Otras rejas, otros muros, rodean el corazón del hombre el que también se reviste de una coraza inexpugnable. Muchos miedos; recelos; viejas broncas; nuevas heridas lleva a replegarse sobre sí mismo como el peludo ante un extraño.
En la primera Navidad de la historia al paso de José y María muchas puertas no se abrieron y la novedad del Nacimiento del Hijo de Dios se reveló a los hombres en un humilde portal. Si no nos decidimos a sacar la llave, levantar la tranca, derribar el muro de la desconfianza, la Navidad se irá tan raudamente como llegue y, lo peor, sin dejar ese reguero de luz y de paz que trae como propuesta.
Si nos dejamos atrapar por la esperanza y la construimos entre todos, no estará lejano el día donde se pueda tender una mesa larga a la que incluso se sienten muchos de los que ahora se abren paso a los tiros o a los palos para apropiarse de lo ajeno.
El Niño Dios, a modo de buen ladrón, seguramente querrá “robarnos” aquello que no nos deja vivir, ni dormir. Mejor sería entregárselo de buena voluntad, para que El transforme egoísmos, injusticias y miedos en materia para tiempos buenos; en noble madera con la cual construir esa mesa en la cual se pueda, como escribe Peteco Carabajal, “olvidar ingratitudes y soñar con el regreso”.
Hay un pasaje abierto y gratis que habilita al regreso. al encuentro con El Salvador y entre nosotros; al día pleno que ahuyenta los temores; a los corazones sin cerrojo; a las casitas sin rejas, con jardines de los cuales el que lo necesite pueda tomar esa flor que ande necesitando para perfumar su existencia.
07-12-2009 - por Tomás E. Penacino
A mi amiga Juliana, Muchas gracias
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