Aportes de Aparecida para una nueva Pastoral Urbana
en América Latina y el Caribe
Jorge R. Seibold S.J.
No cabe duda de que la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y
del Caribe, que acaba de finalizar a fines de mayo último, ha sido a
juzgar por la opinión de la mayoría de sus participantes y observadores
un verdadero acontecimiento eclesial fruto del Espíritu[1]. Toca ahora a
las Iglesias locales de toda esta extensa región del Pueblo de Dios
que es Latinoamérica y el Caribe tratar de extraer de ello las mejores
consecuencias.
No se trata para ello de empeñarse en
llevar a la práctica lo dicho o lo recomendado en el Documento final de
Aparecida, como si él fuera un catálogo o una agenda de cosas a
emprender. Esa actitud sería desconocer el verdadero mensaje que hoy nos
comunica Aparecida. Aunque parezca mentira Aparecida enseña más por el
“tono”, que por el “contenido”, que en algunas de sus partes no deja de
ser rico y substancioso. Un “tono” de fraternidad en las diferencias,
que privilegia más el diálogo y el encuentro, que la ruptura y la
división. Un “tono” que invita a reconocer la vida del Espíritu que
animó no solo a los participantes de Aparecida que sesionaban en el
subsuelo de la Basílica, sino también al pueblo fiel, que hacía resonar
su plegaria en el Templo, acompañados por la “madre” de Aparecida, que
fue “madre” de todos.
Este Congreso Internacional de
Pastoral Urbana, que tiene por título “Dios habita en la Ciudad”, tuvo
ya por ello en Aparecida su primera manifestación. En verdad Dios
“habitó” en esos días en Aparecida y lo hizo con mucho signos y señales,
como un nuevo Pentecostés, como para hacernos comprender a todos que
Dios también “habita en nuestras Ciudades” de América Latina y del
Caribe. Afirmados en esta evidencia de fe quizás podamos ahora con el
fervor del Espíritu vivir como discípulos y anunciar como misioneros
esta “Buena Noticia” de Jesús a todos nuestros conciudadanos, para que
“nuestros Pueblos en Él tengan Vida”, tal como lo dice el Lema de la
Conferencia.
El “Documento conclusivo de Aparecida”
(DA)[2] da a la Pastoral Urbana, como luego veremos en su detalle, un
tratamiento que puede decirse privilegiado en relación a otros temas.
Hasta tal punto que muchos pastoralistas urbanos de América Latina y el
Caribe se vieron gratamente sorprendidos cuando se encontraron con esos
textos. A decir verdad el “Documento de Síntesis”(DS)[3], previo a
Aparecida dejaba mucho que desear en cuanto a la “Pastoral Urbana”.
El
documento “Síntesis” tenía fundamentalmente dos menciones al tema. Una
se hallaba en la primera parte del documento dedicada al “ver” (DS
68). Es un breve diagnóstico sobre la problemática que hoy enfrentan
las grandes ciudades en América Latina y el Caribe. Es una síntesis muy
bien hecha, donde se contiene justamente la expresión que preside este
Congreso “Dios habita en la ciudad” (DS 68 inicio). Pero la segunda
mención del tema que se halla en la tercera parte del Documento dedicada
al “obrar” (DS 343) era realmente muy pobre al lado de toda la
problemática que en apretada síntesis había insinuado el nº 68. E
incluso mucho más pobre que lo dicho quince años atrás por la IV
Conferencia de Santo Domingo al referirse a la Pastoral Urbana (cfr.
Documento de Santo Domingo, nn. 255-262). Gracias a Dios el Documento
final de Aparecida suple con creces esas deficiencias del Documento de
Síntesis y nos aporta un rico material que vamos a analizar en el
contexto de esta conferencia.
Para ello nos ha parecido
bien dividir esta conferencia en tres momentos donde trataremos diversos
aportes de Aparecida. En el primero trataremos de visualizar en una
perspectiva más teológica y espiritual el Misterio de Dios que habita en
la Ciudad. En el segundo momento veremos la compleja trama cultural y
social con la que se entretejen y se conforman nuestras actuales
ciudades latinoamericanas y caribeñas. Finalmente en el tercer momento
presentaremos las líneas fundamentales de lo que podríamos llamar el
nuevo “paradigma” o, para decirlo con las mismas palabras del Documento
final, la “nueva pastoral urbana” (DA 517 inicio) que nos propone
Aparecida.
1.- El Misterio de Dios en la Ciudad
Antes de hablar de Pastoral Urbana es necesario detenerse a contemplar
el Misterio de Dios que habita en la Ciudad. El documento de Aparecida
nos ayuda a contemplarlo cuando nos invita a dejarnos iluminar por la
fe. Ella nos enseña que “Dios vive en la ciudad, en medio de sus alegrías, anhelos y esperanzas, como también en sus dolores y sufrimientos”
(DA 514 inicio). No se trata de una contemplación pura de Dios, sino de
una contemplación donde Dios se muestra en las múltiples experiencias
humanas que pasan por la ciudad, tanto las que llenan de alegría y gozo,
como las que sumen en la angustia a sus habitantes. Tampoco las “sombras” de la vida citadina como son la “violencia, pobreza, individualismo y exclusión” pueden “impedirnos que busquemos y contemplemos al Dios de la vida también en los ambientes urbanos”
(Ibid.). El Dios de la vida está también allí donde ella es negada. Él
es el samaritano que sostiene a las víctimas, que lava sus heridas y las
unge con aceite. Cuando uno lo hace por su prójimo el mismo Señor se
hace allí presente. Pero aún todavía se hace más presente en los “lugares de libertad y oportunidad”, que brindan las ciudades a las personas “para interactuar y convivir con ellas…y experimentar vínculos de fraternidad, solidaridad y universalidad” (Ibid.). En las ciudades somos invitados constantemente a “caminar siempre más al encuentro del otro, convivir con el diferente, aceptarlo y ser aceptado por él” (Ibid.).
