28 septiembre 2010

Evangelio según San Lucas 9,51-56.

Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?". Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo.


Leer el comentario del Evangelio por :
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia

El camino hacia Jerusalén

El peso de nuestra fragilidad hace que nos inclinemos del lado de las realidades de aquí abajo; el fuego de tu amor, Señor, nos eleva y nos lleva hacia las realidades de allá arriba. Subimos hasta ellas por el impulso de nuestro corazón, cantando los salmos de la subida. Quemamos con tu fuego, el fuego de tu bondad; es él el que nos transporta.

¿Adónde nos haces subir de esta manera? Hacia la paz de la Jerusalén celestial. «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor» (Sl 121,1). Tan sólo el deseo de permanecer allí eternamente puede hacernos llegar hasta ella. Mientras estamos en nuestro cuerpo caminamos hacia ti. Aquí abajo no tenemos ciudad permanente; buscamos sin cesar nuestra morada en la ciudad futura (Hb 13,14). Que tu gracia, Señor, me conduzca hasta el fondo de mi corazón para cantar allí tu amor, a ti mi Rey y mi Dios... Acordándome de esta Jerusalén celestial, mi corazón subirá hasta ella: hacia Jerusalén mi verdadera patria, Jerusalén mi verdadera madre (Gal 4,26). Tú eres su Rey, su luz, su defensor, su protector, su pastor; tú eres su gozo inalterable; tu bondad es la fuente de todos sus bienes inexpresables... -tú, mi Dios y mi divina misericordia.

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