24 febrero 2009

Miércoles de Ceniza



Miércoles de Ceniza : Mt 6,1-6#Mt 6,16-18


«En el nombre de Cristo os lo pedimos: dejaos reconciliar con Dios» (2 C 5,20)


En los orígenes, en la Iglesia primitiva la cuaresma era el tiempo privilegiado para la preparación de los catecúmenos a los sacramentos del bautismo y de la eucaristía que se iban a celebrar en el curso de la vigilia pascual. La cuaresma era el tiempo de volverse cristiano, el cual no se realiza en un único momento sino que exige un largo recorrido de conversión y renovación. Los que ya estaban bautizados se unían a esta preparación desvelando en ellos el recuerdo del sacramento ya recibido y disponiéndose para una renovada comunión con Cristo en la gozosa celebración de la Pascua. Así la cuaresma tenía, y conserva hasta hoy, un carácter bautismal, en el sentido que ayuda a mantener despierta la conciencia de que ser cristiano se realiza siempre como un nuevo despertar: ser cristiano no es nunca un hecho ya terminado que se encontraría detrás nuestro, sino un camino que exige siempre un nuevo ponerse en acto.


El celebrante, al imponernos la ceniza en la frente, nos dice «acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás» (Gen 3,19), o bien, repitiendo la exhortación de Jesús, «convertíos y creed en el Evangelio» (Mt 1,15). Las dos fórmulas constituyen una misma llamada a la verdad de la existencia humana: somos criaturas limitadas, pecadores en necesidad constante de penitencia y de conversión. ¡Cuán importante es hoy escuchar y acoger esta llamada! El hombre contemporáneo, al proclamar su completa autonomía frente a Dios, se hace esclavo de sí mismo y a menudo se encuentra en una desolada soledad. La invitación a la conversión, es entonces, una invitación a regresar a los brazos de Dios, Padre lleno de ternura y misericordia, a poner en él nuestra confianza como hijos adoptivos regenerados por su amor... «Convertirse» pues, quiere decir dejarse conquistar por Jesús (Flp 3,12) y, con él, «volver» al Padre. La conversión implica así el ponerse humildemente a la escuela de Jesús, y caminar dócilmente tras sus huellas.

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