Este movimiento de acercamiento ciudadano es el mismo movimiento por el
que Dios se hace manifiesto en medio de la Ciudad. Por eso el nº 534
nos plantea en un hermoso texto bíblico sacado del Apocalipsis el “proyecto de Dios”, que no es otro que “la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén”, que
baja del cielo, junto a Dios, “engalanada como una novia que se
adorna para su esposo”, que es “la tienda de campaña que Dios ha
instalado entre los hombres. Acampará con ellos; ellos serán su Pueblo
y Dios mismo estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos y no
habrá ya muerte ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha
desaparecido” (Ap.21,2-4). Y este “proyecto de Dios” no tendrá cumplimiento sólo al final de los tiempos, sino ya desde ahora está en obra, “realizándose en Jesucristo”
y en la historia humana. La “Ciudad” se hace así símbolo del “Pueblo de
Dios” reunido y congregado por el mismo Dios que habita en su seno.
Esta perspectiva de un Dios que habita en su Pueblo y de un Pueblo que
se siente en Dios será retomada en el Documento de Aparecida de un modo
muy peculiar y original cuando se hable de la “religiosidad popular” o “piedad popular” (DA 258-265). El Papa Benedicto recalcó la “rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos”(DI 1) y la presenta como “el precioso tesoro de la Iglesia Católica en América Latina”
(Ibid, DA 258). En una importante sección ubicada en el capítulo 6 de
la Primera Parte del Documento de Aparecida se habla de los valores de
esta religiosidad popular confirmando lo ya dicho en otros Documentos
eclesiales como la Evangelii Nuntiandi (EN 48) y el Documento de Puebla (DP 444) (cfr. DA 258).
Pero el Documento conclusivo de Aparecida da todavía un nuevo paso en
avance, en relación a Puebla y a Santo Domingo, cuando a esta
“religiosidad popular” la designa con el nombre de “espiritualidad popular” (DA, 263) y todavía más cuando la llama “mística popular” (DA 262 fin) fin). Aquí la expresión “espiritualidad” está tomada en sentido fuerte y se refiere “al impulso del Espíritu, a su potencia de vida que moviliza y transfigura todas las dimensiones de la existencia”
(DA 284). El Documento final de Aparecida es el primer Documento de
Iglesia que de un modo expreso le otorga a la “religiosidad” vivida por
nuestro pueblo fiel y sencillo el carácter de “espiritualidad popular” e
incluso mucho más al darle el nombre de “mística popular”. Esta nueva
caracterización es de vital importancia para comprender mejor el tema de
“Dios habita en la Ciudad”. El fenómeno de la “religiosidad popular”
no es algo privativo de los medios rurales, sino que pertenece con igual
derecho al medio citadino y que, además no está reservado sólo a unos
pocos, sino que está destinado a ser vivida por todo el pueblo de Dios.
Durante mucho tiempo nos hemos acostumbrado a ver el fenómeno místico o
las experiencias que brotan de ese contexto como circunscrito a
determinadas personas que habían recibido de parte de Dios gracias
excepcionales, como una Santa Teresa de Ávila, un San Juan de la Cruz,
un San Francisco, un San Ignacio, y muchos otros, que no solo vivieron
con Dios profundas experiencias espirituales y místicas, sino que
también legaron a sus discípulos muchas de esas gracias que conformaron
diversos estilos particulares de seguimiento de Jesucristo, dentro de la
única tradición Cristiana y a las que se denominó “espiritualidades”.
Así hoy hablamos de “espiritualidad carmelitana”, que sigue los caminos
de Teresa y San Juan de la Cruz, “espiritualidad franciscana”, que sigue
los caminos de San Francisco, la “espiritualidad ignaciana” que sigue
los caminos de San Ignacio y así de otras. Todas estas
“espiritualidades” son caminos en el Espíritu, y no se comprenden sin
la presencia y actuación del Espíritu. Por extensión ese nombre se ha
extendido para designar a diversas espiritualidades vividas por
movimientos de laicos y consagrados que viven y trabajan con diversas
vocaciones en la Iglesia de hoy. Pero cuando se trataba del pueblo en su
vida religiosa no se hablaba así. Más bien se hablaba de “prácticas
religiosas”, de “piedad popular” o a lo más de “religiosidad popular”,
que el pueblo sencillo podía practicar. Con lo cual, si bien se
reconocían y se admitían estas “prácticas piadosas” como era rezar el
Rosario o realizar una peregrinación, sin embargo se deslizaba en
muchos un cierto prejuicio que ubicaba a esta religiosidad como de
“segunda categoría” al atribuírsele un modo de realización meramente
exterior. El Documento final de Aparecida revierte este juicio y nos
invita a ver más en profundidad lo que sucede en el corazón de estos
creyentes populares cuando son movidos por el Espíritu de Dios. Por eso
el documento habla de una verdadera y genuina “espiritualidad popular” y más aún todavía de una “mística popular”. El Documento de Aparecida lo dice expresamente: “No
podemos devaluar la espiritualidad popular, o considerarla un modo
secundario de la vida cristiana, porque sería olvidar el primado de la
acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios” (DA 263 inicio).
