Subsidio para la Misa de Pentecostés
Beatificación de Monseñor Óscar Arnulfo Romero
en la Solemnidad de Pentecostés
23 y 24
de Mayo de 2015
NOTA INTRODUCTORIA: Desde la Vicaría de
Evangelización, y en el marco del Trienio Pastoral celebrando los 40 años de
nuestra Diócesis de Quilmes, les enviamos este guión para las misas de
Pentecostés de este año. Con gran alegría celebramos la beatificación de
Monseñor Óscar Romero, un testigo de la fe y del compromiso por la dignidad de
los pobres en la Iglesia que camina en El Salvador (Centroamérica), hasta
entregar la vida. Este acontecimiento tendrá lugar en la Arquidiócesis de San
Salvador el sábado 23 de mayo por la mañana. Nos parece importante dar a
conocer una figura que es signo del Buen Pastor en medio de su pueblo y que
tanto nos ha animado en nuestro caminar latinoamericano, sobre todo en épocas
de persecución y martirio.
Recordamos
algunas palabras entresacadas de la homilía que nuestro querido primer pastor
Jorge Novak pronunció en la misa concelebrada en la Catedral de Quilmes con
ocasión del asesinato de Monseñor Romero el día 28 de marzo de 1980 (cuatro
días después de su martirio): «Nos hemos
reunido para orar en sufragio de un obispo hermano en la fe, cuya muerte
reviste todas las características de un símbolo cargado de mensaje evangélico.
Nos hemos reunido para impetrar por la paz de un país hermano, cuya suerte,
pese a las distancias geográficas, revela la muerte. […] Hermanos: a las
puertas mismas de la Semana Santa nos habla el Señor, con el lenguaje elocuente
de los hechos: seguirlo hasta la muerte. Desde el horizonte de la patria
celestial, nos repite el arzobispo Óscar Arnulfo: “a la justicia no la podrán
matar” y “creo en la resurrección”». (Adjuntamos la homilía completa de ese
día).
Les enviamos también una impresión con la imagen de Mons. Romero
para ubicarla sobre el altar o en algún lugar conveniente de modo que su figura
también esté presente ese día desde un signo visible. Sería bueno poder
encuadrar la imagen como para que después quede en algún lugar de las
instalaciones parroquiales. También se podría hacer entrar la imagen al
comienzo de la eucaristía y acercarse a saludarla en algún momento de la misma.
Introducción
Oscar Arnulfo Romero nació en una
familia humilde de El Salvador el 15 de agosto 1917. Fue el segundo de ocho
hermanos, hijo de Santos y Guadalupe. Fue ordenado sacerdote en Roma a los 24
años, en abril de 1942; y obispo el 25 de abril de 1970. En febrero de 1977, en
medio de un clima de injusticia, violencia y temor fue nombrado Arzobispo de
San Salvador. El asesinato de un sacerdote amigo, Rutilio Grande, el 12 de
marzo de 1977, por parte de la represión, terminó de configurar el perfil
profético de Mons. Romero. Fue un incansable luchador por los derechos humanos,
abrió las puertas de la Iglesia a los campesinos desplazados proclamando «la gloria de Dios es el pobre que vive»,
parafraseando a san Ireneo. Realizó denuncias sobre la violencia militar y fue
asesinado el 24 marzo de 1980. Intentaron callar su voz profética, pero a Monseñor
Romero no lo mataron, lo sembraron en el corazón de su pueblo.
Decía en su
última homilía, un día antes de su martirio:
«Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera
especial, a los hombres del ejército. Y, en concreto, a las bases de la Guardia
Nacional, de la policía, de los cuarteles… Hermanos, son de nuestro mismo
pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que
dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: “No matar”. Ningún
soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley
inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su
conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La
Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad
humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. En
nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben
hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en
nombre de Dios: cese la represión».
Hoy, en el día de Pentecostés, nos
unimos a los miles de fieles que celebran la proclamación de su martirio en El
Salvador. El Beato Oscar Arnulfo Romero vive para la gloria de Dios y sigue
acompañando a su pueblo, de manera especial a los pobres de nuestra América.
El Espíritu de Dios lo impulsó a la
máxima expresión del amor que es el martirio, su vida entregada hasta el
extremo de derramar su sangre.
Comenzamos la celebración cantando…
Acto
penitencial
«Jesús
no excluyó, por lo tanto, a nadie, ni de su mensaje ni de la invitación a
entrar en el Reino. Amó a todos sus contemporáneos; y porque los amó realmente
a todos ellos, les pidió la conversión, o sea, aquel cambio de corazón que
humaniza a todos los hombres, y que estaba oscurecido y ahogado por las
riquezas, por el poder, por el orgullo, por la seguridad en las tradiciones de
la ley. Jesús buscaba realmente que todos se convirtiesen en el “hombre nuevo”,
en el hombre del Reino». Esto decía Monseñor Romero en una de sus Cartas Pastorales.
Pedimos juntos esta conversión a Dios…
Liturgia
de la Palabra
En
su primera carta pastoral Monseñor Romero pensaba su Iglesia particular de San
Salvador como «Iglesia de la Pascua» y decía: «Con emoción de pastor me doy cuenta de que la riqueza espiritual
de la Pascua, la herencia máxima de la Iglesia, florece entre nosotros, y que
ya se está realizando aquí el deseo que los Obispos expresaron en Medellín al
hablar a los jóvenes: “que se presente, cada vez más nítido, en América Latina,
el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada
de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el
hombre y de todos los hombres».
