Semana VI del Tiempo de Pascua - 9 de mayo de 2010
El Evangelio de hoy comienza con la respuesta de Jesús a una pregunta de Judas, no el Iscariote: “Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?” (Jn 14,22). El apóstol hace esta pregunta ante una afirmación que Jesús había hecho, estableciendo una neta diferencia entre sus discípulos y el mundo: “Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis” (Jn 14,19).
Jesús responde a la pregunta del apóstol con una clara distinción: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra... el que no me ama, no guarda mis palabras”. Es un criterio para discernir quien es parte del mundo y está excluido de la visión de Cristo y quién es su discípulo y goza de esta visión. El criterio verdadero es el amor a Jesús; pero este criterio es difícil de verificar. Por eso Jesús señala un criterio más claro: “Guardar su Palabra”. El mundo no escucha la palabra de Jesús y no la guarda.
Respecto de sus discípulos –los que guardan su palabra- Jesús agrega: “Mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Respecto del mundo el mismo apóstol Juan escribe a los jóvenes: “No améis el mundo ni lo que hay en el mundo; si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1Jn 2,15). La diferencia entre los discípulos de Cristo y el mundo es que en los discípulos está el amor de Dios y en el mundo no está el amor de Dios.
¿Por qué es tan importante guardar la palabra de Jesús? Él mismo responde: “La palabra que escucháis no es mia, sino del Padre que me ha enviado”. Jesús hizo resonar en el mundo la palabra de Dios; Jesús es, en toda su realidad, la Palabra de Dios hecha carne dirigida al mundo. Esta es la Palabra que hay que acoger, pues “a todos los que la acogieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios” (Jn 1,12), es decir, de realizar la vocación sublime a la cual está llamado todo ser humano.
En esa misma última cena Jesús dijo a sus discípulos: “Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28). Si él ya no está en el mundo, ¿cómo podemos escuchar su palabra hoy y guardarla? Hay un solo modo: escuchando a su Iglesia hoy. Antes de volver al Padre Jesús envió a sus discípulos así: “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros” (Jn 20,21). A ellos les prometió: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). A ellos le dijo: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza” (Lc 10,16). A ellos les advirtió: “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también guardarán la vuestra” (Jn 15,20).
Jesús establece una perfecta equivalencia entre su palabra y la de su Iglesia, expresada por sus legítimos pastores. En el tema del respeto y defensa de la vida humana concebida en el seno materno se está dando hoy en Chile una clara distinción entre los que guardan la palabra de Cristo y los que no la guardan. Es la distinción entre los que escuchan la palabra de los legítimos pastores de la Iglesia y los que no la escuchan.
Querer despachar el problema grave de una mujer que ha sido violada con el expediente fácil de una simple pastilla es de una frialdad glacial. Es la solución propia de una sociedad fría e individualista, que no se quiere molestar con la necesidad ajena y que rechaza todo lo que impida disfrutar de los placeres mundanos. En esta sociedad no está el amor de Dios.
+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Obispo Residencial de Santa María de Los Angeles (Chile)
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