Esta vida espiritual profunda de nuestro catolicismo popular
Latinoamericano y Caribeño puede ser avalado a lo largo de su amplia
geografía y de su ya multisecular historia. El Documento de Aparecida lo
expresa bellamente y de una manera muy sintética. Nosotros invitamos al
lector a que lo saboree en ese rico apartado del párrafo 6.1.3 titulado
“La piedad popular como espacio de encuentro con Jesucristo”
(DA 258-265). Nosotros extenderemos nuestra mira espacial y
temporalmente para presentar en apretada síntesis algunos de los signos
más característicos de esa profunda vida “en el Espíritu” que vive
nuestro pueblo sencillo y humilde[4].
Uno de esos signos
es la “irrupción” del Misterio de Dios en la vida de esos fieles, como
le ocurrió al indiecito Juan Diego en los albores de la evangelización
americana al recibir la visita de la Virgen de Guadalupe en el
montecillo del Tepeyac en México. La Virgen lo introduce en el Misterio
Divino de su Hijo Jesucristo “por quien se vive” y de su
Designio de Salvación, del cual Juan Diego será un humilde servidor.
Pero esta “irrupción” de Dios por medio de la Virgen y el ministerio
de Juan Diego, dará sus frutos y prolongará sus efectos a través del
tiempo. Alcanzó no sólo a los indígenas, que se convertían a la nueva
fe, sino también a los mismos españoles y, luego, a los criollos y
mestizos que asumieron en aquellas tierras el compromiso de vivir en sus
vidas la Buena Noticia del Reino de Dios. Y todavía hoy ese “Código
Divino”, que es la imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe, estampada en la
tilma de Juan Diego, sigue “irrumpiendo” en el alma de miles y miles de
devotos, que se acercan a su Santuario del Tepeyac para venerarla y
recibir de ella a su divino Hijo por quien tienen vida.
Los numerosos Santuarios en América Latina y el Caribe, consagrados a la
Virgen en sus diversas advocaciones, al Señor en sus diversos
misterios y a los Santos, son lugares excepcionales donde los fieles
muestran las expresiones más ricas de sus devociones populares. En ellas
pueden encontrarse muchos rasgos de vida mística. Así su profundo
silencio ex– tático que los hace presentes ante la imagen viva de su
devoción, casi sin musitar palabras y sólo acompañados por algunos
cirios ardientes y de alguna ofrenda puesta a los pies de la imagen, que
hablan por ellos mismos. Todo ello con un despojo total de sí y de
entrega incondicional a Dios. Ámbito sagrado que sólo habla de amor,
pero no en abstracto, sino ligado a necesidades vitales, angustias,
temores, encuentros y desencuentros, rupturas, tanto propias como
ajenas. Todo el marco de una vida llena de realizaciones y también de
conflictividades está allí. Y todo esto fluye en medio del silencio
exterior y suele terminar con alguna oración vocal y algún gesto de
ternura que los fieles expresan cuando se acercan a la imagen para
tocarla y besarla, como para sellar la despedida. Gestos “místicos” del
“toque” y del “beso”, que expresan la unidad del afecto y de la
cercanía, que unen a los creyentes con la Divinidad, la Virgen y los
Santos. Todo ello hace que la “mística popular” pueda ser caracterizada
mejor por su carácter “familiar”, que por su carácter “nupcial”. Y esto
no disminuye en nada la radicalidad del Amor que los fieles tienen para
con Dios, pero que también sienten por sus prójimos, más allá de sus
relaciones de parentesco. Con ello los fieles de nuestro pueblo no hacen
otra cosa que responder al llamado de Cristo en la última Cena: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn.
15,12). Y este llamado de Cristo es para todos y no solo para que lo
vivan algunos o un pequeño grupo de discípulos. Es el precepto
fundamental que preside la vida mística de los fieles. De este modo las
comunidades fraternas que entretejen con el Amor la vida de la Ciudad
alimentan los espacios donde Dios habita en el corazón de sus fieles.
Pero también en la vida cotidiana suelen los fieles “sentir” la presencia de Dios de un modo peculiar. Así lo confiesan cuando dicen: “Lo siento a Dios muy dentro mío” y señalan con la mano el pecho para mostrar el lugar del “toque”.
Otras veces confiesan vivir verdaderas experiencias trinitarias,
sintiéndose inclinados a adorar a las diversas Personas Divinas según lo
que el Espíritu les comunica. Y esto con mucho sentimiento y calor
interior a semejanza de Santa Rosa de Lima, esa santa laica Limeña, que
vivió a fines del siglo XVI y comienzos del XVII en la Lima Virreinal.