Y, como él también decía: «porque Pascua es también la venida del
Espíritu Santo», nos preparamos como Pueblo de la Pascua para la escucha de
la Palabra de Dios.
Oración
de los fieles
El Beato Oscar Arnulfo Romero vivió su
ministerio desde la luz del Evangelio, la renovación del Concilio Vaticano II y
el impulso de las reuniones de Medellín y Puebla. La opción preferencial por
los pobres la hizo suya hasta el derramamiento de su sangre.
A la invocación «Envía, Señor, tu
Espíritu», respondemos: «Y renueva toda la tierra»…
Como lo hizo Mons. Romero, queremos
reconocerte Señor:
En los rostros de niños, golpeados por
la pobreza desde antes de nacer, obstaculizados en sus posibilidades de realizarse
a causa de deficiencias mentales y corporales irreparables; los niños que vagan
muchas veces explotados en nuestras ciudades, fruto de la pobreza y el
desamparo familiar.
Envía, Señor, tu
Espíritu…
y
renueva toda la tierra.
En los rostros
de jóvenes, desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad; frustrados,
sobre todo, en zonas rurales y urbanas marginales, por falta de oportunidades
de capacitación y ocupación.
Envía, Señor, tu
Espíritu…
y
renueva toda la tierra.
En los rostros
de campesinos, que como grupo social viven relegados en nuestro continente, a
veces, privados de la tierra, en situación de dependencia interna, sometidos a
sistemas de comercialización que los explotan.
Envía, Señor, tu
Espíritu…
y
renueva toda la tierra.
En los rostros
de obreros frecuentemente mal retribuidos y con dificultades para organizarse y
defender sus derechos.
Envía, Señor, tu
Espíritu…
y
renueva toda la tierra.
En los rostros
de subempleados y desempleados, despedidos por las duras exigencias de crisis
económicas y, muchas veces, de modelos de desarrollo que someten a los
trabajadores y a sus familias a fríos cálculos económicos.
Envía,
Señor, tu Espíritu…
y
renueva toda la tierra.
En los rostros
de marginados y hacinados urbanos, con el doble impacto de la carencia de
bienes materiales, frente a la obtención de la riqueza de otros sectores
sociales.
Envía, Señor, tu
Espíritu…
y
renueva toda la tierra.
En los rostros
de ancianos, cada día más numerosos, frecuentemente marginados de la sociedad
del progreso que prescinde de las personas que no producen.
Envía,
Señor, tu Espíritu…
y renueva toda la tierra.
Presentación
de ofrendas
En su
segunda Carta Pastoral Monseñor Romero decía: «La Iglesia, como
Jesús, debe extender su amor a ricos y pobres; con todos ellos debe sentarse a
la mesa, pero con el Espíritu de Jesús. El entró en casa del rico Zaqueo en
busca de la salvación de su casa. Y Zaqueo devolvió el cuádruplo de los bienes
defraudados y entregó la mitad de sus bienes a los pobres. Y Jesús se sentó a
la mesa de los pobres y pecadores para defender sus derechos, llamándolos
también a la conversión. El amor de Jesús hizo que se dirigiese a todos los
hombres; pero de manera distinta: a los hombres deshumanizados por el afán de
lucro, les mostró claramente, por amor, el camino para recobrar su perdida
dignidad de hombres; con los pobres, deshumanizados por la marginación, se
sentó también, por amor, a su mesa para devolverles la esperanza».
Ponemos la mesa buscando compartir «con
el Espíritu de Jesús». Cantamos…
Comunión
«La
Iglesia traicionaría a su mismo amor a Dios y su fidelidad al Evangelio si
dejara de ser “voz de los que no tienen voz, defensora de los derechos de los
pobres, animadora de todo anhelo justo de liberación, orientadora, potenciadora
y humanizadora de toda lucha legítima por conseguir una sociedad más justa que
prepare el camino al verdadero Reino de Dios en la historia. Esto exige a la
Iglesia una mayor inserción entre los pobres, con quienes debe solidarizarse
hasta en sus riesgos y en su destino de persecución, dispuesta a dar el máximo
testimonio de amor por defender y promover a quienes Jesús amó con preferencia.
Esta preferencia por los pobres no significa una discriminación injusta de
clases, sino una invitación a todos, sin distinción de clases, a aceptar y
asumir la causa de los pobres como si estuviesen aceptando y asumiendo su
propia causa, la causa misma de Cristo: “Todo lo que hicieron a uno de estos
mis hermanos, por humildes que sean, a mí me lo hicieron”».
Con estas palabras de Monseñor Romero,
nos acercamos a comulgar con Jesús, el amigo de los pobres, y con su Espíritu.
Despedida
«La
Iglesia solo puede ser la Iglesia en la medida en que siga siendo cuerpo de
Jesús. Su misión solo será auténtica si es la misión de Jesús en las nuevas
situaciones y circunstancias de la historia del mundo. Por eso, en las diversas
circunstancias de la historia, el criterio que guía a la Iglesia no es la
complacencia o el miedo a los hombres, por más poderosos y temidos que sean,
sino el deber de prestar a Cristo en la historia su voz de Iglesia para que
Jesús hable, sus pies para que recorra el mundo actual, sus manos para trabajar
en la construcción del Reino en el mundo actual, y todos sus miembros para
“completar la que falta de su pasión».
Alentados por estas palabras de Monseñor
Romero, y con el Espíritu de Jesús, nos sentimos impulsados a salir como Pueblo
surgido de su Pascua.
Cantamos…
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