02 septiembre 2009

Septiembre Mes de la Biblia

Entre sin llamar

Posiblemente ya casi nadie se acordará de aquel rótulo que lucía en algunos pequeños establecimientos de antaño, e incluso en algunas viviendas: “Entre sin llamar”. En los tiempos de la sociedad del miedo, pasamos muchos controles, puestos de vigilancia, cámaras y verjas. Pero en la espiritualidad bíblica sigue luciendo ese anuncio: “Pase sin llamar”.

Dicen que es preciso liberar a la espiritualidad de la tutela de lo religioso. Quizá tengan razón, porque a veces ha sido el mecanismo religioso quien ha retirado ese rótulo que invita a entrar confiadamente. Pero la espiritualidad, a secas, es un bien social, común, de todo el mundo. Es ese anhelo por mirar lo que hay detrás, más allá de nuestras narices; ese increíble trabajo de atisbar a través de las celosías de la vida; ese no cansarse de buscar en los pliegues la vida el secreto de lo que deseamos. Algo de eso es la espiritualidad.

Estamos en una época pos-axial, más allá del eje cultural grecorromano en que se ha urdido nuestra cultura occidental. Tal vez sea cierto. Y por eso mismo, quizá la espiritualidad tenga mucho que decir en este siglo que se nos ha echado encima. “Será espiritual o no será”, atribuyen a Rahner. Y parece que la profecía del viejo jesuita se está cumpliendo.

Pues bien, la espiritualidad bíblica quiere contribuir a ser esa casa amable, acogedora, común, para quien quiera entrar sin llamar. Las viejas páginas de la Biblia adquieren una increíble novedad cuando, aún hoy, se las lee con arraigo antropológico, tratando de mezclarlas a lo cotidiano de la existencia. Sus mismas limitaciones se encajan mejor y sus posibilidades despliegan todas sus potencialidades. ¿Cómo devolver la Palabra a la persona necesitada de casa, de amparo, de iluminación, de sentido, de abrazo?

Los de siempre, quienes hemos dicho muchas veces que creíamos y apreciábamos la Palabra, habríamos de sobreponernos a la rutina que, como la gardama, invade y se come las mejores plantas del jardín de la vida. La rutina es un manto de polvo sobre las huellas de Dios en la Palabra. Nos vendría bien aquel dicho fariseo del tiempo de Jesús: “No digas ‘ya he leído cien veces la Palabra’, porque en la ciento una te espera el Señor”. Leamos ciento una, ciento dos y las veces que sean precisas porque la sorpresa de una Palabra iluminadora está en el recodo del camino.

Y para quienes han sido excluidos de la casa de la Palabra y la sienten lejos, habrían de superar el recelo que les ha provocado la privatización religiosa. Tendrían que pensar que la Palabra, toda palabra, es patrimonio de la vida y nadie puede arrogarse el privilegio de hacerla exclusiva. Muchas personas de escaso componente religioso han escrito páginas hermosísimas sobre textos bíblicos (Valente, Sábato, Garzo, Faciolinde, etc.). Con ello nos demuestran que la Palabra es casa de toda persona y que se puede entrar sin llamar, sin tener que pedir permiso a nadie.

Para lograr hacer de la Palabra esa casa común y ecuménica, nosotros hemos empleado el “método” de la lectura social, que no es otra cosa que el afán persistente y explícito de querer mezclar la realidad de lo que pasa con la luz de la Palabra. Nos asiste una certeza elemental: aquella que dice que el Evangelio es semilla buena para el campo de la vida y que no podrá haber fruto sino en la conjunción de ambos. Por eso, Biblia y periódico, Palabra y acontecimientos, Evangelio y situaciones de vida se entremezclan y trenzan como la misma realidad de la vida es mezclada, mestiza, entreverada. El resultado es siempre positivo: se abren ventanas nuevas a la vida y el texto bíblico brilla con luz nueva.

Ojalá que la colección ¿Qué se sabe de…? pueda ser una sencilla pero eficaz herramienta no solamente para aprender más conceptos del ancho mundo de la Biblia, sino la confirmación en el fondo de la persona de que esa casa de la Palabra le pertenece, le abraza y le acoge. Entra sin llamar, se nos dice hoy de manera amable y fraterna. Una invitación interesante.

Fidel Aizpurúa Donazar

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