Rosa vivió una mística propiamente popular. Cuando se le preguntó, qué
experiencia de Dios tenía, respondió: “Que luego le venía al alma y
al corazón un calor sobrenatural suavísimo, con una fragancia de rayos
de gloria, al alma y al interior sensitivo, que siempre le parecía que
iba en aumento”[5]. Estas experiencias íntimas de Dios muestran cómo también Dios habita en lo profundo de la ciudad de los hombres.
Pero esta familiaridad con las personas divinas, tan propias de la
religiosidad popular, se transmite también a las relaciones que los
fieles mantienen también con la naturaleza, a la que muchos viven como
un Misterio Divino en el cual están insertos. Por eso deben respetarla y
cuidarla. Profundo sentido ecológico que muchos de nuestros
contemporáneos lamentablemente han perdido. Nuestras grandes Ciudades
Latinoamericanas y Caribeñas al reducir sus espacios públicos, sus
parques y lugares de esparcimiento al aire libre, han ido cerrando más y
más el camino a la contemplación de la naturaleza. Como le sucedía a
aquella señora del interior del país, que al tener que vivir en un
pequeño cuarto alquilado de una gran ciudad, se sentía en el interior de
su pieza como ahogada y extrañaba aquellas noches en su tierra natal,
cuando dormía en un amplio camastro en el medio del patio de su casa
rural, acompañada y cubierta por las hermosas estrellas que relucían
sobre ella en la noche.
Pero la ciudad también tiene
también otros estrangulamientos que ponen en entredicho la
habitacionalidad de Dios en medio de la Urbe. Muchos deben pasar en la
ciudad por situaciones muy extremas de vida y de sobrevivencia. En tales
pruebas los creyentes acuden a su fe, que les es fuente de nuevas
energías para enfrentar todos los desafíos y adversidades. Sin embargo a
veces las pruebas son tan duras y dolorosas que hasta el mismo Dios
parece “ausentarse” y hasta “desaparecer”. Son las “noches oscuras”, de
las que hablaban los místicos, y que ahora hacen suyas los más
humildes, aquellos que no tienen nada ni nadie en quien confiar. Son
estas situaciones donde todo parece zozobrar. Donde no se hace pie, sino
en sí mismo y en su irreductible precariedad, que sólo espera el
momento menos pensado para derrumbarse y desaparecer. Es en esas
trágicas circunstancias, que brota como gesto místico extremo, aquel
mismo grito que profirió Cristo en la Cruz: “¡Dios mío, Dios mío, ¿porque me has abandonado?!”
(Mc. 15,34). Y esta situación extrema, en la que podría pensarse de que
Dios está ausente, es, sin embargo, la más plena de las experiencias
místicas, porque proferida esa exclamación en el más cruel desamparo
humano, surge sin embargo desde ese mismo desamparo la voz del Espíritu,
que clama a Dios por boca de sus fieles, como más de una vez lo hizo
por la boca de Cristo. Tal es el misterio profundo de un Dios que ha
optado por vivir en la comunidad humana de la Ciudad y que la sostiene
hasta en sus más grandes pruebas y falencias.
La V
Conferencia de los Obispos de América latina y el Caribe al reconocer en
el seno y en el corazón de nuestros pueblos la presencia de una “espiritualidad popular” y hasta de una “mística popular”
invita a los Pastores a cuidarla y a cultivarla como uno de sus tesoros
predilectos. Pero la presencia de Dios o el habitar de Dios no se
reduce a estar circunscrito a los valores y experiencias que cultiva el
pueblo de Dios en sus dimensiones meramente religiosas. Lo religioso
desborda y asume toda la realidad, especialmente las realidades
sociales, culturales, políticas, económicas, etc. Estas realidades
también tienen que significar claramente que Dios habita en la Ciudad.
Esto nos invitar a adentrarnos en la trama social y cultural de la
Ciudad. Y nos ayudará a ver mejor cuáles son los grandes desafíos que
las ciudades latinoamericanas y caribeñas hoy le presentan a la Pastoral
urbana que veremos, más adelante, en un tercer momento.
2.- La trama social y cultural de la Ciudad.
El capítulo 2, titulado “Mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad”,
del Documento conclusivo de Aparecida, nos da en una gran visión las
principales características que presenta la realidad Latinoamericana y
Caribeña en un amplio “ver” que interpela a nuestros ojos de discípulos y
misioneros en orden, luego, a bosquejar la Misión y la Tarea Pastoral.
La realidad Latinoamericana y Caribeña es analizada en diferentes y
sucesivos tópicos, donde se examinan diversas situaciones como son la “sociocultural”, la “económica”, la “socio-política”, y se plantean diversos problemas como son la “biodiversidad”, la “ecología”, las regiones de la “Amazonia” y de la “Antártida”. Finalmente se trata la problemática de los pueblos “indígenas” y de los “afroamericanos”.
Nosotros no haremos un análisis detallado de estos apartados, por demás
interesantes, ya que nos apartaría demasiado del análisis y de los
conflictos que se dan en el entramado urbano. Sin embargo todo eso tiene
mucho que ver con las ciudades y las problemáticas que allí se
despliegan. La ciudad se ha vuelto una realidad global y al mismo tiempo
muy particular. Al entrar en cualquier ciudad Latinoamericana o
Caribeña inmediatamente experimentamos la extraña sensación de estar
ante algo muy conocido por pertenecer a la cultura global, que nos
envuelve a todos, y al mismo tiempo nos encontramos con algo muy
distinto por su pertenencia a su cultura propia y autóctona, muy
distinta de la del visitante. Como lo dice muy bien el documento de
Aparecida en su capítulo 10 dedicado a la Pastoral Urbana: “Las grandes ciudades son laboratorios de esa cultura contemporánea y plural” (DA 509 fin).
