Te
presento hoy, Señor a mis “ídolos”, hombres y mujeres a los que venero,
a los que secretamente admiro. Estos u otros semejantes que, aunque no
me guste reconocerlo, despiertan mi envidia…
Ellos
representan gran parte de lo que deseo: la fama, el poder, la riqueza,
la admiración de los demás… Poder, prestigio, dinero… Esos son mis
auténtico ídolos, dioses que reconozco falsos pero que ocupan un lugar
central en mis intereses, en mis planificaciones de futuro, en mi
actividad diaria, en mi pensamiento, en mi corazón, en mi vida…
Me
gusta llevar la razón, ejercer poder en mi pequeño entorno, me gusta
influir, quedar encima. En casa, en el grupo, con los amigos. Es mi
pequeño-dios-poder y me gustaría que creciera, ser más poderoso, tener
autoridad, disponer, influir, decidir, poder,poder,poder…
Desde
pequeño, ejerciendo la tiranía, con un llanto, con un capricho, con un
enfado, y así hasta ahora. Desde pequeño, disputándote un lugar en mi
existencia, Señor, apartándote, sustituyéndote, relegándote… Yo puedo…
Y
qué decir de mis bienes. Tener, tener,tener. Otro empujón que te doy
fuera de mi vida. Yo tengo… Pendiente de ser alguien (¿qué es ser
alguien?) ante los demás, ser valorado, respetado, ensalzado,
glorificado como sólo deberías serlo tú.
Buen
nombre, buena fama, prestigio. Mi yo donde deberías estar tú, Señor, y
casi ya no queda hueco para ti en mi vida. Ten piedad…
Estoy deseoso de poder, ten piedad. Estoy ávido de posesiones, ten piedad. Estoy preocupado por mi buena fama, ten piedad.
Conquista,
Señor en mi, el lugar que te corresponde. Transforma mi prestigio en
sencillez de vida, mi afán de poder en afán de servir, mi loco poseer en
radical compartir.
"No
en el «éxito social» ni en el «bienestar físico y económico», sino en
el «proyecto de amor de Dios» es donde el hombre se encuentra
verdaderamente a sí mismo". (B.XVI)
¡Alabado sea Jesucristo!
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