23 abril 2011

"Desorientación" Por Eduardo de la Serna.

Mirando al Papa dando respuestas a diferentes "preguntas difíciles" (algo que en  principio celebro), me surge una pregunta. Especialmente a partir de su frase de  que "no tenemos respuestas para el terremoto de Japón". ¿Por qué la Iglesia  pretende -o pretendiera- tener "todas las respuestas"?, o ¿por qué algunos  pretenden que la Iglesia las tenga?

En lo personal, me alegra que la  Iglesia no tenga todas las respuestas, y sería un buen "baño" de humildad saber  que no las tiene, ¡y no pretender tenerlas! Es más, creo que la Iglesia crecería  en humildad si aprendiera a buscar más preguntas.

Mirando desde adentro,  pareciera que precisamente por no tener las respuestas y pretender tenerlas es  que la Iglesia parece llena de miedos y desorientación frente al mundo  contemporáneo. Y, precisamente por ese miedo, es que "muerde". Se empiezan a  fulminar castigos y "excomuniones" a diestra y siniestra ante todo lo que no se  entiende. Y -precisamente por eso- se busca casi con desesperación que nada  cambie; y -obviamente- a reforzar las alianzas más conservadoras buscando por  todos los medios posibles evitar todo cambio que asusta.

Permítanme  poner un ejemplo: creo que en toda América Latina el día que más gente participa  de las celebraciones de Semana Santa es el Domingo de Ramos. Pues bien, ese día,  ¿de qué habló en todas las misas la Iglesia Colombiana (al menos los que  respondieron al pedido de la Conferencia Episcopal)?: ¡del rechazo a la adopción  de hijos por parte de parejas homosexuales! No de Dios, no de Cristo, no del  Reino, no de la muerte de Jesús por amor a la humanidad, no de la salvación  universal que Jesús nos trae desde la cruz. ¡No! ¡Habló de los homosexuales! La  Iglesia argentina no es diferente a esto, por cierto. Aunque este tema ya pasó  un poco de moda y los cruzados recibieron el premio por sus luchas. Pero ante un  mundo nuevo que se va gestando, la Iglesia parece cargada de miedos, se  encuentra que no tiene respuestas, y entonces sólo puede pretender que nada  cambie. No ser levadura en la masa, no ser grano de mostaza, no sembrar en medio  del campo (para usar metáforas de Jesús), sino ser "oposición". Y esto vale para  la Iglesia de Bolivia y Ecuador, de España y Argentina, de Colombia y Venezuela.  Y mientras tanto, impermeables a la realidad, esta se cuela por todas partes. Y  con esto, el miedo crece.

Creo que en esta Pascua la Iglesia haría bien  en bañarse en humildad, dejar que se formulen todas las preguntas y no pretender  tener respuestas, escuchar -a su vez- las respuestas que otros puedan dar (lo  que no significa aceptar acríticamente todas ellas), y decir la única palabra  para la que la Iglesia existe y la que el pueblo quizás esté esperando de  nosotros: ¡Jesucristo!

Confiando en el Espíritu Santo, que es el único  que conduce la Iglesia, el Pueblo de Dios -no sus jerarcas- irá haciendo su  síntesis, siempre nueva; síntesis que será la vida con que la gracia de Dios  conducirá a los suyos. Pero es muy difícil que esa síntesis surja de los miedos  y de la desorientación frente al mundo; sólo surgirá una síntesis firme, con  raíces bien hondas (es el sentido hebreo de la palabra "fe") si hablamos de  Jesús y del reino de Dios y confiamos que "Dios dará el crecimiento". Al fin y  al cabo, que la Iglesia se sienta muy desorientada ante el mundo contemporáneo  puede ser positivo si en lugar de miedos esto genera una mayor confianza en Dios  que -estando nosotros a la intemperie- se ocupa de sus amigas y amigos, los  seres humanos.


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