Lo que más nos interesa ahora destacar es la “hibridación cultural”
que es un fenómeno fundamental en nuestras ciudades, como bien lo ha
planteado García Canclini [6]. En esta línea el Documento de Aparecida
trae una breve y concisa descripción de lo que son nuestras ciudades
Latinoamericanas y Caribeñas al decir: “La cultura urbana es
híbrida, dinámica y cambiante, pues amalgama múltiples formas, valores y
estilos de vida, y afecta a todas las colectividades. La cultura
suburbana es fruto de grandes migraciones de su población en su mayoría
pobre, que se estableció alrededor de las ciudades en los cinturones de
miseria. En estas culturas los problemas de identidad y pertenencia, relación, espacio vital y hogar son cada vez más complejos” (DAP 58).
Por
tanto podemos decir que nuestras ciudades son realidades
“multiculturales” lo cual no significa solamente que están conformadas
por diversos colectivos o mosaicos culturales, sino, además, que ellos
mismos también se hallan constituidos en su identidad u hostigados por
otras realidades culturales que los interpenetran o que al menos los
circundan dentro de un mismo marco citadino. Hoy es bastante común
observar en nuestras grandes ciudades que muchos de nuestros citadinos
están conformados por un imaginario “híbrido”, que no quiere decir
“indeferenciado”, donde pueden detectarse en una misma persona rasgos
“tradicionales”, “modernos” y “posmodernos”[7]. Es por esta razón que
ahora nos proponemos presentar en apretada síntesis un análisis de lo
que se entiende hoy por “multiculturalidad” y sus diferentes
interpretaciones[8]. Creemos que este análisis puede ayudarnos a
comprender la complejidad de nuestras urbes Latinoamericanas y Caribeñas
y por ende a esbozar mejor los desafíos que hoy le plantea la Ciudad a
nuestra pastoral urbana.
Partimos de un hecho, evidente a
nuestros ojos y comprobado fehacientemente por las Ciencias sociales y
antropológicas, que nuestras sociedades y por consiguiente también
nuestras ciudades Latinoamericanas y Caribeñas son “multiculturales”.
Como una primera aproximación podríamos definir una “sociedad
multicultural” como una sociedad donde conviven variadas formas de
culturas que interaccionan entre si de muy variados modos. Como lo dice
el Documento de Aparecida la “cultura en su comprensión más extensa
representa el modo particular con el cual los hombres y los pueblos
cultivan su relación con la naturaleza y con sus hermanos, con ellos
mismos y con Dios, a fin de lograr una existencia plenamente humana”
(DA 476). Pero esta cultura no es la misma para diversos colectivos
sociales. Así en un mismo espacio pueden darse diversas culturas. El
Documento de Aparecida reconoce la variedad de estas formas culturales
al decir: “la riqueza y la diversidad cultural de los pueblos de
América Latina y El Caribe resultan evidentes. Existen en nuestra
región diversas culturas indígenas, afro americanas, mestizas,
campesinas, urbanas y suburbanas” (DA 56). Y un poco más adelante agrega: “estas culturas son dinámicas y están en interacción permanente entre sí y con las diferentes propuestas culturales”
(DA 57 fin). No se trata de diferencias meramente raciales, sino
también de diferencias de estratos sociales, de relaciones económicas,
de género, lingüísticas, políticas, culturales, religiosas, etc.
Puede decirse que hay prácticamente unanimidad al juzgar el “fenómeno
multicultural”, salvadas cuestiones empíricas, que siempre serán
infinitas e imposibles de sujetar bajo un denominador común. Pero muy
diversa cuestión es la interpretación de este “fenómeno multicultural”.
Aquí hay variadas posiciones[9]. Nosotros señalaremos las tres que nos
parecen las más importantes en la actualidad.
A la
primera la designamos con el nombre de “multiculturalismo etnocentrista”
o simplemente “Monoculturalismo”. La segunda es el así llamado
“Multiculturalismo liberal” y la tercera es el “Multiculturalismo
intercultural” o más simplemente “Interculturalidad”.
Esbocemos brevemente sus principales características, dejando para la
bibliografía especializada, que es mucha, los detalles y pormenores. Lo
substancial del “Monoculturalismo etnocentrista” es afirmar en el
“multiculturalismo” la existencia de variadas culturas, pero al mismo
tiempo afirma la primacía de una de ellas, de tal manera que esta sería
“hegemónica” en relación a las restantes. Esta afirmación justificaría
su rol “etnocentrista” y “asimilador” de las restantes culturas. Su
tendencia la lleva a negar la variedad cultural y a presentarse como la
expresión definitiva de una única cultura, la que será claramente
dominante. Las políticas que se derivan de esta interpretación
etnocentrista son las que dirigen actualmente las políticas
inmigratorias de muchos países de centro, que al no poder impedir las
inmigraciones, les imponen situaciones de acomodación claramente
“asimilacionistas”. Igualmente esta interpretación “etnocentrista” del
multiculturalismo dirige en el mismo sentido políticas educativas en
orden a “absorber” e “incluir” a las nuevas poblaciones recién llegadas
del extranjero a esos países.
