22 diciembre 2010

¡OH EMMANUEL, VEN A SALVARNOS, REY Y SEÑOR NUESTRO, VEN A SALVARNOS!

Homilía de monseñor Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú, para el 4º domingo de Adviento (19 de diciembre de 2010)
El último domingo de adviento nos introduce en el nacimiento del Salvador y nos hace ver cuán grande es el Señor y su obra. Dios viene a nosotros hecho carne asumiendo la humanidad y trayendo en ella los dones de las promesas mesiánicas. Isaías nos presenta la famosa promesa sobre el Emmanuel, dirigida en un momento particular de Israel al impío rey Acaz, quien se niega a creer que Dios puede sacar al pueblo de la situación que está viviendo y entonces Isaías, para demostrarle que Dios puede hacer eso y cosas más grandes, le dice: “El Señor mismo os dará por eso una señal: He aquí que una virgen encinta dará a luz y le llamará Emmanuel” (Is.7,14). Algunos dicen que esta profecía se refiere al heredero del trono, pero nada de esto ocurre entonces y solamente se realizará siete siglos más tarde con el nacimiento de Jesús.

El evangelio de San Mateo confirma esta interpretación, cuando al concluir la narración del nacimiento milagroso y virginal de Jesús, dice: “Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta. He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo y se le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir –Dios con nosotros-“ (Mt. 1,22-23).

Mateo escribe para el pueblo judío y como judío conoce las Escrituras y sobre todo las profecías del pueblo y espera -como espera el pueblo- que éstas se cumplan, y al escribir la luz del Espíritu que guía sus manos, le hace demostrar que Jesús es el Mesías, que es verdadero hombre, hijo de David, hijo de Abraham y narrando su nacimiento de María Virgen, hecha madre por “obra del Espíritu Santo” (Ib. 18). Afirma que Jesús es verdaderamente Dios, declarando, conforme a la profecía de Isaías que es el Salvador prometido por los profetas, el Emmanuel, Dios con nosotros.

San Pablo siguiendo la línea de los profetas y de San Mateo, proclama a Jesús “nacido de la descendencia de David según la carne” (Rom.1,3) y que es” Hijo de Dios”, como siervo del evangelio, resume toda la vida y la obra del salvador, desde su nacimiento en la carne hasta su resurrección gloriosa y el poder de santificar a los hombres. El misterio de Cristo es uno, comienza en Belén y culmina en la Pascua; pero la Navidad ilumina la Pascua y todo el misterio de Cristo en cuanto nos revela los orígenes y la naturaleza del que morirá en la cruz para la salvación del mundo; es el Hijo de Dios, el Verbo Encarnado.

Vivir la Navidad es vivir todo el misterio de Cristo y recibir la gracia de prepararse de todo corazón para renacer con Cristo a una vida nueva, después de la Navidad somos hombres nuevos que tenemos una vida nueva para ser vivida con intensidad en la gracia y los sacramentos. No nos permitamos hacer de la navidad una fiesta más que tradicionalmente festejamos, ni menos aún una fiesta pagana. Hagamos de ella lo que ella es y significa: el recuerdo vivo del nacimiento de Jesús, y con el, el nacimiento de una vida nueva que se centra en la esperanza de un mundo mejor, reavivemos nuestra fe en el Señor del cielo y de la tierra, y renovemos en nuestros corazones la alegría de sabernos hombres y mujeres nuevos, jóvenes y niños con la esperanza puesta en que Jesús que nace hará renacer en nuestros corazones y en nuestras mentes el deseo y la esperanza de un mundo mejor, del cual con Jesús podemos cambiar, un mundo pacifico en la construcción de un amor que no se desgasta por el tiempo, que cada día podemos hacer florecer con más fuerza. Que los ancianos y los que están enfermos se llenen en sus corazones, con la certera esperanza de que el Señor de la Misericordia viene a salvarnos.

Que la Virgen Madre de Belén nos acerque a Jesús que nace y nos regala una vida nueva.

Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo Puerto Iguazú

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