16 junio 2011

Dios y sus cosas

El teólogo González Faus comenta el artículo de Pilar Rahola sobre “Dios y sus cosas”
Querida Pilar: quisiera darte las gracias por la columna del día de Pascua sobre Dios y sus cosas:
por tocar el tema con seriedad y respeto, único modo digno tanto para creyentes como no
creyentes.


¿Me permites añadir algo sobre “las cosas de Dios”, para ti y todos los habitantes de la duda?
Ahí van cuatro reflexiones de creyentes que, para un cristiano, son decisivas.

Allá por los tiempos de Jesús se cuenta de un rabino que perdió la fe, con el comprensible
escándalo social en una sociedad cerrada. Pero otro maestro comentó sobre él: “Dichoso el rabino
X porque podrá practicar el bien sin esperar recompensa”. Es la lección (y casi la envidia) que
desde hace años me dan muchos de ustedes. Jesús dijo también que no es el que dice “Señor,
Señor” el que entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre. Y he
visto que algunos no-creyentes cumplen la voluntad de Dios mejor que muchos de nosotros.
Además, un gran profeta del catolicismo del siglo pasado (Emmanuel Mounier, fundador de la
revista Esprit) escribió que, en el futuro, los hombres no se distinguirán por la postura que tomen
ante el tema de Dios sino por la que tomen antes los condenados de la tierra.


Y, en la misma línea, esa impresionante conversa que prefirió quedarse fuera (Simone Weil) dejó
escrito:
“No es por la forma en que un hombre habla de Dios, sino por la forma en que habla de
las cosas terrenas como se puede discernir si su alma ha permanecido en el fuego del amor de
Dios”.


Todos esos testimonios apuntan hacia una línea en la que deberíamos encontrarnos mucho más,
y que, para un cristiano, se fundamenta en las palabras de otro gran profeta mártir de Adolf Hitler
(el pastor Dietrich Bonhoeffer): el Dios que se revela en Jesús, es “lo opuesto de todo lo que el
hombre religioso espera de Dios”. Cuesta tragarlo pero es así. Porque en Jesucristo, Dios no se ha
revelado como “todopoderoso” sino como aquél que, en su relación con nosotros, renuncia a su
poder para identificarse con la debilidad que somos y con las víctimas que producimos. Un Dios
inútil como objeto de consumo pero buena noticia como horizonte y fuerza de vida.

Desde aquí puedo decirte que no te preocupes si no puedes creer. Conozco muchas gentes como
tú. Pero los cristianos proclamamos eso de “la comunión de los santos” que significa que todo lo
de Dios es común y que, por eso, es tarea nuestra creer por (y para) los que no creen y esperar
por (y para) los que no esperan, si ustedes intentan amar incluso a los que no aman.


Quizá puedas entender ahora por qué hace ya muchos años, en uno de mis primeros escritos,
comenté unos versos de Atahualpa Yupanki. Son estos: “Hay cosas en este mundo / más
importantes que Dios / que un hombre no escupa sangre / pa que otros vivan mejor”. Y los
comenté de esta manera: para quien cree en Jesús no es el ser humano quien dicta esta estrofa;
es Dios mismo quien nos hace saber que, para él, hay cosas más importantes que el que los
hombres se ocupen de Dios, a saber: que no tengan unos que escupir sangre para que otros
puedan vivir mejor (quizá también más piadosamente).

Eso mismo, con otras palabras, podrás encontrarlo en textos de hace muchos siglos, como la
primera carta del apóstol Juan, y varias páginas de san Agustín.

Luego de esto hemos de ser perdonados de muchas incoherencias, bien lo sabemos. Un saludo y
gracias por haber devuelto dignidad al tema.


J.I. GONZÁLEZ FAUS, teólogo

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Pilar Rahola: Nascuda a Barcelona, 1958. .- Casada, amb tres fills. Una filla biològica i dos fills
adoptats: Sira, Noè, adoptat el 1993 a Barcelona, i Ada, adoptada a Sibèria el 2001. Amant dels
animals, conviu amb diversos gats i gossos. .- Llicenciada en Filologia Hispànica i en Filologia
Catalana per la Universitat de Barcelona.


Carta de la Pilar Rahola
Dios y sus cosas, o más bien las cosas de aquellos que creen en Dios. En días como hoy, y más
allá de gozar del tiempo festivo robado a la agenda, siempre recalo en la idea de la trascendencia
divina. Y no tanto como una interrogación personal, porque hace años que descarté llenar con
respuestas prefabricadas mis preguntas más hirientes. Prefiero militar en la duda, esa duda que
aterriza en los miedos y en las soledades y que no da opción a ningún bálsamo.


Ciertamente, como he escrito en alguna otra ocasión, creer en Dios significa vivir y morir más
acompañado. No es mi caso, porque, aunque me esforzara en aceptar algún tipo de dogma,
siempre sabría que me estoy haciendo trampas al solitario. Los habitantes de la duda permanente
nos llevamos mal con la fe y con sus intangibles. Pero con independencia de la actitud personal
hacia el concepto de Dios, estos días me parecen especialmente bellos para los que gozan de una
fe sincera. Gentes que han construido grandes edificios de buenas acciones, porque creer los ha
hecho más nobles y más humanos.


Gentes que cuando rezan, aman, y amando dan algo de luz a los rincones sombríos del mundo.
Va para ellos este artículo, cuya incapacidad para entender a Dios no lo inutiliza para entender a
los creyentes. Hace tiempo leí una reflexión de Bertrand Russell que me pareció sublime: “Si Dios
existe, no será tan vanidoso como para castigar a quienes no creen en él”.


Toda idea de la trascendencia espiritual reconvertida en tortura, dolor, infierno y cualquier sentido
de culpa me parece tan tortuosa como incomprensible. No puedo entender de ningún modo
ese tipo de fe que concibe un Dios castigador y punitivo, sin otra piedad que la exigencia de su
dominio. Y reconozco que no me gusta la exhibición de martirio de los pasos de Semana Santa,
quizás porque prefiero el Dios que renace el domingo que el que muere el viernes. La vida sobre la
muerte. Pero con el Dios de las monjas de mi infancia, que enseñaba a amar al prójimo y dibujaba
con renglones caritativos las líneas de la vida, con ese Dios me tuteo sin creer.


Porque es la fuente de inspiración de gentes extraordinarias. Va por todos ellos. Los que creen en
los dioses de la vida y no en los de la muerte. Los que aprenden a entender a los demás, cuando
aprenden a creer. Los que buscan respuestas sin imponer dogmas.


Los que conciben sus creencias como una fuente de tolerancia. Los que ayudan a su prójimo
porque lo conciben como su hermano. Los que gracias a Dios encuentran tiempo para construirse
interiormente. Los que buscan dotar de trascendencia su paso por el mundo. Los que entienden

que creer en Dios es creer en la ciencia.

Los que tienen respuestas pero siguen haciéndose preguntas. Los que rezan porque aman. Para
todos ellos, los creyentes del Dios del amor, feliz domingo de Resurrección.


Pilar Rahola

José Ignacio González Faus (Valencia, 1935) Teólogo español. Jesuita (1950) y sacerdote (1963),
desde 1968 es profesor en la facultad de teología de Barcelona


Muchas gracias
Félix Enrique Gibbs

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