El “Multiculturalismo
liberal” tiene otra estrategia ante la diversidad. No niega la
diversidad, ni trata de asimilarla a sí, como lo pretendía el
“multiculturalismo etnocentrista”. Pero su lenguaje es el de las
“igualdades”. Se inspira en la Declaración de los Derechos Humanos que
proclama la “igualdad” de todo hombre ante la ley, la “igualdad” del
hombre y la mujer, la “igualdad” de las razas y la “igualdad” de las
oportunidades. Pero por allí corre el peligro de ser fuertemente
“encubridor” al estar afectado de un “daltonismo” que no le permite ver
las tremendas desigualdades con que en la realidad se configuran los
colectivos sociales. Tiene en su boca cuestiones de ética y democracia,
pero es ciego para ver las causas profundas que marcan la desigualdad
de los pueblos y las estructuras de poder que las provocan. Para este
liberalismo los pueblos y las culturas tienen “en principio” el derecho
de ser lo que son. Pero más allá de esta posición “principista” el
“Multiculturalismo liberal” al igual que el “etnocentrista” al no poder
reducir lo “Otro” a lo “Mismo”o al no poder garantizar la coexistencia
de los “Otros” con lo “Mismo”, expresado por la sociedad liberal,
termina por canonizar la hegemonía del mundo blanco y neocolonialista,
actualizado ahora en esta época de globalización por la ideología
economicista neoliberal[10].
Por su parte, el
“Multiculturalismo intercultural” o simplemente la “Interculturalidad”
pone más el acento en la importancia del contacto y el vínculo entre las
culturas diferentes, sin pretender ningún efecto asimilador tal como lo
quería el “Multiculturalismo etnocentrista” y sin buscar un
“igualitarismo ilustrado”, tal como lo intentaba el “Multiculturalismo
liberal”, que olvidaba las reales diferencias que a veces oponían a
amplios sectores dentro de la sociedad y era ciego para ver las reales
causas de injusticia y postergación que estaban en la razón de ser de
las diferencias. La “Interculturalidad” expresa más bien una actitud de
sincero diálogo en la diferencia asumida por ambos dialogantes. En esta
relación dialógica se excluye la violencia como el derecho del más
fuerte y se afirma una búsqueda paciente y perseverante de la justicia
por medios legítimos y pacíficos.
Sin embargo, es
necesario distinguir en esta “Interculturalidad” dos interpretaciones
que a veces se confunden. Una, más funcional, es la “Interculturalidad débil”,
que busca promover en los sectores interactuantes sólo un diálogo y una
actitud de tolerancia, pero sin tocar las causas de las asimetrías
sociales, económicas y culturales que oponen a los dialogantes. La otra
interculturalidad es la “fuerte” y se la llama “Interculturalidad crítica”
porque busca ahondar las causas de las diferencias a fin de
suprimirlas, si fuera posible, por medios políticos no violentos. Por
lo visto, ya se nota que el genuino diálogo intercultural pasa por esta
segunda posición. Por eso el diálogo “Intercultural fuerte” debe desembocar tarde o temprano en el análisis y discusión de aquellas posiciones que imposibilitan un acercamiento real.[11]
Esta actitud “Intercultural” no es una actitud meramente filosófica.
Ella bien comprendida puede adquirir una verdadera dimensión teológica y
espiritual. Nuestras ciudades al ser realidades multiculturales exigen
una pastoral de diálogo cultural a todos los niveles. La
“Interculturalidad” es una de sus posibilidades. Implementar en las
ciudades una Pastoral Urbana Intercultural es una de los nuevos retos de la Iglesia en la Ciudad[12].
3.- Hacia un nuevo paradigma de la Pastoral Urbana según el Documento conclusivo de Aparecida.
La sección dedicada a la Pastoral Urbana en el Documento de Aparecida
abarca unos once densos y ricos párrafos (DA 509-519) que ahora vamos a
presentar. En las diferentes redacciones del Documento final se fue
perfilando el “contenido”, la “forma”, como así también la “ubicación”
de esta singular sección. Será motivo de estudios posteriores estudiar
en su detalle sus sucesivas redacciones. Muchos de los materiales que
hoy contiene este texto ya estaban en la primera redacción del Documento
final de Aparecida del 24 de mayo. Pero allí no estaban todavía
organizados y formaban parte de un amplísimo capítulo 7 titulado “La
misión de los discípulos misioneros”. En una segunda redacción, la del
28 de mayo, adquieren la forma tripartita, siguiendo el esquema del ver,
juzgar y obrar. Y se desglosan del capítulo 7 y comienzan a tener
ámbito propio en un capítulo 8 titulado: “Algunos ámbitos y prioridades
de la Misión de los discípulos”. Recién en la tercera redacción del 30
de mayo alcanzará esta sección a tener el contenido, la forma y el lugar
definitivo, que hoy tiene, al incorporarse al capítulo 10 titulado
ahora “Nuestros Pueblos y la Cultura”. La cuarta y última redacción del Documento ya sobre el final de Aparecida no aportará ninguna otra modificación del texto.
