Es un hecho que el papa Francisco ha dado pruebas patentes de que se puede ejercer el papado “de otra manera”.
Por lo menos, sin el boato y la pompa a que nos tenían acostumbrados
los papas anteriores. Y es evidente que, en este orden de cosas,
Francisco ha tomado decisiones importantes. Pero, tan
cierto como lo que acabo de decir, es que sólo con su forma más sencilla
de vivir y con su predicación en defensa de los pobres, con eso nada
más la Iglesia no se arregla. Además de eso, es evidente que la Iglesia
necesita un cambio muy profundo, no sólo en la renovación de la Curia y
en la depuración transparente de la banca vaticana, sino sobre todo en
el modo de ejercer la autoridad. La “potestad plena, suprema y
universal” del papa, de la que habla el Vaticano II (LG 22) se tiene que
armonizar con la “suprema y plena potestad” del episcopado, que se
menciona a renglón seguido del poder papal.
Así las cosas, hay quienes temen que la renovación que Francisco va a
aportar a la Iglesia se quede en lo que hemos visto hasta ahora. Es
más, no faltan los que recelan que todo esto, no sólo se frene, sino que incluso tenga marcha atrás. De manera que, de una forma más o menos disimulada, volvamos a lo de siempre. ¿Será así?
Francisco no tiene marcha atrás. Es más, estamos empezando.
Nada más que empezando. No importa que las decisiones de cambios, y
cambios muy profundos, se vayan tomando lentamente. Quienes conocen bien
a Bergoglio saben perfectamente que es un hombre rectilíneo en la
orientación firme que le ha dado a su vida: el proyecto social que Jesús presenta en el Evangelio.
Por eso ha tomado las decisiones que ha tomado. Pero él es el primero
que sabe que todo lo hecho hasta ahora no puede ser nada más que un
punto de partida. Porque se trata de decisiones que no se pueden limitar
a cambios de imagen, de palabras, de apariencias. Es la Iglesia entera
la que tiene que tomar una orientación distinta. Pero la Iglesia no es sólo imagen. Es una institución al servicio de una forma de vivir, de estar en la sociedad, de relacionarse con los poderes del “orden establecido”.
Y si esto es así, o Bergoglio es un ingenuo, un insensato, un hombre superficial..., o el papa Francisco sabe muy bien lo que quiere.
Y lo que tiene que hacer para que el proyecto evangélico de Jesús se
haga realidad en la Iglesia. En ésas estamos. Y quede claro que a este
papa no le tiembla el pulso cuando ve claro lo que tiene que hacer. Y lo
va a hacer. El tiempo hablará.
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