15 abril 2010

La resurrección de Cristo nos hace resucitados

Por Celia Escudero
Lic. en Teología, docente y liturgista
liturgia@san-pablo.com.ar

La carta de Pablo a los cristianos de Roma que se lee en la Vigilia Pascual, nos recuerda cada año un acontecimiento fundamental de nuestra vida: nuestro bautismo, al que tal vez no le damos la debida importancia.
Pablo nos pregunta: ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Y mas adelante nos dice… para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. Rom 6, 3-4.
No se si todos los bautizados tienen presente su propio bautismo, saben en que fecha se realizó, lo celebran de manera personal reflexionan sobre lo que significó y sigue significando en nuestras vidas.
Durante bastante tiempo, una catequesis empobrecida redujo el contenido del Bautismo al perdón del pecado original, hablando de “borrar” o “limpiar”, en vez de hablar en primer lugar de la gracia-Vida que es la que desplaza al pecado. Que a partir de ella comienza la posibilidad de vivir en comunión con nuestro Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Que este obrar salvador de Dios es posible por la Pascua de Cristo y que la Iglesia, que es la que nos permite vivir ese misterio nos hace miembros de esa gran familia, que es el pueblo de Dios.
Todo eso encierra nuestro tal vez olvidado bautismo.
En los primeros tiempos, la celebración del bautismo, se caracterizaba por el gesto de sumergir a la persona en el agua, simbolizando la muerte, y luego esta surgía con la Vida nueva que da el sacramento. Con el tiempo y las circunstancias, en las Iglesias cristianas de occidente, se cambió el rito por el actual, pero el significado es el mismo. Por eso, en la noche de la Vigilia, cuando se puede se celebran bautismos, y todos los ya bautizados renovamos nuestro compromiso bautismal y también utilizamos una fórmula especial para nuestra profesión de fe.
La vida nueva se nos da en germen, en semilla que nosotros debemos procurar que crezca. Esa vida, que es la vida de Dios, es comunión con Él, comunión que vamos tejiendo en la medida de nuestro deseo y esfuerzo, por tratar de hacer más estrecha nuestra amistad, nuestra relación con nuestro Dios que es Trinidad. En nuestro empeño, a veces fallamos, el pecado es en realidad deteriorar o romper esa relación, pero la presencia y asistencia amorosa del Padre, siempre está. Todo nuestro esfuerzo por vivir los valores del Reino que nos enseñó Jesús día a día, valores que son lo contrario de lo que la sociedad nos propone hacen crecer la Vida del Señor resucitado en nosotros. Será bueno tomarnos un tiempo para reflexionar estas realidades valiosas, que nos fortalecen y nos proporcionan la verdadera paz, que Jesús Resucitado desea cada vez que saluda a sus amigos, y que es lo única que puede fundar la alegría de nuestro saludo de ¡Feliz Pascua!

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