El texto “La Pastoral Urbana”,
como decíamos arriba, encontró finalmente su lugar natural en este
último capítulo 10 del Documento final de Aparecida dedicado a “Nuestros Pueblos y la Cultura”. De sus once párrafos los cuatro primeros (DA 509-512) están dedicados a “ver”
la realidad de nuestras ciudades, en su enorme complejidad cultural y
ciudadana. Los cuatro segundos (DA 513-516) nos permiten “juzgar” en profundidad esa realidad a la luz de la fe. Y finalmente los tres últimos nos permiten esbozar una estrategia del “obrar” pastoral tanto para la ciudad (DA 517-518), como para el campo (DA 519).
Dado que en los párrafos anteriores ya hemos analizado suficientemente
el “Misterio de la ciudad” y la “Trama cultural y social” que la
entreteje, vamos a dedicarnos ahora a analizar los dos párrafos
dedicados a lo que el Documento llama “nueva pastoral urbana” (DA 517 inicio).
Estos dos párrafos 217 y 218 son los más analíticos de todo el
Documento, ya que se subdividen en una cantidad muy grande de
subíndices. Conviene, primero, leerlos lentamente. Nosotros aquí sólo
haremos algunas breves reflexiones sobre aspectos que son
particularmente interesantes y también sobre otros que no dejan de ser
importantes, aunque no se lo haya tratado explícitamente. Vayamos, pues,
al texto.
El Documento reconoce y agradece el trabajo
que se realiza en muchas ciudades de América Latina y el Caribe en
relación a la Pastoral Urbana. Sin ese trabajo pionero no se hubiera
podido avanzar hacia “una nueva pastoral urbana”, que la V Conferencia “propone y recomienda” (DA 217).
Este nuevo “paradigma” rompe abiertamente con el anterior paradigma
basado en la división territorial de tipo parroquial y centrada en el
Templo. El nuevo “paradigma” parte de la “urbe”, que es el nuevo
“templo” de Dios. En este nuevo “paradigma” no desaparecen las “parroquias”, pero sí deben transformarse en “comunidad de comunidades”
(DA 517, e). En este sentido Aparecida descentra la Iglesia del Templo y
busca las raíces vivas de lo comunitario en niveles más básicos y si se
quiere más familiares, donde sea posible el reconocimiento y encuentro
personal y comunitario. Aquí aparece sin nombrarla la “Pastoral Urbana Intercultural”.
En este sentido reafirma las experiencias realizadas en muchas ciudades
de América Latina y el Caribe desde los años 60 cuando comenzaron a
establecerse otras comunidades como las así llamadas “Comunidades eclesiales de base”
(DA 178-180) o las así también llamadas, a semejanza de las primeras
comunidades cristianas, “Iglesias de casa” donde esta expresión recubre
una variedad muy grande de formas de vida comunitaria[13]. Algunas de
estas formas, las así llamadas “comunidades ambientales”, trasvasan los límites parroquiales y alcanzan dimensiones “supraparroquiales y diocesanas”
(DA 517, f). Pero más allá de sus formas y de sus espacios propios lo
importante en estas nuevas comunidades de vida es que en todas ellas se
viva y se testimonie la “proclamación de la Palabra” o “Kerigma”, la “celebración de los Misterios que la habitan” o “Liturgia”, y la “comunión fraterna y el servicio” o “Diakonia” (DA 517, g).
La ciudad va a exigir a esta nueva Pastoral Urbana una atención muy especial de “acogida” tanto a “los que llegan a la ciudad” como a “los que viven en ella” en una amplia variedad de modalidades (DA 517, i). Un cuidado muy especial se ha de brindar “al mundo del sufrimiento urbano” como son todos aquellos que se hallan “caídos a lo largo del camino”: los que se encuentran en los “hospitales”, los “encarcelados, excluidos, los adictos a las drogas” y también se debe tener cuidado de los “habitantes de las nuevas periferias, en las nuevas urbanizaciones”. No debe tampoco olvidarse a las “familias que, desintegradas, conviven de hecho” (DA 517, j).
El párrafo 518 baja ahora su mirada de la “misión”, a los “agentes” de la misión. A los que ve como “discípulos y misioneros”. Esto va a exigir de todos ellos “un estilo pastoral adecuado a la realidad urbana” (DA 518, a). Es el tema de la “inculturación”,
que no puede estar ausente y menos en la ciudad, que es una realidad
altamente multicultural. Para poder anunciar una Palabra con sentido
será necesario primero apropiarse del lenguaje y de la simbólica de los
habitantes de la ciudad. Pero todo ello no brota de una “Babel”, donde
los lenguajes se entremezclan y los significados se pervierten. Es
necesario superar el “caos” citadino, con su multitud de sonidos alternativos, a fin de reencontrar el “cosmos”, que sólo se da en un “Pentecostés” donde la multiplicidad de los lenguajes permite la visualización del Anuncio y la actualización del Sentido[14].
