Señalar lo que significó el Concilio Vaticano II (VatII) sería interesante y muchos lo han hecho desde diversas perspectivas, pero parece más importante analizar qué significa hoy.
El VatII no es sólo un hecho pasado, es también un movimiento. Es vida. Y como en un cumpleaños, podemos recordar los 50 años de un nacimiento, o también celebrar la vida presente. Vida que, como todas, tiene dificultades, crisis, retrocesos, avances, saltos, frenos, fiesta.
Mirando desde fuera, quizás lo más llamativo se da en la liturgia. Los mayores recordarán misas de espaldas al pueblo, en latín, celebraciones oscuras, con mantillas, de rodillas, y cada una/o ensimismada/o en su propia oración, con su misal.
La reforma no fue sólo un cambio de lengua: la estructuración de la liturgia tuvo una nota pastoral, desde las lecturas, las posiciones, los cantos. La idea que se manifestó en todo esto era y es que la cosa no se juega entre Dios y yo, sino que somos todos miembros de un pueblo.
En la misma línea, el intento de que la Biblia llegue al pueblo, el aliento de más y mejores traducciones, con lenguaje popular, anotaciones pastorales, el aliento a grupos y encuentros bíblicos también marca una novedad.
Ya no se trata de una Iglesia que enseña (curas y obispos) y una Iglesia que obedece (los laicos), sino que todos debemos dejarnos enseñar por todos.
La Biblia es “el libro del Pueblo de Dios”, y a todos es dirigida. Jesús se alegraba que Dios ocultó sus cosas a los “sabios y a los prudentes y se las reveló a los pequeños”.
Un elemento importante del VatII es el intento de “aggiornar” la Iglesia, ponerla al día. Ya el gran Papa Juan XXIII enfrentó problemas y adversarios por esta decisión, a quienes llamó profetas de desgracias.
La Iglesia aparecía ante los ojos del “mundo” como encerrada en una suerte de castillo (medieval) ajena y condenando las cosas que le llegaban desde “afuera”. La Iglesia se propuso abrir las ventanas para que entren vientos de renovación.
No faltan quienes sostienen que ese ponerse al día remite “al día de ayer” (hace 50 años), pero el “Pueblo de Dios” (= la Iglesia) extendido por todas partes, sigue dialogando con las diversas miradas y posiciones. Uno de los pasos dados por el VatII es que no puede sostenerse que “la Iglesia” sea el Papa y los obispos.
“La Iglesia” es un pueblo, del que el papa y los obispos son parte, pero no más ni mejor, porque es el bautismo el que nos hace “hijos de Dios”, y nada parece más jerarquizado que ser hijo.
En el diálogo con la sociedad (= el mundo), siempre aparecen temas conflictivos. Ante los ojos de muchos, la Iglesia (sic) siempre retrocede. Hay razón en algunos casos, o algunos sectores. Pero es cierto también que otros sectores, ¡también Iglesia!, han tenido actitudes diferentes.
Es bueno tener presente que siempre solemos mirar desde nuestro horizonte, pero las repercusiones del VatII trascienden esa realidad. Deberíamos mirar también las reacciones en Africa, Asia, y -para nosotros particularmente- en América Latina (AmLat), y se vería una Iglesia viva, constructiva, positiva.
Algo que merece ser notado, aunque sea brevemente, es que algunos temas tienen repercusión mediática, y hasta pueden ser importantes para algunos sectores, pero no son primordiales para el Pueblo de Dios. Concretamente, algunos pueden ser importantes en Europa pero para el Pueblo de Dios en América Latina resulta mucho más vital temas como la Iglesia y los Derechos Humanos, la (in)justicia, la violencia, la paz, la desocupación, el hambre, que otros temas que importan “allí donde se originan las noticias”.
Ver, por ejemplo, el rol que ha jugado la Iglesia Pueblo de Dios en los últimos 50 años de AmLat no puede entenderse con precisión sino como continuidad con la vida comenzada en el VatII, o en oposición a ella.
Podemos también destacar lo decisivo que ha sido el VatII en el diálogo y encuentro con otras comunidades religiosas, tanto en el ecumenismo, como en el encuentro con los judíos.
De una Iglesia que quemaba carpas protestantes, o hablaba de los “pérfidos judíos” por deicidas (sic) a una Iglesia que se encuentra con ellos (que parecen habernos perdonado, por cierto), no sólo en celebraciones, sino en otros ámbitos, como la lucha por los derechos humanos por ejemplo, no hay un paso sino un salto.
Se podrían señalar muchos otros avances fundamentales que ha tenido y sigue teniendo la Iglesia a partir del VatII, pero me permito destacar uno más que me parece importante para nosotros. Y repito, por si hiciera falta, que precisamente porque la Iglesia es Pueblo de Dios, no desconozco lo que tal o cual jerarca pueda opinar sobre esto o lo otro, sino que me refiero al movimiento desencadenado en el VatII y que los creyentes consideramos impulsado por el Espíritu Santo. Una Iglesia encarnada, o “embarrada” en medio de la realidad, provocó mucha vida (y mucha muerte).
Así surgieron cantidades importantes de cristianos (en este caso me refiero a los católico-romanos, pero sin ignorar -y admirando- a los miembros de otras confesiones) sumergidos en la realidad. Así hemos padecido innumerable cantidad de mártires provocados por aquellos que añoran el “ayer” (la mayoría también se dicen a sí mismos católicos, sic): campesinos, catequistas, curas, obispos, monjas, mujeres y varones... Pero estos mártires (signo de una Iglesia viva y presente) también engendraron, y fueron continuados en movimientos de paz, en lucha por la justicia.
Basta pensar lo sucedido -y presente- en Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, o las tareas pendientes -aunque todo siempre es pendiente- en México, Haití, Perú, Chile, Colombia, o los pasos que se dan en Bolivia, Brasil, Venezuela, Ecuador, Argentina.
Tengo serias dudas -por ejemplo- que mucho de lo que ocurre en Brasil, o Ecuador, para poner ejemplos claros, podría ocurrir hoy sin una Iglesia viva que ha contribuido en su gestación. ¿Puede ignorarse en Argentina la importancia que el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo tuvo en la gestación de sueños en el pasado y en sus concreciones presentes? (no ignoro todo lo que falta).
Pero a su vez, esta vida y muerte se ha ido pensando, teologizando, por ejemplo en la Teología de la Liberación, con los matices y propiedades de cada región, y esta teología a su vez, genera acciones y respuestas, lecturas de la Biblia, cantos y liturgias, celebraciones y compromisos.
Sin duda podríamos mencionar pasos atrás, retrocesos, y voces eclesiásticas que parecen contradecir todo lo aquí dicho, pero también es cierto que nada de lo aquí señalado es falso ni sería posible sin el impulso del VatII que sigue vigente, vivo y militante.
Celebrar 50 años del inicio de este acontecimiento no puede reducirse a conmemorar (hacer memoria), sino también a re-cordar (pasar por el corazón), re-membrar (traer a los miembros) y re-vivir un acontecimiento que sigue vivo y dando vida, que sigue invitando a traer al presente el anuncio de que Dios quiere estar en medio de nuestra historia para llenarla con su vida y darnos vida.
* Coordinador del Movimiento de Sacerdotes en Opción por los Pobres
http://www.telam.com.ar/
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