"Yo los llamo amigos, porque les di a conocer lo que aprendí de mi Padre". Estas palabras de Jesús expresadas a sus discípulos en el marco de la Ultima Cena, nos revelan en que ha de fundarse una auténtica amistad: En compartir lo que somos y lo que tenemos. Cuando se descubre que mutuamente nos habitan los mismos sueños, la misma mirada sobre las cosas y una vocación de entrega, habrá nacido, como escribió alguien alguna vez, la cumbre de la intimidad.
Constantemente nuestro pensamiento y nuestra plegaria como un brazo gigantesco, trata de alcanzar a los amigos que le dan fundamento a la vida y la sostienen con la miel de la cercanía en el espíritu, aunque estén físicamente lejos. Especialmente en el que escribe, se agranda la figura del Amigo con mayúsculas. Aquel que nos enseñó que "No hay amor más grande que dar la vida por los amigos", y subrayó sus palabras con su propia sangre. Este Cristo amigo, leal y consecuente que no se cansa de buscarnos, de darnos su mano para ponernos de pie, de enseñarnos una y otra vez la ruta de la alegría, de la existencia fecunda, que es lo que aprendió de su Padre y nuestro Padre.
Cada vez que miro la estatuilla de María hecha por Raquel, y especialmente, cuando una cruz se levanta ante mis ojos, un sentimiento de gratitud y de dulzor indescriptible me recorre el alma .No estamos solos. Son esos amigos con quienes nos buscamos en la noche con la memoria de lo que dimos y recibimos. Esos amigos con los que esperamos llegue el gran momento de estar todos juntos y para siempre.
( publicado en "Rastros de Cielo"-Editora Patria Grande- 2004)
Nota: Autorizada su publicación y /o difusión oral, nombrando el sitio: www.tomaspenacino.com.ar
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