Pero esta obra del Espíritu requiere también “un plan de pastoral orgánico y articulado” a fin de integrar en “un
proyecto común a las Parroquias, comunidades de vida consagrada,
pequeñas comunidades, movimientos e instituciones que inciden en la
ciudad y que su objetivo sea llegar al conjunto de la ciudad” (DA 518, b). Incluso en ciudades muy grandes donde existen varias Diócesis será necesario que este plan sea un “plan interdiocesano”
(Ibid.). El párrafo no especifica cómo debe hacerse este Plan, pero su
contexto muestra con evidencia que no podrá ser confeccionado de modo
vertical, sin la participación de todos los agentes. Este Plan deberá
atender no sólo a los nuevos desafíos que hoy plantea la ciudad, sino
también deberá cuidar de la “formación y acompañamiento de laicos y
laicas que, influyendo en los centros de opinión, se organicen entre sí y
puedan ser asesores para toda la acción eclesial” (DA 518, k). Formación que también debe extenderse a la “formación
pastoral de los futuros presbíteros y agentes de pastoral capaces de
responder a los nuevos retos de la cultura urbana” (DA 518, o). La Misión de la ciudad exige cuidado del crecimiento de los discípulos misioneros.
Conclusión
La V Conferencia Episcopal de Aparecida ha sido un gran
acontecimiento eclesial y nos ha dejado su Documento, para que leyéndolo
con Espíritu podamos apropiarnos de lo que realmente nos quiere
transmitir. Su enseñanza sobre Pastoral Urbana tal como lo hemos visto
ha sido rica y sapiente. Nos toca ahora a las Iglesias de América Latina
y el Caribe asumir sus enseñanzas y transformarlas en nuevas
experiencias de Pastoral Urbana. El misterio de Dios, que habita en la
ciudad nos alienta para que llevemos adelante su obra. No es tarea
exclusivamente nuestra. Él lleva siempre la iniciativa. La realidad
“espiritual” y “mística” de nuestro pueblo fiel nos invita a
identificarnos con Cristo, que es “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6), a apropiarnos de esa su Vida, la que nos trae del Padre, al decirnos: “He venido para que todos tengan Vida y la tengan en abundancia”
(Jn 10, 10). Aparecida plantea así con nueva fuerza un nuevo desafío
para la Pastoral Urbana en todas nuestras ciudades de América Latina y
el Caribe. Ojalá que acompañados y alentados por su Espíritu, como “discípulos misioneros”, podamos responder a este nuevo reto.
*
Conferencia presentada en el Primer Congreso Internacional de Pastoral
Urbana “Dios habita en la Ciudad” realizado en México del 6 al 9 de
agosto de 2007 y organizado por las Universidades: J.Gutemberg de
Alemania e Intercontinental, Iberoamericana y Pontificia de México.
[1] Cfr. Carlos Galli, Aparecida ¿Un nuevo Pentecostés en América Latina y el Caribe? Una primera lectura entre la pertenencia y el horizonte. Revista Criterio, Julio, 2007.
[2]
Nosotros citaremos la edición publicada por La Conferencia Episcopal
Argentina, Buenos Aires, Primera Edición, agosto de 2007, según la
numeración lateral de sus párrafos.
[3] Cfr. SÍNTESIS de los aportes recibidos
para la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Celam,
Bogotá, 2007. Daremos como referencia de los textos los números de cada
uno de los párrafos, precedidas de la sigla DS (Documento de Síntesis).
[4] Para mayores detalles véase nuestro trabajo “La Mística Popular”, Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C., México, 2006.
[5] Cfr. Fr. Pedro de Loaysa O.P,, Vida de Santa Rosa de Lima, Lima, 1965, p.40)
[6] Cfr.N. García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para salir de la modernidad, Sudamericana, Buenos aires, 1992.
[7]
Sobre las tres componentes del Imaginario Social Urbano, la
tradicional, la moderna y la posmoderna, véase nuestro trabajo “Pastoral
Comunitaria Urbana. Desafíos, propuestas, tensiones., Stromata 57, (Enero-junio 2001), p.52 y ss. .
[8] Véase nuestro trabajo: “La interculturalidad como desafío. Una mirada filosófica.”, Stromata 62 (2006) 211-226.
[9] Cfr. J.L. Kinchiloe, S.R. Steinberg, Repensar el Mulkticulturalismo, Octaedro, Barcelona, 1999.
[10] Al respecto es interesante leer el reciente artículo de Francis Fukuyama “El fin de la utopía multicultural”, ADN Cultura Nº 1, del periódico La Nación (Buenos Aires) del sábado 11 de agosto de 2007, también en Internet.
[11] Véase F. Tubino, “La interculturalidad crítica como proyecto ético-político” conferencia pronunciado en el Encuentro continental de educadores agustinos, Lima, 24-28 de febrero de 2005, en Internet.
[12]
Véase J. Tapuerca, “La Interculturalidad, nuevo reto a la iglesia”,
Alternativas (Julio-diciembre 2006), Año 13, Nº 32, Managua, Nicaragua,
pp.123-144.
[13] Sobre las “Iglesias de casa” véase el excelente trabajo del P. Benjamín Bravo, ¿Cómo revitalizar la parroquia? , Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C., México, 2005.
[14] Sobre la “teoría del caos” aplicada la pastoral Urbana véase el trabajo pionero del Espacio de Pastoral Urbana de México titulado “La urbe reta a la Iglesia”
, Ediciones Dabar, México, D.F.,
1998.
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