estructura de poder, particularmente religioso; un cuestionamiento que 
llega incluso a los detalles más pequeños, como puede ser el ropaje.
Llama la atención que, en esa crítica, se mencionen expresamente 
los “rezos”. Incluso lo que, en principio, tendría que ser la actividad más 
desinteresada y gratuita, como es la oración, se puede convertir en la coartada 
para obtener beneficios.
        
En cualquier caso, más allá de lo específicamente religioso, podemos leer el 
relato en clave de (des)identificación egoica, como una llamada a ser lúcidos de 
nuestras propias trampas y una invitación a reencontrarnos con nuestra identidad 
más profunda, Aquella cuya voz podemos escuchar cuando acallamos la mente y 
silenciamos los gritos del ego.
 
 
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