..27-01-2010 - por Tomás E. Penacino
Por cuestiones familiares muy complejas estamos atravesando junto con mi esposa, el árido desierto de la ausencia de Dios. Paradojal silencio de Dios que aturde, que embarga los sentidos y quita energías para enfrentar no solo lo extraordinario sino también aún las cosas más ordinarias. Se experimenta en reiteradas jornadas dos tipos de sensaciones: por un lado el ahogo oprimiéndote el pecho y quitándole el aire a la existencia ante un Cielo que aparece tan lejano y sin alma; por el otro, la terca reafirmación de una Fe que intenta, pese a todo, aferrarse a aquello que no se ve.
Bien se sabe que “esta noche del espíritu”, como la llama el místico español San Juan de Dios, ha sido vivida por los creyentes a lo largo de la historia, incluso el mismo Señor Jesucristo expresó desde la cruz su abatimiento por sentirse abandonado en el momento culminante de su entrega.
Mas allá de este “rally” por la vida que hoy nos presenta una etapa en la que, dudamos reiteradas veces de llegar a destino, una conclusión nos anima en cada amanecer a “poner el motor en marcha”, a intentar la sonrisa, el abrazo, la oración y la mano tendida. Esa conclusión nos dice que “Se sufre la ausencia de lo que ayer fue presencia” . Así como nos pasa con un ser querido, en la relación con Dios pasa lo mismo: Porque hemos visto tanta agua brotada de las piedras; porque hemos visto a tantos hombres despegar del barro; porque hemos visto pasar huyendo a la tristeza de tantos ámbitos donde el Amor se ha manifestado, es que nuestros labios lo llamaran mañana de nuevo: Padre Nuestro y algún día ese silencio que hoy nos aturde será materia prima del reencuentro entre el Creador y nosotros sus criaturas.
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